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Una gran manifestación para reventar la burbuja de la huelga

Pintada de huelga general en Madrid (Juan Luis Sánchez)

Juan Luis Sánchez

Una huelga general es también una suma de burbujas mediáticas. El centro de atención se coloca sobre puntos muy determinados, estratégicos, que reciben el foco de los periodistas, el despliegue de los sindicatos y el refuerzo de la policía. Son el termómetro de la movilización y suelen estar en el centro de la ciudad, en las calles más comerciales, en los polígonos industriales, algunos barrios y en los centros de transporte. Fuera de esa red de burbujas interconectadas se encuentra siempre una realidad llena de grises, con matices nada mediáticos y con lógicas propias.

Por eso a las 10 de la mañana, el relato en televisión y redes sociales de las primeras carreras entre antidisturbios y piquetes en la Gran Vía de Madrid llega como ajeno a los pasillos del Mercado Maravillas, al norte de la ciudad. Casi todos los puestos de carne, pescado y fruta están abiertos; muchos de los que no tienen un cartel: “Se traspasa”.

La huelga general se presenta como un elemento de conversación superficial; apenas se percibe, hablando con los tenderos, que se haya abierto mucho debate entre ellos. “No nos podemos permitir cerrar un día”, dicen varios, que mantienen un discurso a ratos pragmático y a ratos contradictorio. Como Rebeca:

También encontramos a personas como Paco. Le preguntamos qué otra forma se le ocurre de quejarse por lo que está pasando. “¿Quejarme de qué? A mí me parece bien lo que hace el Gobierno”, dice tras su mostrador de su carnicería.

El Mercado Maravillas está a 3,5 kilómetros de Gran Vía. Recorrerlos a pie es una incursión gradual en la actualidad para dejar atrás la rutina. El que te lleva de Rebeca a Haidee, una niña de tres años tan politizada que ya adapta las consignas de su entorno a su propio lenguaje. “Hoy no vamos al cole porque estamos enfadados con los ministros”, suelta sin esfuerzo.

Que Rebeca, empresaria, deje claro que “la huelga le parece bien, pero solo si sirve para algo” y que minutos después una niña diga que está de huelga “porque los ministros mienten” dibuja dos mundos, el que vive al margen de las burbujas y otro mucho más politizado.

Con un pie fuera y otro dentro de esos dos mundos está por ejemplo Douglas. La reja metálica de su tienda era una reja dubitativa. Ni abierta ni cerrada, fija media altura; como pidiendo perdón a los clientes por no estar abierta del todo y como disculpándose también por no estar cerrada. Le preguntamos al dueño de la reja y del local, que nos cuenta su batalla moral.

Cuando el paseo se acerca a Gran Vía desaparecen los matices. Calles de gentrificación: todo cerrado; calles de oficinas: todo abierto. Panfletos por el suelo y alguna pintada. Cruzas una esquina y te encuentras un piquete. Has entrado en la burbuja.

La burbuja mediática tiene una utilidad y una ambición; la de la huelga general del 14N consiga su objetivo: reventar en forma de una manifestación masiva. Llenar kilómetros de Madrid con una marea de personas.

La capacidad de convocatoria para grandes manifestaciones de los sindicatos mayoritarios es inquebrantable. Lo novedoso en este paro general es el ligero cambio de relato de los convocantes, que han asumido el #14N como una “huelga ciudadana” donde la iniciativa clásica del sindicato de trabajadores se diluye en una movilización más transversal. Eso ha sumado apoyos a la convocatorias y ha vencido reticencias, como la de ciertas asambleas del 15M, que esta vez han sido mucho menos beligerantes con los sindicatos. En la última huelga general, la del 29 de marzo, algunos grupos llegaron incluso a increpar a los manifestantes con banderas de CCOO o UGT.

En esa suma de fuerzas participó también un pequeño grupo que, según el relato de varios testigos y periodistas, poco después de las nueve de la noche comenzó a tirar petardos, bengalas y objetos de todo tipo contra la policía que escoltaba la concentración en la plaza de Neptuno. En ese momento, previsible pero a una hora mucho más temprana de lo esperado, se rompió el ambiente que estaba llenando kilómetros de manifestación, de Atocha a Colón. Las cargas policiales, rápidas y con una estrategia cada vez más depurada, dividían grupos que no podrían juntarse de nuevo. La manifestación era masiva a esta hora y la desproporción se llevó por delante durante muchos minutos a familias enteras y manifestantes pacíficos.

Lo relevante de la noche que puso fin a la huelga es que Madrid vivió escenas que hasta ahora solo se habían visto en otras ciudades: barricadas de fuego ardiendo en varias avenidas de la ciudad; escaparates de bancos y grandes empresas reventados; un gran grupo que no rompe nada, que no quema nada, pero que está excitado con el “espectáculo” y acompaña a los jóvenes -muy jóvenes- que siguen provocando destrozos. Entonces llega la policía, tarde, y carga; luego los bomberos, y apagan el fuego. Se generan burbujas nuevas y el regusto a Grecia es inevitable.

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