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Carmen Calvo, la diana de las críticas que nunca perdió la confianza de Sánchez

El presidente Pedro Sánchez felicitado por Carmen Calvo tras su investidura en el Congreso.

Irene Castro

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Carmen Calvo seguirá siendo una de las escuderas de Pedro Sánchez en Moncloa. Una de las personas de su máxima confianza a la que mantiene en la vicepresidencia primera. Su sustituta al frente del Consejo de Ministros cuando el presidente está fuera y la encargada de coordinar la acción del Gobierno como ministra de la Presidencia y Relaciones con las Cortes. No es la única, pero sí una de ellas y en muchas ocasiones situada en el centro de la diana de las críticas que ha llevado con resignación.

La exministra de Cultura con José Luis Rodríguez Zapatero –que llevó muy mal su destitución en aquel momento– se sumó al equipo de Sánchez en las primarias, cuando el perfil de personas que apoyaban al entonces descabalgado secretario general era bajo en comparación con los pesos pesados y la vieja guardia que estaba junto a Susana Díaz y, en menor medida, con Patxi López. El autodenominado “PSOE de siempre” decía entonces que con Sánchez estaban los rebotados de todas las federaciones. Lo cierto es que se impuso en esa competición con más del 50% del apoyo de los militantes.

Calvo se hizo entonces con una de las banderas del PSOE: la secretaría de Igualdad de la Ejecutiva. Un nombramiento que no sentó muy bien a un sector del movimiento feminista del partido que consideraba que no había estado en esa batalla siempre. Pero Sánchez no tardó en darle más relevancia dado que era de las pocas personas de su dirección con gestión en sus espaldas. Fue Calvo, que es doctora en Derecho Constitucional, quien negoció con Soraya Sáenz de Santamaría la aplicación del 155 en Catalunya.

Unos meses después, tras la moción de censura, Sánchez la convirtió en su vicepresidenta y le dio, además, las competencias de Igualdad. En su labor como coordinadora del Ejecutivo ha recibido críticas discretas y también por haber acaparado el protagonismo en ciertos asuntos, como el de Catalunya o la exhumación de Francisco Franco.

Calvo apartó a Meritxell Batet en las conversaciones con la Generalitat que acabaron siendo decisivas para el adelanto electoral. Sobre ella se vertieron todas las críticas por usar el término “relator”, la figura que terminó por aceptar el Gobierno de Sánchez para la mesa de negociación con el Govern. Previamente Miquel Iceta había hablado de “notario”, pero la definición de Calvo apareció en todas las crónicas como la culpable de que Moncloa echara el freno y ERC acabara presentando una enmienda a la totalidad a los Presupuestos Generales del Estado. Los republicanos catalanes se entienden peor con ella que con otros socialistas de la actual dirección, como Adriana Lastra.

Todas las críticas, por supuesto también dentro del partido, se vertieron sobre Calvo en un momento en el que, además, las tensiones con el omnipresente jefe de gabinete de Sánchez, Iván Redondo, ya eran patentes entre Moncloa y Ferraz. En el lado de Calvo estaba Adriana Lastra. A pesar del cuestionamiento, Sánchez decidió que la cordobesa fuera su número dos en la lista por Madrid.

Cuando Sánchez decidió iniciar una negociación con Unidas Podemos para un gobierno de coalición, puso a Calvo al frente, junto a Adriana Lastra y María Jesús Montero –la asturiana es la número dos de Sánchez en el partido y una de sus personas de máxima confianza y la andaluza ha sumado peso en los últimos meses–. Aquella negociación fue fallida y también los negociadores del grupo confederal tenían peor feeling con ella. “Ha hablado media hora para no decir nada”, comentaban tras una de las reuniones en las que todo voló por los aires.

En Unidas Podemos creyeron entonces que había dos almas en sus interlocutoras socialistas: una más pactista de Lastra y Montero frente a la posición de Calvo. También dentro del PSOE hubo voces que la acusaron de no darlo todo para evitar perder la cartera de Igualdad, que le ofreció Montero a Alberto Garzón en un momento en el que la interlocución con Podemos, dicen los socialistas, se hizo imposible. Ahora que ha perdido esa competencia, Sánchez peleó con Iglesias por la Memoria Democrática –que engloba cuestiones como la memoria histórica o la laicidad, banderas para el electorado progresista– y se las ha concedido a la vicepresidencia primera.

Con un talante u otro, Calvo ha seguido las directrices de su jefe de filas, que nunca ha perdido la confianza en ella. Sánchez ha ido reduciendo su núcleo de confianza en los últimos tiempos. Apenas hay cinco personas que conozcan lo que piensa el presidente y Calvo es una de ellas, aunque les pese a quienes en este año y medio la hayan dado por finiquitada y fuera del Ejecutivo en no pocas ocasiones.

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