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Timisoara, el principio del fin de la dictadura comunista rumana

Timisoara, el principio del fin de la dictadura comunista rumana

EFE

Timisoara (Rumanía) —

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“El 17 de diciembre de 1989, a las 14.30, cayó aquí el primer héroe de la revolución rumana, Rozalia Irma Popescu, aplastada por las ruedas de un vehículo de combate”.

Una placa con este texto cerca del puente Decebal de la ciudad de Timisoara recuerda el principio de la revuelta popular que acabó con 42 años de régimen socialista y 24 de la dictadura de Nicolae Ceausescu.

La de Rumanía fue la más sangrienta de todas las revoluciones que tumbaron las dictaduras comunistas en Europa del Este en 1989.

Un cuarto de siglo después, Timisoara, la ciudad donde empezó el fin del régimen recuerda el origen de la revuelta en la que murieron más de 1.100 personas.

A mediados de diciembre de 1989, Polonia ya tenía un Gobierno no comunista, el Partido Socialista húngaro se había disuelto, en la vecina Bulgaria ya se habían celebrado elecciones democráticas, y el Muro de Berlín se había quebrado.

En la Rumanía gobernada por el “conducator” Nicolae Ceausescu, los nuevos aires de libertad empezaron a respirarse en Timisoara, una antigua ciudad austro-húngara en el noroeste del país.

Allí, unos cuantos cientos de feligreses de la minoría húngara desafiaban en los fríos días de diciembre al régimen, montando guardias y cadenas humanas para impedir el traslado del pastor evangélico Lazlo Tokes, un feroz crítico del régimen.

La resistencia ciudadana subió de tono y el 16 de diciembre varias decenas de manifestantes trataron de asaltar la sede local del Partido Comunista.

Las fuerzas de seguridad y la temida Securitate, la Policía política, reprimieron duramente la protesta.

A la mañana siguiente, las vitrinas hechas pedazos en las tiendas de racionamiento que habían sido asaltadas por la población y las pintadas contra Ceausescu anunciaban ya una revuelta que empezaría a teñirse de rojo rápidamente.

El día 17 los manifestantes lograron entrar en las oficinas del Partido Comunista, donde destrozaron símbolos del régimen y lanzaron documentos desde el balcón.

El dictador ordenó al Ejército intervenir. La primera víctima fue Rozalia Popescu, una jubilada de 55 años que murió aplastada por un tanque cerca del puente Decebal.

A esta muerte siguieron otras en los días siguientes, hasta sumar 120 en la ciudad y 1.166 en todo el país.

“La chaqueta blanca me trajo mala suerte, era un objetivo fácil de divisar entre la multitud”, relata a Efe Adrian Kali, que tenía sólo 19 años cuando estalló la revuelta.

“Sentí en mi espalda dos impactos de bala procedentes de algún tanque desplegado en el centro de la urbe”, agrega.

Al comprobar que podía moverse, se dirigió al hospital y por el camino fue testigo de escenas terribles: “Un hombre llevaba a cuestas a su mujer, muerta a tiros, hasta donde se encontraban los médicos”, relata.

En el hospital, el pánico y el olor a sangre impregnaban una atmósfera que se parecía más a la de una guerra, cuenta.

Agentes de la Securitate acudieron al centro sanitario para identificar a los opositores al régimen. Kali pudo escapar justo a tiempo en una ambulancia.

“El conductor pisó a fondo el acelerador, me empecé a zarandear de izquierda a derecha y entonces escuché unos impactos de bala en la parte trasera del vehículo”, recuerda.

Mientras, la Securitate trataba de identificar a los participantes en las revueltas para ejecutarlos.

“¿Por qué se manifestaba? ¿Quién lo había ordenado? ¿Quiénes eran sus compañeros?”, insistían los agentes durante los interrogatorios, cuenta a Efe Traian Orban, presidente de la Asociación Memorial de la Revolución.

“Vestían de negro y con su semblante serio parecía que te estaban condenando a muerte”, agrega.

Los sucesos de Timisoara, silenciados entonces por los medios de comunicación oficiales, se fueron conociendo en el resto del país gracias al boca a boca y a emisoras extranjeras.

El día 21, Ceausescu, que se hacía llamar el “hijo más amado del país” o el “genio de los Cárpatos”, fue abucheado en Bucarest por la multitud durante un discurso en el que denunció los sucesos de Timisoara como un complot imperialista para destruir la integridad de Rumanía y el avance del Comunismo.

La revuelta y la represión, llegaron a la capital y Ceausescu y su mujer Elena, perplejos ante el levantamiento popular, huyeron en helicóptero en la mañana del 22 de diciembre.

En su escapada fueron capturados y condenados a muerte en un juicio sumarísimo.

La pareja fue ejecutada el día de Navidad, apenas diez días después de que un grupo de feligreses iniciaran la revuelta que acabarían terminando con los 42 años del régimen socialista. Raúl Sánchez Costa

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