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El largo invierno del exilio sirio en un edificio a medio construir en Líbano

El largo invierno del exilio sirio en un edificio a medio construir en Líbano

EFE

Dbaye (Líbano) —

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Casa independiente con vistas al mar Mediterráneo. Podría ser una residencia vacacional, pero es en realidad la humilde morada de varias familias sirias en el Líbano que tratan de soportar lo mejor posible las inclemencias del invierno en este edificio a medio construir.

Un trueno suena a lo lejos como adelanto de la tormenta que se avecina; las corrientes de aire soplan en el interior de este inmueble desvencijado, pese a que algunas ventanas han sido selladas por los vecinos con cristales y plásticos.

A pesar de la precariedad de sus condiciones de vida, Hader y su familia pueden considerarse afortunados respecto a otros refugiados en el Líbano, que se ven obligados a vivir en improvisadas tiendas de campaña en los asentamientos informales de sirios que proliferan por distintas zonas del país.

Aun así, la pobreza campa a sus anchas en la casa de Hader, donde reside junto a su mujer y sus cuatro hijos, de entre 8 años y 18 meses.

“El invierno aquí es muy duro, tenemos calefacción pero es muy básica, no es general, hace mucho viento y frío”, se lamenta este exconductor originario de la ciudad siria de Homs, que en 2011 tras el inicio del conflicto decidió marcharse con su familia al Líbano “casi con lo puesto”.

“Nos fuimos porque la situación era muy mala por la guerra, había bombardeos y combates, y nuestra casa fue destruida”, recuerda.

Desde entonces, Hader no ha encontrado trabajo en el Líbano, donde uno de cada cuatro residentes son refugiados sirios, según datos de la Agencia de Refugiados de la ONU (ACNUR).

En el país de acogida, dependen de la caridad de unas monjas de un convento próximo a su casa y de las 160.000 libras libanesas (unos 106 dólares) que les proporciona ACNUR mensualmente para comprar alimentos, además de 150.000 (unos 100 dólares) para adquirir combustible.

El carburante lo emplean para el funcionamiento de la vieja estufa colocada en el centro del único dormitorio donde duerme toda la familia.

La esposa de Hader, Faten, piensa con preocupación en el futuro de sus vástagos: “El otro día dieron regalos a los niños por Navidad en el colegio y a mis hijos no se los entregaron porque yo llevo ”hiyab“ (velo musulmán) y son sirios”, se queja.

Esta pareja no duda en afirmar que si tuvieran los 6.000 dólares por persona necesarios para viajar de manera irregular a Europa lo harían por el porvenir de su prole, aunque por el momento tienen pocas expectativas de cambio en sus vidas.

Su vecino, Qasem, se halla en una situación similar. Este antiguo agricultor de Yisr al Shogur, en el norte de Siria, habita con su esposa y cuatro hijos en el apartamento de al lado de Hader, que en realidad es una partición de la primera planta de la casa en la que no hay ninguna puerta de separación entre ambos hogares.

Qasem muestra con un gesto de desagrado el habitáculo que sirve de cocina y retrete, mientras que el resto de la familia se concentra alrededor de la pequeña estufa del cuarto que sirve de sala de estar.

Junto a la calefacción duermen dos bebés mellizos de cuatro meses y medio: Mayed y Mohamed. Sin embargo, parece que el calor no ha impedido que Mayed haya contraído una bronquitis, que están tratando con las medicinas que les dan las monjas, explica su madre, Zahra.

Qasem, de 37 años, detalla que antes de venirse a este edificio vivían en un campo de refugiados palestinos cercano, al igual que la familia de Hader.

“Alguien nos dijo que había un edificio vacío y nos instalamos tras negociar un alquiler”, apunta Qasem, quien rememora que no había nada de nada al principio.

“Nosotros pusimos cristales a algunas ventanas e instalamos las puertas”, indica.

Por este inmueble a medio construir, el casero cobra 200 dólares al mes a cada familia, lo que hace que las cuentas no les salgan a estos sirios que añoran la vida en su país y que ahora se encuentran en mitad de una tormenta que resulta complicado que escampe.

Las primeras gotas de lluvia comienzan a caer sobre la casa, encaramada en lo alto de una colina, mientras ellos esperan un cambio en sus vidas que no llega.

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