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Los uniformes del poder

Los uniformes del poder

EFE

Madrid —

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Los totalitarismos del siglo XX se valían de una potente y sobrecogedora estética para conseguir adeptos que, por miedo o fascinación, se enganchasen a la causa. A este impacto visual recurren dictaduras actuales como la de Corea del Norte.

El régimen de Kim Jong-un organiza espectaculares y multitudinarias marchas en las que se miden hasta los aplausos y en las que el partido comunista realiza todo un despliegue de efectivos militares uniformados de forma impoluta y homogénea, para transmitir la supremacía de la masa sobre los valores individualistas.

Los uniformes que vestían los militantes y soldados en los regímenes totalitarios contribuyeron a esta estética. La moda se convirtió en un potente vehículo de comunicación ideológica, en una plasmación “visible y sensitiva” de su credo, según el profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid, José Vidal Peláz.

A los fascistas se les apodó precisamente por su atuendo militar; los Camisas Negras de Mussolini, en Italia, o los Camisas Pardas de las SA, en Alemania, llevaban trajes oscuros casi como un reflejo de la opacidad de los gobiernos a los que servían.

Los gobiernos autoritarios ejercían un control “total” sobre la estética, que iba más allá de la forma de vestir, advierte Vidal. La música, la pintura y la literatura también fueron catalizadores para “eliminar” cualquier residuo de pensamiento independiente.

Las fiestas y recepciones eran la mejor oportunidad para hacer público el poder que concentraban. En estas ocasiones, los altos cargos se arreglaban con sus uniformes en tonos pardos y negros repletos de condecoraciones y prendidos casi siempre con un cinturón, mientras que sus mujeres ostentaban vestidos con tendencia a la monocromía.

Cualquier momento de la vida social y cotidiana era idóneo para hacer visible esa estética paramilitar como “punto de distinción” y encarnación de los regios valores del régimen, comenta el Doctor en Historia Contemporánea, Guillermo A. Pérez Sánchez.

Los soldados y mandatarios coincidían en su gusto por los guantes, los cascos y las botas negras, que tapaban los amplios pantalones hasta la rodilla. Para los días de duro invierno reservaban elegantes y sobrias gabardinas de color negro, como la que lucía siempre el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels.

Esa fragancia a masculinidad tocó el vestuario femenino gracias a modistas de la época como Coco Chanel, que incorporó los pantalones en el guardarropa de las mujeres. Otro diseñador, Hugo Boss, creó uniformes para el partido nazi, tal y como recoge Roman Koester en su libro, “Hugo Boss, 1924-1945”.

Las tiranías de la primera década del siglo XX se asentaron en sociedades que adolecían de falta de alimentos y, por tanto, la ropa se consideraba un artículo de lujo; además, la carestía de telas hacía que solo unas pocos privilegiados pudieran seguir los cánones de la moda. Las medias, por ejemplo, eran un capricho inaccesible para la mayoría de las mujeres.

La ropa de la elite poseía un rasgo común con la moda de la clase media; la búsqueda de la perfección a través de los cortes clásicos. Esta retrospección a los patrones griegos y romanos se reflejó sobre todo en la moda y el arte.

La moda y la política estuvieron muy unidas. Los nazis se relacionaron con figuras reconocidas del mundo del espectáculo; Hitler fue un gran admirador de una de las divas del momento, Greta Garbo, quien deslumbraba por su belleza y por un innovador y andrógino estilismo.

Una de las películas de los años 30 que mejor recoge la dramática y vehemente puesta en escena del nazismo es “El Triunfo de la Voluntad”, de Leni Riefenstahl, en la que puede apreciarse una hilera perfectamente encuadrada de uniformes militares que recuerdan a los del régimen norcoreano.

Y es que, aun con ideologías contrapuestas, los absolutismos no difieren mucho, al menos estéticamente hablando.

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