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Días que son calvarios

Sánchez sobre renuncia de Iglesias: "Él se propuso solo y él se excluye solo"

Cristina Pardo

Creo en los milagros; en los milagros de analizar la actualidad política y comprobar que, al menos uno de cada veinte días, no estoy hasta el gorro. Todo dejó de parecerme emocionante en cuanto terminó la primera ronda de contactos y los partidos comenzaron a prepararse para unas nuevas elecciones. Tengo la sensación de que actúan motivados únicamente por las encuestas. Pero, al mismo tiempo, tratan de vendernos la moto de que les mueve el sentido de Estado, el país, los parados, los desahuciados, la regeneración... Los periodistas estamos metidos en una rueda infernal de intentar interpretar cosas que parece que pasan, pero no. Nos vemos sepultados bajo una avalancha de declaraciones vacuas expuestas de manera tan rimbombante, que tenemos que estar muy alerta para no terminar comprando mercancía averiada.

La semana pasada Pdro Snchz y Pablo Iglesias nos recibieron con una puesta en escena más propagandística que otra cosa. Se contonearon a las puertas del Congreso en actitud distendida, como si estuvieran rodando un anuncio y no celebrando un encuentro del que depende el destino de los españoles. Esa 'performance' sería entendible si hubieran llegado a la cita al borde del acuerdo; es decir, con tanta enjundia en el fondo como en la forma. Pero resulta que Snchz dijo al término de la reunión que lo veía casi imposible. Entre otras cosas, porque mantiene la vigencia de un pacto con Ciudadanos que es incompatible con Podemos. La consecuencia de organizar citas tan aparatosas en lo superficial es que en cuanto pasan unas horas y los líderes políticos se vuelven a posicionar más o menos donde estaban, el hastío lo inunda todo.

Lo mismo pasa con Mariano Rajoy, que lo único que mueve estos días es su agenda para dar mítines. El PP quiere trasladar una sensación de tranquilidad, incluso al hablar con la prensa, pero sus dirigentes están tan histéricos como los demás. Y cuando en las portadas fuentes anónimas de Moncloa defienden a Rita Barberá y atacan a los vicesecretarios, lo que subyace no es sólo el doble discurso contra la corrupción, sino una auténtica lucha de poder para cuando se jubile Rajoy. El presidente del PP es marxista, pero de Groucho, y aplica hasta el extremo aquello de que “vivimos en una jungla grande y peligrosa y la mejor manera de sobrevivir es esperar a que el rival se estrelle”. Claro que Groucho consideraba que eso era así “desdichadamente para la raza humana”. Y a Rajoy, en cambio, le entusiasma esa forma de actuar. Me pregunto si todavía es capaz de creerse que queda en su partido algo de ilusión. Sobre todo, cuando hemos asistido a lo nunca visto: Feijóo, un hombre que manda, que gobierna y que tenía para muchos un futuro prometedor, llora amargamente cuando anuncia que va a repetir como candidato. Si él está así, cómo estarán los que ni pinchan ni cortan.

Y en este ambiente se nos van indigestando los días, empachados de unos líderes políticos que entran en nuestras casas para convencernos de que la culpa es del otro. Tengo la cabeza como un bombo todo el rato, hasta el punto de preguntarme si el clásico es lo que se juega en el Camp Nou o en las sedes de los partidos. Tengo muchísimas dudas de que la voluntad de negociación que expresan nuestros representantes albergue a estas alturas algo de sinceridad. Tengo ganas de sentir que alguien dice una verdad en las múltiples ruedas de prensa que hay estos días. De momento, detrás de las fotos, los libros de baloncesto, las firmas solemnes de pactos que no suman o los debates de investidura que nacen muertos, lo que nos queda también es puro adorno, algo así como “no puedo decir que no estoy en desacuerdo contigo”. Nos marean.

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