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Eres lo que son tus calles

José Luis Gallego

La conciencia ambiental avanza. El interés por los graves dilemas ecológicos que vive el planeta está yendo a más en los últimos años. Sin embargo, cuando nos referimos a la acción individual, a la ecología doméstica aplicada a nuestro día a día, la cosa cambia. Ahí ya no vamos tan bien. Ahí hay que poner un poco de nuestra parte y eso ya no mola tanto. El compromiso individual, altruista y sincero con el medio ambiente exige cambiar de hábitos, alguna que otra renuncia, algún esfuerzo y eso no todo el mundo está dispuesto a hacerlo.

Curiosamente, hay quien señala con el dedo a las empresas y a las administraciones como responsables del deterioro del medio ambiente y les exige un respeto y un compromiso que él no demuestra tener. Es curioso, porque lo que denota ese comportamiento es que esa gente ha captado el mensaje de que el planeta está en apuros, pero considera que a ellos no les concierne, que ellos poco pueden hacer ahorrando agua, reciclando o siendo un poco más respetuosos con el entorno. Un buen ejemplo de esa pereza colectiva es el aspecto de nuestras calles.

En este país seguimos entendiendo la calle como el afuera: un territorio ajeno cuyo cuidado no nos corresponde. La casa sí, la casa es “nuestra”: pero la calle no, la calle es de los otros. O lo que es peor: de nadie. Ahí radica buena parte del problema de la suciedad de nuestras calles: en ese desarraigo medioambiental que nos permite escupir al suelo o dejar la mierda del perro en mitad de la acera sin despeinarnos ni dar asomo de vergüenza.

Este verano hemos viajado por algunas capitales del norte de Europa y nos hemos dado con el codo para llamarnos la atención: “Has visto como tienen aquí las calles: ni un papel, ni una colilla, que gusto”, “Pues anda que como tienen el metro, vaya diferencia, se puede comer en el suelo”. Bien. Vamos a detenernos en esa forma verbal: tienen.

Porque es cierto: tenemos las calles como nosotros decidimos tenerlas. Su aspecto es nuestra principal tarjeta de presentación ante los que nos visitan. Aunque resulte incómodo admitirlo somos colectivamente lo que ellas dicen de nosotros. Y a juzgar por el bajo nivel de los indicadores ambientales que muestran nuestras ciudades, la realidad es que aquí nuestras calles dicen muy poco de nosotros. O acaso lo digan todo.

Solo hay que pasear por nuestras ciudades observando los comportamientos de la gente para ver hasta qué punto la calle es un reflejo de nuestra desidia ecológica.

Lanzar la colilla del cigarro por la ventana del coche como si fuera una canica, abandonar una lata de refresco vacía en un banco del parque, utilizar las papeleras como si fueran canastas sin 'ir al rebote' cuando fallas, circular en bici por las aceras a toda velocidad empuñando el manillar contra los peatones. Hay incluso gente que agrede a lo más sagrado de nuestras calles: los árboles. Tipos que utilizan los alcorques (el hueco de tierra que rodea al árbol en la acera, por donde se riega) como vertederos para echar allí todo tipo de residuos.

En una ocasión vi a un comerciante que, tras acabar de pintar la persiana de su establecimiento, vació los restos de pintura al pie de un árbol de su calle y dejó el bote medio vacío en el alcorque. Por suerte las gotas de pintura lo delataron y cuando llegó la policia local, alertada por mi denuncia (sí, me chivé, y volvería a hacerlo) pudo ser identificado y sancionado.

Este es un aspecto que me gustaría reseñar, el de la responsabilidad ciudadana ante la irresponsabilidad de algunos ciudadanos. Todos podemos asumir el papel de vigilantes en defensa del medio ambiente. Es más: deberíamos hacerlo. Y no, no es chivarse, es pararles los pies a esos cafres que ensucian la calle desde su infinito desprecio al medio ambiente. Ante cualquier agresión al entorno, ya sea la calle, el río o el bosque, debemos dar aviso a la policía. Tal vez si actuáramos con un poco más de arrojo al respecto, si nos sintiéramos más vinculados con la conservación y la defensa del medio ambiente urbano y llamáramos al orden a quienes lo agraden, el aspecto de nuestras calles diría cosas mejores de nosotros. 

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