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¿Quién hizo más daño, Aznar o Rajoy?

Suso de Toro

Ahí está Aznar, ceñudo abre la boca de rictus amargo y dice alguna cosa tremenda con naturalidad o una chorrada con voz amenazadora, tanto da, e inmediatamente pensamos, “¡menudo franquista!”, “¡con qué cara de malo lo dice!”, “¡cuánto rencor en la voz!”.

No le quito mérito a Aznar porque lo tiene, pero compone un evidente personaje guiñolesco y nuestro susto al verlo y oírlo también es infantil. No es que aquel José María Aznar presidente del PP no hubiese sometido y armado a toda la derecha española con una ideología muy radical, no es que aquel Aznar presidente del Gobierno no sea responsable de cosas bien serias y espectaculares, como meternos en una guerra. Recuerdo bien la faena del “Prestige”. Aznar tiene sus buenos méritos.

Tampoco es cosa menor la privatización de una buena parte del estado, la rapiña de las empresas públicas. González ya había empezado antes pero José María se lanzó a por el botín para sus amigos y cómplices directos, dejó el estado en los huesos.

Ni es cosa menor el desparpajo con que centralizó lo que no estuviese centralizado, llegando a quitarle un banco a los vascos para llevárselo a Madrid y dárselo a su amigo Francisco González. El paradigma de la hipertrofia de la capital del estado, tomada como una ciudadela, fue el disparate de autopistas madrileñas o una magna T4 que costó entre 6.000 y 7.000 millones de euros construida en buena parte con dinero del Fondo de Compensación Interterritorial, que se suponía serviría para compensar los desequilibrios interterritoriales. Por no recordar la estructura radial del AVE, siguiendo los pasos de Primo de Rivera. Todo ello acompañado de un nacionalismo españolista agresivo que, por cierto, impulsó de forma muy significativa el independentismo catalán. No, Aznar, no fue un gobernante insignificante y dejó buena huella.

Pero hoy Aznar actúa como un cebo, la liebre que salta, arrastra nuestras miradas y nos distrae de lo que tenemos delante. Rajoy es como “la carta robada” de Allan Poe, lo tenemos delante y no lo vemos, se queda mudo y quieto, se embosca en la confusión ambiental, se mimetiza con las instituciones del estado y casi transparenta.

Realmente como vicepresidente de Aznar había venido a Galicia a vendernos hilillos y lentejas y fue quien defendió en las Cortes la guerra contra Irak sin embargo el personaje, tal como nos lo contaron, parecía completamente distinto al de Aznar, un exaltado, Rajoy parecía carecer de “pathos” y representaba tranquilidad y cordura. No asustaba, fuimos tontos y nos lo creímos. Sus buenas maneras parecían las de una persona educada y cortés que contrastaba con el desabrido José María y sus contestaciones vacías y absurdas parecían inocuas frente a las afirmaciones tajantes de Aznar. Con ese paño el poder político y económico, es decir los medios de comunicación españoles, vistieron al personaje. Había que apartar a Zapatero y llevar a Rajoy a la Moncloa.

Sin embargo, es urgente hacer un balance de su gobierno, tan breve como socialmente demoledor. Rajoy es tan franquista o más que Aznar y obró en consecuencia. Su ideología la expuso cuando era un político joven en una serie de artículos en el “Faro de Vigo” y nunca se retractó ni mudó de opinión, su nacionalismo franquista es constitutivo y su clasismo es tan rotundo que llega a la eugenesia. Una persona que cobró dinero negro para el partido, igual que Fraga y Aznar, que recibió su parte de manos del tesorero y que luego mintió en el Parlamento negándolo y que sigue gobernando y perorando sentenciosamente tiene una cara dura singular, solo se puede comprender en alguien que no respeta al vulgo y se siente de una casta aparte, “la gente normal”, “la gente como Dios manda”. Creo que ni Aznar se atrevería a tanto.

Era el hombre indicado para llevar adelante la liquidación de lo quedase de democrático en la Constitución a aquellas alturas, hoy el estado está privatizado y detentado por una casta de privilegiados. La práctica extinción del derecho a la justicia, la utilización de la Fiscalía del estado como una policía política o la apropiación del Tribunal Constitucional por su partido liquidaron la separación entre poderes en el Reino de España. Alfonso Guerra en su momento invocó vanamente a los demonios, ya acuden solos.

En cuanto a la recentralización sistemática del estado no se quedó atrás de Aznar, para ello utilizó el rodillo de la mayoría absoluta, la coartada invocada en cada caso fue siempre que la crisis ordenaba recentralizar para racionalizar y ahorrar costes. La lista de medidas en ese sentido conviene buscarla en “La crónica de una ofensiva premeditada”, editada por la Generalitat Catalana. Naturalmente, Rajoy tiene toda su parte de responsabilidad en la situación en que están las relaciones entre España y Catalunya, desde la recogida de firmas cuando era candidato hasta hoy mismo.

Y en cuanto a la privatización del estado, las políticas de su partido en la sanidad y en la educación no tienen justificación alguna en la invocada crisis y únicamente responden a la rapiña para los suyos y, sobre todo, a un cruel robo del derecho a la salud de las personas y a un robo de oportunidades a los hijos e hijas de familias con menos recursos económicos. Se trata del robo más cruel habido en los últimos cuarenta años. El sectario y reaccionario de esas políticas estuvo claro cuando anularon la “Educación para la ciudadanía” para cambiarla por la potenciación de la doctrina de la Iglesia católica española o cuando el inolvidable ministro Wert, que se fue a Francia con sus recetas, no tuvo vergüenza en manifestar su pretensión de “españolizar” a los niños catalanes. El carácter clasista y el desprecio lo explicitó aquella diputada con su consigna, “¡que se jodan!” o aquel otro que se burlaba del recorte farmacéutico reduciéndolo a unos “cafelitos”.

Para anular la democracia, la libertad de expresión utilizó la legislación, la intimidación y el chantaje. Legisló una “Ley mordaza” de inspiración franquista para acallar la disidencia y consiguió que buena parte de la población se quedase sin opinión libre ni información contrastada. La vida pública española se convirtió en la burbuja creada por un sistema de medios de comunicación al servicio del PP. Destrozó y desmembró la independencia profesional de RTVE que había conseguido el gobierno anterior para sustituirla por una compañía de comunicación ultra y sectaria y compró con dinero público a las compañías privadas. Hace algo más de un año me preguntaba aquí cuánto durarían algunos programas en “La Sexta”, pues ya nos han contestado.

Así pues, ¿quién es más franquista de los dos? ¿Y quién hizo más daño a la sociedad? Hay que hacer un balance.

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