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La nostalgia

Miguel Roig

Ayer fui a ver Blade Runner 2049 y me di cuenta que estaba esperando la aparición de Harrison Ford del mismo modo que cuando vimos por vez primera Apocalipsis Now aguardábamos con ansia, ante un largo metraje, el encuentro con Marlon Brando.

Es que tanto Deckard, el personaje que encarna Ford en las dos versiones de Blade Runner, como el coronel Kurtz, rol de Brando en la película de Coppola, aislado en las ruinas de Las Vegas uno y en las entrañas del Vietnam el otro, ambos en el corazón de las tinieblas, se les está esperando porque ocupan un lugar en nuestro pasado, un espacio en la memoria.

Es un acierto que Blade Runner 2049 escenifique en su tramo final, próximo al desenlace, una narración visual de Las Vegas enterrada entre brumas, con ecos de Edward Hooper y formas de Frank Lloyd Wright en un primer plano, dejando el skyline solo como una referencia que apenas se vislumbra en el aire turbio, apocalíptico, donde destacan mucho más las figuras gigantes derrumbadas como maniquíes desnudos: reminiscencia de los cuerpos humanos donde ya prácticamente no quedan humanos.

El pasado que se sublima en Blade Runner 2049 no es el de este año que corre, 2017, es el de un pretérito irrecuperable, tal y como es todo ayer, que fluye en la película con voces e imágenes de Sinatra y Elvis y una ciudad que también titila nostálgicamente en nuestra memoria: la versión de la ciudad de Los Ángeles que conocimos en la primera entrega dirigida por Ridley Scott, una película mucho más lírica que esta segunda parte rodada por Denis Villeneuve. De aquella versión de Scott se ha hecho lugar común el monólogo del replicante Batty: «He visto cosas que vosotros no creeríais (…) Todos esos momentos se perderán, en el tiempo, como lágrimas en la lluvia».

La memoria acumulada de un replicante es breve, comprende sus pocos años de servicio y todo su pasado es un implante tal y como funciona la indumentaria expuesta en el escaparate de una tienda vintage: echarnos eso encima es ir cargando de recuerdos ajenos el cuerpo.

En un artículo que escribió hace años Slavoj Žižek reflexionando sobre la primera versión de Blade Runner, sostenía que esta operación era la misma que ha desarrollado el tardocapitalismo, implantando en nosotros «el núcleo mismo de la fantasía de nuestro ser: ninguno de nuestros rasgos es realmente “nuestro”; incluso nuestros recuerdos y fantasías fueron plantados artificialmente». Mucho más catastrófico se muestra ahora ante esta nueva entrega ya que en la película de Villeneuve vislumbra la poshumanidad androide que, aventura Žižek, destruirá la separación misma entre lo humano y lo inhumano.

Es verdad que incorporamos múltiples contenidos, consumidos compulsivamente, como nunca antes había ocurrido, y que estos se traducen en una experiencia artificial con lo cual la nostalgia se revela y se vuelve presente constante cuando comprobamos que la experiencia real no nos sirve para restaurar aquello que perdimos. Prácticamente nada hoy es de posible solución con las herramientas empíricas con las que contamos. Tanto en el plano laboral como en el afectivo estamos sujetos, como un replicante, a resolverlo con pericia improvisada ya que el tsunami de la novedad interrumpe cualquier reflexión iniciada frente a lo cotidiano.

Hay nostalgia, entonces, de un tiempo en el que las certezas, al contrario que ocurre hoy, no se disolvían «como lágrimas en la lluvia». Así como se espera con cierta ansiedad la aparición de Harrison Ford en Blade Raunner 2049, también se aguarda poder utilizar algunas de las formas aprendidas en el pasado tanto en una relación contractual como sentimental.

Las primeras películas de Godard, opina Cesar Aira, captan la belleza y la poesía tan intensamente nostálgicas de los años sesenta. El matiz que aporta Aira es que la nostalgia parece puesta por Godard y no por nosotros ahora, cuando vemos una película suya. Incluso en Alphaville, recalca Aira, el futuro creado por Godard tiene el encanto, tan evocador para nosotros, de los años sesenta. Puede que entonces, al contrario que ahora, el presente estaba tan enraizado en lo cotidiano que el futuro se construía a partir de los mimbres que el diario acontecer le proporcionaba. Blade Runner 2049, recrea su futuro en esos mismos sesenta en Las Vegas y avanza hacia el pasado con la soledad de Hooper y la estética de Lloyd Wright, entre otras referencias. Es la dificultad que implica crear un futuro desde un presente en el que la única tierra prometida es la nostalgia.

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