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Doñana, por un puñado de votos

Invernaderos de fresas en la Corona Norte de Doñana que podrían beneficiarse de la ley que se tramita en el Parlamento.

Juan José Téllez

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El Parque Nacional de Doñana estorba desde hace mucho. Como les estorban los linces a los coches que les atropellan o estorban sus arenales para la célebre carretera tan traída y llevada entre Huelva y Cádiz. A quienes tienen la cara de hormigón armado, suelen gustar más del asfalto que de los manantiales, más del cemento que de un flamenco combando sus patas como un derviche giróvago.

Hay una añoranza de Coto que sobrevuela el Parque como un ave migratoria. El mito de la Argónida murió con José Manuel Caballero Bonald y los presidentes del Gobierno español, no solo los del PSOE como a veces chamullan los cavernarios, convirtieron el palacio de Las Marismillas en nuestro Camp David particular, muy lejos ya de aquel cuaderno de Goya en el que pintó el alivio de luto de la Duquesa de Alba entre sus brazos sordos.

Nada nuevo ya bajo el sol de Tartesos: los gamos y los pinos piñoneros no estuvieron siempre así, sino que fueron habitantes postizos del parque para buscarle recechos a las monterías señoritingas.

Nada es verdad ni mentira, todo es del color del cristal con que se mira, como diría uno de los nietos de Antonio Machado y Núñez, aquel naturalista jacobino que publicó “Avifauna de Doñana”: hay quien ve jabalíes y quien ve manadas de euros corriendo entre ellos.

Eso es lo que venimos haciendo con Doñana, que viene a ser un Aleph sobre el que pelean la ambición y el instinto de supervivencia. Siempre fue un espacio sostenible, hasta que se convirtió en un western de intereses creados

El hijo de Miguel Delibes, el presidente del Consejo de Participación del Parque, también cree lo mismo: que la legalización para regularizar los regadíos de la corona norte, impulsada por el PP y por Voz constituye “el reflejo del pensamiento mágico propio de un niño de 6 años”, que confunde “deseo con realidad”. “A mi nieta de 3 años le disgusta que no me convierta en rana cada vez que me lo ordena señalándome con su varita mágica”, sostiene con la erudición de quien encontró en ese ámbito el compromiso al que apelaba, en una célebre novela de su padre, aquel joven político que visita el pueblo del señor Cayo para negociar su voto: no hay derecho, decía, “a que hayamos dejado morir una cultura sin mover un dedo”.

Eso es lo que venimos haciendo con Doñana, que viene a ser un Aleph sobre el que pelean la ambición y el instinto de supervivencia. Siempre fue un espacio sostenible, hasta que se convirtió en un western de intereses creados. El tiroteo contra sus dunas no comenzó con el presidente Moreno Bonilla, pero la revolución verde del actual presidente de la Junta de Andalucía debe rendirle tributo, más bien, al color del dinero, pero, como a Paul Newman en una vieja película, parece haberle fallado esta vez la carambola.

Por un puñado de votos asegura el líder conservador que está actuando el Gobierno de Pedro Sánchez en relación con este caso. ¿No actúa él también por otro puñado de votos en plena precampaña de las municipales? ¿Qué regadíos van a regularizarse y en qué condiciones cuando la sequía y el cambio climático nos lleva rumbo a las desaladoras? 

¿También formarán parte del complot los científicos que han vuelto a poner el grito en el cielo, los agricultores, la UNESCO, las malditas ONGs, o la Confederación que asegura que no puede haber nuevos regadíos porque ya no hay agua que repartir?

Elías Bendodo, el tercer hombre de Alberto Núñez Feijóo, asegura que las críticas al proyecto de Ley constituyen una “fake news”. Que hay una conspiración contra Andalucía, afirman ambos, que pertenecen a un partido que antes de enarbolar la arbonaida como si la hubieran bordado ellos, llegó a llamar “cretino integral” a Blas Infante, sugería que había que sacar a Andalucía del pelotón de los torpes, que los madrileños pagaban nuestra sanidad y educación, que Andalucía era como Etiopía, o que los niños andaluces eran prácticamente analfabetos y daban clases en el suelo, o que la realidad nacional andaluza, sugerida por cierto por Manuel Clavero Arévalo, sonaba a chirigota.

No solo la Moncloa, la Unión Europea, la Estación Biológica de Doñana y cualquiera que esté en sus sanos cabales debe estar conspirando contra la Andalucía acuática del Partido Popular, que pretende saltarse a la torera una célebre y reciente sentencia del Tribunal de Justicia la Unión Europea de Luxemburgo (TJUE) que, hace apenas dos años, exigió a España la protección de Doñana y su acuífero, del que se extrae más agua que su volumen recarga. Esto es, que riega por encima de sus posibilidades.

Como hay regadíos ilegales, vamos a regularizarlos para controlarlos mejor, vendría a ser la proposición de ley sobre la que la Junta de Andalucía ha intentado maravillar al comisario europeo de Medio Ambiente, Virginijus Sinkevicius, en la entrevista mantenida con el consejero andaluz de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Economía Azul, Ramón Fernández-Pacheco. A su salida, como un mantra, este último ha vuelto a denunciar el “torbellino de descalificaciones, insultos”, así como “bulos y mentiras” del pérfido Pedro Sánchez.

¿También formarán parte del complot los científicos que han vuelto a poner el grito en el cielo, los agricultores, la UNESCO, las malditas ONGs, o la Confederación del Guadalquivir que asegura –dos más dos son cuatro—que no puede haber nuevos regadíos porque ya no hay agua que repartir? ¿Quién miente a quién? ¿Aquellos que sostienen que las lagunas permanentes no solo se secan en verano, que las comunidades vegetales son sustituidas por vegetación terrestre, que los anfibios están perdiendo sus hábitats, que la sobreextracción de agua del entorno, el cambio climático y la reducción de precipitaciones influye en la desecación? Que las mayores competencias son del Gobierno central y que la Junta de Andalucía pasaba por allí. Aceptemos pulpo como animal de compañía, pero el problema no estriba en las competencias sino en las incompetencias.

¿Creería santo Tomás en que la utilización de las aguas superficiales va a invalidar la utilización de los pozos ilegales del entorno? Ojalá se obre el milagro, pero no parece que sea viable

¿Creería santo Tomás en que la utilización de las aguas superficiales va a invalidar la utilización de los pozos ilegales del entorno? Ojalá se obre el milagro, pero no parece que sea viable. Tampoco está el PSOE para sacar demasiado pecho y por ello el Tribunal europeo nos tiró colectivamente de las orejas en 2021: esas extracciones clandestinas ya existían cuando los socialistas gobernaban en San Telmo y poco se hizo para impedirlo. Claro que tampoco la Junta de entonces llegó a darles carta de naturaleza, en contra, por cierto, de otros regantes que ahora se podrían ver injustamente discriminados cuando han cumplido las tablas de la ley frente a los cuatro furtivos del agua. El Pacto de la Fresa preveía legalizar pozos hasta 2004 y se siguió haciendo hasta diez años más tarde. El Gobierno central de ahora también tiene trabajo por delante y no puede escudarse en la poscrastrinación de los discursos, en el “yo no he hecho” de los que ponen cara de yo no fui.

Los alcornoques ya se están secando en Doñana, incluso antes de que esta Ley pase bajo todos los filtros parlamentarios y comunitarios. Habría que reforzar la Ley Forestal para protegerlos y, sin embargo, la nueva norma pretende lo contrario: la recalificación de suelos forestales en suelos agrícolas. Si no puedes vencerles, únete a ellos. Ese parece ser el lema de campaña de Juan Manuel Moreno Bonilla que, probablemente, pretenda regar de sufragios al parque electoral de la Diputación de Huelva.

Invito a los romeros, a bordo de las inminentes carretas del Rocío que contemplen, a su paso por las arenas, ese paisaje mágico. Y que se lo cuenten a sus nietos, cuando todo ello sea secano y tierra estéril, intrépidas autovías, añejos discursos como una bala de matorrales rodando junto al paso del río, mientras suene “Strawberryfields for ever” sobre las añejas Sevillanas del Adiós. Algo se muere en el alma, cuando Doñana se va.

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