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Algunos hombres malos

El hombre es bueno por naturaleza, ya lo dijo Rousseau, aunque luego se convierta en un lobo para Caperucita, sobre todo si es roja y feminista. En cambio la mujer es mala por esa misma naturaleza, aunque luego se conviertan en madres y santas, siempre bajo los dictados de un hombre y un dios que las controle y las oriente por el buen camino.

La bondad o la maldad esencial, esa que va unida a la identidad de las personas, no se mide por la conducta aislada, sino por el papel que dicha conducta tiene dentro del grupo o de la sociedad donde se lleva a cabo. Por eso, cuando el sistema está construido sobre el machismo y los valores e ideas que se adoptan como normales están fundamentados sobre la desigualdad, los comportamientos dirigidos a mantener el modelo, a corregir las desviaciones que se produzcan dentro de él, o a castigar comportamientos que puedan debilitarlo, no se ven como “malas acciones” ni como algo negativo en su esencia, aunque se pueda cuestionar, incluso sancionar, su resultado cuando este supere ciertos límites. Pero, en esos casos, lo que se cuestionará será la extralimitación en el resultado, no la conducta a favor del sistema.

Es lo que sucede con la violencia de género, una violencia completamente integrada dentro de la normalidad, hasta el punto de que el 44% de las mujeres que la sufre y no denuncia dice no hacerlo porque “no es lo suficientemente grave” (Macroencuesta, 2015), y que su objetividad en forma de 60 homicidios de media cada año haga que sólo el 1’4% de la población la considere un problema grave (CIS, julio 2017).

La violencia de género es una violencia estructural, es decir, surge de las referencias que nos damos para convivir, y está amparada por los mandatos que la cultura del machismo da a hombres y mujeres, tal y como hemos visto. Esa normalidad lleva a la contextualización y a presentar los excesos como producto de las circunstancias, y la conducta del agresor como consecuencia de ese contexto circunstancial.

Desde esa perspectiva, en lugar de ver toda la desigualdad histórica, que incluso ha llegado a tipificar de manera benévola y comprensiva los homicidios por violencia de género por medio del uxoricidio, y que mantiene la discriminación, el acoso, el abuso y la violencia que sufren las mujeres en diferentes contextos y circunstancias, se ve todo de manera fragmentada, como si fuera una imagen pixelada. A partir de esa realidad resulta sencillo detener de manera interesada la conciencia sobre algunos de sus aspectos que, sin ser falsos, no son verdad al darle un significado completamente distinto fuera de su contexto.

El machismo siempre ha jugado con esa contextualización sobre las circunstancias y a esa individualización de los hombres violentos, para de ese modo ocultar el bosque del machismo detrás de las ramas y frutos de los árboles que estratégicamente ponen en primera fila.

No es nuevo, siempre lo ha intentado al hablar de que los agresores en violencia de género eran hombres con problemas con el alcohol, las drogas, que tenían trastornos mentales o enfermedades psíquicas… pero ahora han dado un paso más, lo cual, entre otras cosas, demuestra que el machismo es consciente de la situación y juega con los argumentos para mantener sus ideas y privilegios.

Y el paso que han dado es el de la “indefinición”, es decir, situar el problema de la violencia de género a posteriori, es decir, una vez que ya ha ocurrido, y en los hombres que la han protagonizado, pero ahora al margen de las circunstancias. Es decir, ya no es necesario demostrar que era alcohólico, drogadicto o enfermo mental, ahora basta con afirmar que era un “hombre malo” o que se trata de un problema individual. Esta afirmación, que puede parecer algo intrascendente, es un gran paso para el machismo, aunque sea un tropiezo en el camino hacia la Igualdad para la sociedad.

Es lo que ha venido a decir el Presidente de Canarias, Fernando Clavijo, al situar el homicidio de Tenerife en un “problema de personas individuales”, afirmación que es doblemente preocupante. Por un lado, porque reproduce el nuevo argumento del machismo, y por otro, porque lo hace desde la Presidencia del Gobierno de Canarias, que es desde donde se deben impulsar muchas de las medidas para erradicar la violencia de género, y que si se parte de esa idea no se desarrollarán.

No debemos aceptar esta deriva argumental e ideológica que estamos viviendo en estos últimos tiempos, y que ha llevado a manifestar planteamientos similares desde el Tribunal Supremo y el Ministerio del Interior a través de las conclusiones aparecidas en prensa sobre un trabajo científico realizado con los homicidas por violencia de género, a los que califica de ocasionales, sociópatas, psicópatas… pero siempre alejados del machismo y sin tener en cuenta el contexto social y el significado de sus crímenes.

La violencia de género está enraizada en el machismo, forma parte de los instrumentos que ha necesitado a lo largo de la historia para hacer de la desigualdad normalidad y de la injusticia cultura, no podemos permitir como sociedad que el avance hacia la Igualdad y el cuestionamiento del machismo se traduzca en una reacción que evite alcanzar la meta de los Derechos Humanos. Los machistas lo tienen claro, lo vemos a diario, quienes aspiramos a la Igualdad y a la convivencia en paz también debemos tenerlo para impedir que los nuevo argumentos por tierra retrasen aún más la deuda histórica con la Igualdad.

El hombre es bueno por naturaleza, ya lo dijo Rousseau, aunque luego se convierta en un lobo para Caperucita, sobre todo si es roja y feminista. En cambio la mujer es mala por esa misma naturaleza, aunque luego se conviertan en madres y santas, siempre bajo los dictados de un hombre y un dios que las controle y las oriente por el buen camino.

La bondad o la maldad esencial, esa que va unida a la identidad de las personas, no se mide por la conducta aislada, sino por el papel que dicha conducta tiene dentro del grupo o de la sociedad donde se lleva a cabo. Por eso, cuando el sistema está construido sobre el machismo y los valores e ideas que se adoptan como normales están fundamentados sobre la desigualdad, los comportamientos dirigidos a mantener el modelo, a corregir las desviaciones que se produzcan dentro de él, o a castigar comportamientos que puedan debilitarlo, no se ven como “malas acciones” ni como algo negativo en su esencia, aunque se pueda cuestionar, incluso sancionar, su resultado cuando este supere ciertos límites. Pero, en esos casos, lo que se cuestionará será la extralimitación en el resultado, no la conducta a favor del sistema.