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“El Ababol Festival trata de generar patrimonio cultural y artístico para atraer otro tipo de turismo”

Gema Rupérez, directora de Ababol Festival

Ana Sánchez Borroy

Zaragoza —

Hasta hace un par de años, Gema Rupérez (Zaragoza, 1982) no tenía ninguna vinculación con la localidad de Aladrén, un diminuto municipio de la provincia de Zaragoza. Ahora, allí no hay vecino que no la conozca. Asumió dirigir el Ababol Festival como un reto: llenar una localidad de medio centenar de habitantes de arte contemporáneo para atraer turismo. Y para atraer vida.

¿Por qué organizar un festival de arte contemporáneo en un municipio con solo medio centenar de personas empadronadas? 

La idea nace de la necesidad de hablar de despoblación y de memoria en un sitio tan pequeño como Aladrén, pero que la alcaldesa quiere llenar de valor. Se trata de generar patrimonio cultural y artístico para atraer otro tipo de turismo. Como directora artística, a mí me gusta mucho la idea de que, de alguna forma, haya una línea unitaria: no quiero que los artistas lleguen con sus trabajos y generen un pueblo de cartón piedra, con cuatro cosas que no tengan ningún sentido. Me apetece que haya un discurso y que se genere un todo, que haya una base conceptual sobre la que podamos reflexionar. A esa reflexión también contribuimos con la organización de mesas redondas.

En esta segunda edición, ¿intentáis mantener ese discurso unitario también con las obras del año pasado?

Se sigue manteniendo, porque el nombre del festival ya lo indica: ‘Ababol Festival, Arte Público, Memoria y Despoblación’. A la vez, cada proyecto es absolutamente diferente, incluso los artistas tienen lenguajes distintos. El año pasado, había escultura, fotografía y dibujo o pintura. Este año va a haber instalaciones, cerámica, un documental... Cada uno, desde su propio campo, presenta el proyecto y el jurado elige lo más adecuado para el pueblo. Queremos que el pueblo vaya creciendo con las obras de arte. Ojalá haya más ediciones y tengamos que darle vueltas y plantearnos ampliar el radio o hacer invitaciones para obras de arte efímeras. De momento, la idea es que las obras permanezcan.

¿Cómo reciben estas propuestas de arte contemporáneo los vecinos, que son de una edad media alta? 

Lo que más me interesa es que lo hagan suyo, que lo sientan como propio. Obviamente, el año pasado teníamos mucha más incertidumbre, no sabíamos cómo iban a acoger el festival. Sin embargo, lo más interesante fueron las sinergias que surgieron entre los vecinos y los artistas. Trabajar juntos día a día, vernos por la calle, comer en el único bar de Aladrén... Allí todo se hace en comunidad y, además, algunos vecinos quieren colaborar. Eso es muy bonito; realmente es lo que hace que tenga sentido. Esa parte humana, esa experiencia es la que consigue que el festival llegue más. Si los artistas pasasen por Aladrén como un huracán, no aportaría tanto; esta convivencia, sí. De hecho, en esta edición, los proyectos seleccionados requieren bastante de la colaboración con vecinos.  Nuestra función, quizá, también es hacer pedagogía con los vecinos: de repente, se encuentran con obras de arte contemporáneo que a ellos les pueden ser absolutamente ajenas. No están acostumbrados a esos lenguajes, pero vivir el proceso de ejecución de las obras ayuda mucho a que las aprecien.

¿Cómo van a colaborar este año los habitantes de Aladrén?

Una de las artistas, Victoria Maldonado, ha estado haciendo un recorrido rutinario con uno de los habitantes y ha generado una cartografía de su día a día. Después, lo resolverá materialmente con unas placas de cerámica y con unas fotografías con el propio mapa y las rutas. Entonces, ella ha estado estos días acompañando a este vecino a todo: desde a echar sal a las cabras hasta todo lo demás, acompañándole en su rutina.

¿Una artista plástica echando sal a las cabras?

(Risas). Sí, este festival provoca situaciones que, para mí, a veces son marcianas. Por ejemplo, yo llego a Aladrén y me encuentro a uno de los artistas montado en un quad, con su cámara y con un vecino. Otra artista viene con unas ramas de romero, diciéndome que se ha ido a coger higos, a pescar, que ha estado echándole sal a las cabras... (risas). Es una inmersión total en Aladrén; de otra forma, este festival no tendría sentido. Y esto hace que los vecinos tengan cariño a los trabajos que los artistas dejan allí, porque son la huella de su paso y también porque han tenido mucho que decir.

¿Les acaban gustando las obras de arte? 

Este año todavía no están las obras terminadas, pero están contentos con las del año pasado. Lo expresan con su lenguaje, diciendo “mira qué bonito están dejando el pueblo”. Claro, no es la forma en la que yo lo definiría, pero el caso es que la respuesta fue muy positiva. Para mí, es fundamental: el arte público me genera mucho respeto porque estamos utilizando un espacio que es de todos. Por eso, desde el respeto, hay que ser prudentes, cuidadosos y, sobre todo, no invasivos.

Para los artistas, ¿pasar por el Ababol Festival también supone adoptar una mirada nueva? 

Solo el hecho de estar allí, en Aladrén, desconectados a la fuerza, genera una sensación particular. No hay buena cobertura, así que tenemos que quedar a la vieja usanza: en el frontón del pueblo, a tal hora. Para los artistas, es una residencia corta, solo una semana, así que vienen con el proyecto bastante cerrado. Pero estoy segura de que, si estuvieran más tiempo en Aladrén, sus proyectos cambiarían.

¿Les hace cambiar también su idea sobre cómo se vive en un municipio tan pequeño?

Quiero pensar que sí. Aunque la experiencia de cada uno es muy particular, enfrentarse a un espacio que no es el tuyo, que no es tu hábitat habitual, afecta. Una experiencia de inmersión así de fuerte, evidentemente, más.

¿Cree que este tipo de iniciativas contribuyen a fijar la población en el territorio? 

Estoy segura de que cuantas más iniciativas haya, mejor. Siempre queremos que el sitio donde vamos esté vivo. Sí que entiendo que algo contribuye.

¿Por qué otras propuestas habría que apostar? 

Por mejorar el transporte. Hacemos un esfuerzo grandísimo para traer a los artistas; no hay problema para llegar a Zaragoza, pero desde allí hasta Aladrén es complicado. El transporte me parece fundamental para todo el mundo.

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