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La crisis climática golpea con dureza la renta de los agricultores

Imagen de unas mieses afectadas por la falta de agua en una explotación agraria.

Eduardo Bayona

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El Ebro inunda estos días la llanura de la ribera zaragozana, como ha venido ocurriendo desde hace siglos, antes de que comenzara y conforme ha ido terminando la construcción de los embalses en sus afluentes, en un ciclo que en los últimos años va consolidando dos inquietantes tendencias.

Circula menos agua por los ríos de la cuenca al mismo tiempo que las crecidas ganan frecuencia, por el cambio de los patrones de lluvias en ambos casos y también por el aumento de la evapotranspiración, de la cubierta vegetal natural y de las demandas para riego en el primero.

Y eso, la menor disponibilidad de agua tanto en el secano como para el regadío y el aumento de las consecuencias catastróficas que las crecidas tienen para la agricultura de ribera, que corren paralelas a las mayores frecuencia e intensidad de otros fenómenos meteorológicos extremos como las heladas, el pedrisco y los vendavales, sigue pasando sin que, de nuevo, se haya arbitrado un sistema específico de seguros para esas áreas que ayude a conciliar una garantía de rentas para los agricultores que año tras año sufren las inundaciones y un nivel de seguridad de los cascos urbanos, que requiere, precisamente, de esos anegamientos.

Ese aspecto específico de lo que ocurre en la ribera con las crecidas, del que se lleva años hablando sin llegar a ninguna conclusión efectiva, no es muy distinto del que comienzan a sufrir, con una intensidad y extensión progresivamente mayores en los últimos años, los agricultores de secano y los de regadío de zonas no ribereñas.

El desfase entre la superficie asegurada y la afectada

Los datos de siniestros de Agroseguro ponen de manifiesto dos asuntos: la intensidad con la que los eventos meteorológicos extremos están sacudiendo a las explotaciones agrarias y el bajo nivel de cobertura frente a esas eventualidades que se da en el campo, algo que las organizaciones agrarias vinculan a la carestía de las pólizas y para lo que llevan tiempo reclamando soluciones al Ministerio de Agricultura y al Gobierno de Aragón.

Agroseguro ha pagado a cuenta de los siniestros de 2023 un total de 88,4 millones de euros, una cantidad inferior a los 118 de 2022, la mayor en los más de 40 años de existencia del sistema de seguro agrario y en línea con lo ocurrido en el conjunto del Estado.

“El aumento de los fenómenos meteorológicos graves ha sido constante a lo largo de la última década”, señalan fuentes de Agroseguro, que anotan que “la alta siniestralidad e indemnizaciones (..) confirman los graves efectos de la realidad climática actual”: esas cifras suponen, en dos años, el 4,4% y el 5,9% de la renta agraria aragonesa, que ronda los 2.000 millones de euros.

Sin embargo, los daños resultan ser claramente mayores. Así se deduce del cruce de algunos datos como el referente a los cultivos herbáceos (cereal de invierno, cereal de primavera, oleaginosas, legumbres y arroz), afectados básicamente por la sequía y el pedrisco y a los que Agroseguro ha destinado 42,4 millones de euros, casi la mitad de las indemnizaciones.

“La superficie reclamada se ha situado en las 230.000 hectáreas”, informa la entidad aseguradora. Y esa extensión equivale a un 22% de la superficie que ocupan esos cultivos según los datos Instituto Aragonés de Estadística (IAEST) cuando la merma de la cosecha supera el 33% según las estimaciones del Ministerio de Agricultura y del Gobierno de Aragón, lo que apunta a la existencia de amplias extensiones de cultivos sin asegurar.

Menos agua y mayor radiación solar en Aragón

Esa baja cobertura, que responde principalmente a motivos económicos, se da en todo tipo de producciones agrícolas, desde el frutal al viñedo pasando por la hortaliza y el fruto seco.

Y no parece que la campaña que se encuentra en marcha vaya a ser mejor que la pasada en cuanto a disponibilidad de agua en la zona aragonesa de la margen derecha del Ebro y en el área oriental de la izquierda vistas las bajas reservas embalsadas en todas ellas y la escasez de nieve acumulada en esta última.

A esa situación se le añade otra anomalía que se está consolidando en los últimos meses, según recogen los boletines mensuales de Agricultura, y que entrañan el riesgo de alterar el patrón de crecimiento de los vegetales adelantando las floraciones y aumentando su exposición a eventuales heladas, en línea con lo que ya ha ido ocurriendo en los últimos años.

“La insolación acumulada a lo largo del mes de diciembre fue superior a los valores normales (periodo de referencia 1991-2020) en todo el cuadrante nororiental de la península” y “las anomalías positivas relativas de insolación superaron el 30 % en la provincia de Zaragoza y sur de Navarra; elevándose por encima del 50 % en una pequeña zona del sur de Lleida”, que incluye el extremo meridional de Huesca.

En noviembre se había dado una situación similar, con una anomalía general del 10% al 30% y otra del 30% al 50% en la zona de confluencia de la Litera, el Baix Cinca y el Segrià, mientras que las diferencias superiores al 30% fueron generalizadas en enero en todo Aragón para caer a una franja del 10% al 30% de febrero a abril, mes el que subieron de nivel en la mitad occidental de Teruel.

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