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La Casa Palestina de Aragón

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A regañadientes la alcaldesa de Zaragoza, Natalia Chueca, va a facilitar que la Casa Palestina de Aragón reciba la distinción de Hija Predilecta de Zaragoza, a propuesta del Grupo Municipal Zaragoza en Común (ZEC).

Quiere evitar, en eso ha sido hábil, que se repita la polémica de 2020 con Fernando Simón, el médico zaragozano que fue referencia nacional durante una de las mayores catástrofes sanitarias de la historia, al que su predecesor en la Alcaldía, Jorge Azcón, consideró indigno de recibirla porque consideró que la propuesta era política y no se debía a sus méritos. Una decisión partidaria e injusta con un gran profesional de la salud pública que por primera vez en la historia democrática de Zaragoza rompía el consenso a la hora de aceptar las propuestas de cada grupo municipal.

En esta ocasión el Grupo Municipal del PP se abstendrá. Dejará a Vox solo con su voto en contra. Nunca sabremos hasta qué punto ha influido en esta decisión la movilización de la sociedad civil contra el genocidio del estado de Israel como respuesta a la matanza terrorista y captura de rehenes de Hamas del 7 de octubre de 2023. Una Comisión independiente de la ONU ha concluido que es un genocidio, que el estado de Israel quiere destruir a los palestinos de la Franja como grupo, algo que ya había adelantado la International Association of Genocide Scholars. 

La alcaldesa justifica la abstención en que es una propuesta que polariza y que no es el acto adecuado -el de la entrega de distinciones de la ciudad al comienzo de las fiestas del Pilar- para hacer política ni para dividir. Se supone que, con esos razonamientos, la entrega de la Medalla de honor de la ciudad de Madrid a la comunidad judía el pasado año también polarizaba y tampoco era adecuada. 

Las afirmaciones de Natalia Chueca riman con las de los dirigentes de la Vuelta Ciclista a España compartimentando política y deporte. Como si el deporte y las fiestas fuesen burbujas que dejan en el arcén los derechos humanos, la humanidad y la dignidad.

Sentir dolor por los demás es lo que nos hace humanos, seamos de derechas, liberales, centristas o de izquierdas, y lo que se está viviendo en la franja de Gaza es un genocidio: alrededor de 65.000 muertos, de ellos cerca de 20.000 niños según UNICEF, 165.000 heridos, 14.000 desaparecidos, casi 2 millones de desplazados de sus viviendas y de sus medios de vida, amputaciones, problemas de salud mental, bombardeos de hospitales y puntos de ayuda humanitaria. Y con la tibieza de la Unión Europea, y la enorme inmoralidad cómplice y supremacista de Trump, el diseño de un gran proyecto inmobiliario/turístico a orillas del Mediterráneo.

La Casa Palestina de Aragón se fundó en 2008 para transmitir la situación del pueblo palestino, la realidad de los palestinos que viven fuera de sus territorios y trabajar por la convivencia con los aragoneses. Recogía la historia de la llegada de médicos palestinos en la década de los 60 a Zaragoza y también el éxodo después de la primera revuelta de las piedras, la primera Intifada, en 1990. Zaragoza y la ciudad de Belén están hermanadas desde 2019 y las estadísticas dicen que en Aragón residen alrededor de 70.000 musulmanes, de los que alrededor del 40 por ciento ya son españoles y aragoneses.

La causa palestina siempre ha gozado de la simpatía de la mayoría de los españoles. Estos días me venía a la memoria el abrazo en 1979 del presidente Adolfo Suárez y del líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasir Arafat. En un contexto de guerra fría y de recelos de la Comunidad Económica Europea y de la OTAN a las que todavía no pertenecíamos, el líder de la Unión de Centro Democrático (UCD) fue pionero en el reconocimiento de los derechos nacionales del pueblo palestino. 

En 1991, Felipe González organizó una Conferencia de Paz en Oriente Próximo en Madrid. Dos años después Arafat recibía el Premio Nobel de la Paz tras reconocer la existencia del estado de Israel en los acuerdos de Oslo.

En su primer mandato, en el 2000, José María Aznar recibió a Arafat en la Moncloa, se comprometió a reconocer el Estado palestino y posteriormente visitó los territorios ocupados. El mismo Aznar que años después se mostraba seguro de que Irak tenía armas de destrucción masiva, algo que nunca se probó.

Y es Aznar, que nos metió en una guerra rechazada masivamente por los españoles, el que dice ahora que el mundo es más seguro con Trump al frente de la Casa Blanca y el que regatea el genocidio de la Franja de Gaza con el eufemismo “lo que está haciendo Israel”. En una reciente charla en la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), pronosticó que si Israel “pierde la batalla” y Putin gana en Ucrania el mundo se pondría “al borde de una derrota total”.

Aznar llevó al PP a la derrota electoral en 2004 tras las mentiras de la guerra de Irak y los atentados del 11M. Estos días le está marcando un camino muy parecido amplificado por la brutalidad verbal de la presidenta de la Comunidad de Madrid (Sarajevo, “kale borroka”, ambiente preguerracivilista) y de un titubeante Alberto Núñez Feijóo que, atolondrado por la ola autoritaria que está ganando cada vez más terreno a las democracias en el mundo, va a remolque de Isabel Díaz Ayuso y de Santiago Abascal. Los dirigentes del PP en Aragón deberían reflexionar y tomar buena nota.