El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
He visto a esas personas. Las conozco. Creen que algunas cosas (las malas, me refiero) solo les pasan a los demás. Están convencidos de ello. Lo creen con una fe ciega. Y lo creen así porque nunca se les ha ocurrido plantearse lo contrario. Es decir, no es un acto consciente. Y eso lo convierte en algo absoluto. Poderosísimo.
En ocasiones, es habitual pensar de esa manera en la infancia. La muerte, por ejemplo, es algo abstracto y lejano. Algo que, efectivamente, le pasa a los demás. A la gente que tiene muchos años. Confías en que siempre habrá redes que amortigüen tu caída. Brazos que te acompañen.
Pero crecer es también asumir que estábamos equivocados. Crecer es conocer la incertidumbre. Reconocerse frágil.
Sin embargo, ya os digo, hay gente que nos enternece porque nunca llegaron a crecer. Me da envidia pensar en ellos. Imaginarlos, al levantarse, sin dolores de espalda. Seguros de sí mismo. Inmunes. Da igual que a muchos les haya dado tiempo de vivir las sucesivas crisis últimas. Ni el desplome de los mercados financieros, ni los ataques terroristas, las pandemias o los desastres climáticos les movieron un pelo. Nunca vieron una señal en el rostro que les tendía una mano abierta en la puerta de los supermercados. Los mensajes siempre se destinaron a otras personas.
Hay un hombre en mi ciudad que recorre las calles con una bolsa y que pronuncia frases cargadas de misterio a quien quiera escucharlas. Mensajes secretos que quizás no sabemos descifrar. Coincidí con él hace muchos años en unas clases a las que asistíamos. Conozco su nombre y sé su historia. Siempre he procurado no olvidar que podríamos intercambiar los papeles en cualquier momento. Siempre he procurado recordarme que esa es una verdad definitiva.
El otro día nos cruzamos por la calle. Él iba en una dirección y yo en la otra. Pero, el segundo en el que nuestros pasos coincidieron, me di cuenta de que ambos calzábamos unas deportivas amarillas. Tuve tiempo de pensar que a los dos, quizás, nos hacían parecer grotescos.