Aragón Opinión y blogs

Sobre este blog

Vampiros

2 de diciembre de 2025 05:30 h

0

Vivir con un escritor tiene sus riesgos. Más allá de los problemas de convivencia que pueden plantear estos sujetos, cuando eres pareja o amigo de un escritor te expones a un peligro mayor: el de que tu vida aparezca un día reflejada en las páginas de un libro. Los escritores son vampiros que se beben tu sangre sin que tú te des cuenta. Cuando parece que tienen la cabeza en otro sitio, están –en realidad– planeando su próximo ataque. Las personas que están alrededor deberían cobrar un porcentaje alto de los derechos de autor. Sin ellos, el escritor no es nada. Tan solo una máscara. Cuando se comienza una relación con alguien dedicado a la escritura sería necesario firmar un contrato en el que quedase claro que se cede cualquier derecho a la intimidad. Para evitar así reclamaciones futuras.

Pero también conozco el extremo contrario. El de aquellas personas que se acercan a un autor –pasa, sobre todo, con los escritores de diarios– con la esperanza secreta de aparecer en la entrada que, un tiempo después, dará cuenta de aquel día. En estos casos, la gente trata de ser ocurrente y sofisticada y normalmente acaban apareciendo en letra impresa, pero no como desean, sino como lo que son: imbéciles.

Con todo, los mayores daños se los pueden llevar los hijos de los escritores. Aquí directamente habría que aplicar la Convención sobre los Derechos del Niño. A ciertos damnificados podríamos decirles aquello que te dicen los amigos de tus padres cuando, delante de mucha gente, proclaman: “¡Pero si yo te he cambiado los pañales y te he visto desnudo!”. Porque, efectivamente, les hemos cambiado los pañales y los hemos visto desnudos. Lo contaron sus padres en sus libros con todo el detalle.

Pero los escritores no pueden dejar de vampirizar. Y no hay aquí ajos ni estacas que valgan. Ante esa droga tan dura, quizás la actitud mejor sea la que Carmen Ruiz Fleta adopta en Quedarse a vivir, su último y reciente libro. Les dice allí a sus hijos: “Me gustaría escribiros un poema / que no os pesara, / que os aligerara la vida”. Carmen Ruiz –la autora que mejor ha transitado el movimiento literario que van del ron con cola a la presbicia– se dirige a sus hijos cuando sus hijos tengan la edad que ella tiene ahora. Y quiere vacunarlos contra la nostalgia: “Habéis de saber / que en este presente / también hay insomnios y deudas / y dudas y miedos”.

Los hijos de los escritores no podrán esconder quizás el mordisco del vampiro. Pero que, al menos, la herida no deje cicatriz.