Tres mujeres transforman el vacuno en Aísa (Huesca): “Queríamos aportar valor a la ganadería familiar”

Inma Lafita ha trabajado en pistas de esquí y ha sido transportista. El emprendimiento corre por sus venas, sin embargo, nunca pensó que llegaría a poner en marcha Ternera Valle de Aísa, una cooperativa fundada por mujeres con la que han dado una nueva vida a la ganadería familiar. “Nuestra ilusión era seguir con la ganadería y quedarnos a vivir en Aísa, pero viendo el futuro que le espera al campo y al ganado, había que hacer algo más”, explica Inma. Su marido trabajaba como transportista, y ella también se lanzó a este oficio después de una lesión laboral en 2008: “Sabía que no iba a poder trabajar en las pistas de esquí como lo había hecho hasta entonces, así que me saqué el título de transportista y nos decidimos a comprar unos camiones”, apunta la emprendedora.

En los viajes que hacían al sur de Francia, conocieron otras formas de explotar una ganadería, y ellos tenían una. “Mi suegro se había dedicado al ganado vacuno y mi marido se quedó con él hace unos años. Yo no me veía como ganadera, pero sí pensé que podíamos vender nosotros mismos la carne de nuestros animales, como se hacía en las ganaderías que veíamos en Francia”, explica Inma. El problema era, principalmente la sala de despiece, la burocracia y todos los permisos necesarios, además de una inversión inasumible en su caso. No obstante, la idea no desaparecía de su mente y se puso en contacto con el grupo de acción local de la comarca de la Jacetania, ADECUARA.

Tras unos años de espera, en 2016 Ternera del Valle de Aísa nace como primer emprendimiento en el Centro de emprendimiento para la transformación agroalimentaria, un espacio compartido de trabajo que cuenta en sus instalaciones con distintas salas u obradores para elaborar productos agroalimentarios, desde miel y vino, hasta repostería y despiece de carnes. Las instalaciones, ubicadas en Jaca y en Biescas, fueron una apuesta del grupo de acción local para dar una oportunidad a las emprendedoras antes de hacer la inversión de un obrador, como en el caso de Inma Lafita: “Conseguimos poner en marcha lo que tanta ilusión nos hacía a Miguel y a mí, comenzamos a trabajar en una sala de despiece compartida, y de momento allí seguimos. Fue aquí donde empezó a forjarse lo que poco a poco vamos consiguiendo”, confiesa.

Primer paso, la venta de carne y la entrada de una mujer más en el negocio

Una vez puesto en marcha el primer paso para cumplir la idea de Inma de aportar un valor añadido a la ganadería, que llevaba más de 30 años en la familia de su marido, esta emprendedora se da cuenta de que va a necesitar la experiencia de un profesional. Así es como contrató los servicios de un carnicero de la zona, que se encarga de llevar a cabo el proceso de despiezado de la carne.

Además de vender la carne, Inma tenía en mente la elaboración de recetas con ternera para ponerlas a la venta, lo que no es trabajo para una sola persona: “Necesitaba alguien que pudiera ayudarme y quién mejor que Bea, mi cuñada, que en ese momento estaba en paro y tenía mucho conocimiento en lo que a cocina se refiere”, explica Inma. Bea García, hermana de su marido, accedió a la propuesta sin pensarlo, y desde 2016, junto a su cuñada e impulsora del negocio, elaboran caldo, empanadillas, canelones, croquetas, albóndigas y demás preparados con carne de su propio ganado.

“Empezamos a vender por internet y la verdad es que nos iba bien”, explica Inma, que cuenta cómo las ideas iban surgiendo en las conversaciones que tenían en el obrador las dos mujeres: “¿Por qué no aprovechamos y hacemos paté, o guisos, y si cocinamos el churrasco?”. Y entre esas ideas, después de cuatro años, decidieron dar un paso más, y abrir una tienda física en Jaca. “Somos gente con ambiciones y ganas de trabajar, y sabíamos que para montar la tienda necesitamos a alguien más que nos acompañara en este camino y, ¿Quién mejor que Leti, otra de mis cuñadas?”, explica Inma.

También desempleada en ese momento, pero con ganas de trabajar y sus hijas ya mayores, Leti, al igual que su hermana Bea, no se tuvo que pensar si quería o no subirse a este barco, solo que esta vez, la fórmula fue distinta. Desde la creación de la empresa hasta el año 2020, Inma Lafita había hecho frente a la misma en solitario. Sin embargo, tras el camino andado: “Con todo lo que Bea y yo habíamos trabajado juntas, lo justo era que las dos pudiéramos disfrutar de tener algo nuestro, y así decidimos poner en marcha una pequeña cooperativa en la que Leti, que iba a trabajar tanto como nosotras, también debía estar y formar parte en iguales condiciones”, explica la emprendedora. Y así, el día 1 de enero de 2020 Ternera Valle de Aísa pasó a convertirse en una pequeña cooperativa impulsada por tres mujeres con grandes expectativas y todavía más capacidad de trabajo.

“Dicen que nadie es profeta en su tierra, pero a nosotras nos han apoyado y estamos agradecidas”

La puesta en marcha de la tienda física fue todo un reto que se vio empañado por la pandemia COVID. “Teníamos todo listo para abrir sobre el 14 de marzo, justo la semana que nos confinaron, así que tuvimos que esperar hasta mayo para poder inaugurar”, lamenta Inma, que recuerda que vivieron ese momento con incertidumbre, después de la inversión económica y de tiempo que habían hecho en la nueva tienda.

A la pandemia le sobrevino la guerra en Ucrania, con “el incremento de costes de producción que eso conllevó” y que “afectó directamente al sector primario” y, por lo tanto, a su ganadería. Además, uno de los temores de estas tres mujeres era precisamente el dicho “nadie es profeta en su tierra”. Sin embargo, todavía siguen sorprendidas de la buena acogida que sus productos y su tienda han tenido en el círculo de habitantes más próximo. “Hasta en Aísa, que es una población muy pequeña, los vecinos nos compran, vendemos a colegios, y mucha gente se acerca a nuestra tienda en Jaca”, apunta Inma.

Un establecimiento en el que solo se encuentran elaborados y carne de los animales de su ganadería. “Alguna vez nos han planteado ampliar, hacer más productos y cocinados, pero nosotras preferimos hacer hasta donde lleguemos con nuestra carne, porque así estamos seguras de que ofrecemos calidad”, coinciden en explicar las tres mujeres. “La gente de la zona ha sabido valorar la calidad, y tenemos que agradecer mucho la gran respuesta que han tenido hacia nuestro proyecto y su fidelidad”, añaden. “Calidad antes que cantidad” es su lema.

Falta de respeto por el entorno y la forma de vida rural

El emprendimiento tiene siempre una cara que suele ensombrecer algunos tramos del proceso. La “interminable” y “farragosa” burocracia a la que se enfrentan Inma, Bea y Leticia, y los “estrictos” sistemas de certificación y evaluación sanitaria de su producto, es uno de los caballos de batalla constantes a los que se enfrenta la cooperativa Ternera Valle de Aísa, y otros emprendimientos similares, sujetos a cumplir los mismos criterios legales que una empresa nacional o multinacional, aunque cuenten con muchos menos recursos para hacerles frente.

En cuanto a los precios de mercado “estamos viviendo un buen momento”, apunta la emprendedora. Aunque detrás de estos buenos números se esconde una razón negativa: “Cada vez somos menos las ganaderías que seguimos en activo”, recuerda. Y a la hora de llevar la carne al mostrador, los compradores, a veces, se quejan del precio, “puede parecer que la carne está cara, pero detrás hay una inversión importante” en alimento y cuidado para la crianza del animal, a lo que se suma todo el coste del proceso para que la carne, elaborada o no, llegue al cliente como la compra, “el margen que nos queda no es grande”, asegura Inma.

A este problema se suman otros, menos denunciados, pero cada vez más presentes, como lo son “la falta de respeto y empatía” de la gente por el medio de vida y las zonas rurales. Inma pone algunos ejemplos: “Los que vienen de paseo no son conscientes ni entienden que mis perros están sueltos porque están trabajando, pero que tienen que llevar sus perros atados para evitar que espanten al rebaño, con el peligro y los problemas que eso traería”, advierte. Además, asegura que “tampoco entienden que no pueden dejar el coche en cualquier parte del monte, y que hay pistas a las que como ganadero puedes subir para llevar alimentos o medicación, pero que ellos como turistas no pueden acceder”, añade Inma, desanimada ante la “falta de entendimiento y respeto por la vida rural”, que va en aumento. “Tienen que entender que, básicamente, estamos trabajando”, recuerda.

Futuro ¿asegurado?

Bea, al igual que Leticia, no pensaron que un día ellas seguirían al frente de la ganadería de su familia, aunque de manera indirecta. Inma tiene 49 años, Bea 47 y Leticia 51, todavía quedan años de trabajo por delante, pero, al menos, el relevo generacional está asegurado: “Mi hijo tiene 28 años y ha decidido quedarse con las vacas, nosotros comenzamos con 40 y ahora tenemos unas 140 cabezas”, dice Inma, que ha apoyado la decisión de su hijo de seguir al frente de un negocio que cumple así su tercera generación. Un trabajo, el de ganadero, que las tres emprendedoras ponen en valor: “Es tan importante o más que el nuestro, puesto que saber hacer un buen manejo del ganado es fundamental para obtener carne de calidad”.

En un corto plazo, las cooperativistas van a seguir trabajando desde el centro de emprendimiento de ADECUARA, que les proporciona un espacio equipado y asesoramiento para seguir adelante con el despiece de carne y la elaboración de cocinados. Sin embargo, la mente de estas tres mujeres no deja de generar nuevas ideas de posibles negocios relacionados con su ganadería y la carne que producen. “Hemos pensado poner en marcha un restaurante, nos encantaría”, asegura Inma. Sin embargo, el problema está en la contratación, explica: “Hoy en día no hay gente dispuesta a trabajar en las mismas condiciones que lo haríamos nosotras”, y apunta a que la solución sería “la entrada de una cuarta persona en la cooperativa”, una idea que de momento dejan abierta.

Emprender ha sido “un acierto”, comentan las tres mujeres. Una fórmula laboral que les ha permitido tener un puesto de trabajo, seguir viviendo donde han elegido y “conciliar primero con los hijos, y ahora con los padres”, “sin tener que elegir entre alguna de las tres opciones”, añaden. Y es que, aunque todos en la familia “ayuden”, en las zonas rurales, la carga de los cuidados sigue recayendo en su mayoría en las mujeres de la familia. “Hemos pasado momentos malos, épocas de mucho trabajo, otras de problemas, pero la verdad es que trabajando juntas disfrutamos mucho, sin duda, volvería a hacerlo”, asegura Inma, que deja la puerta abierta a un nuevo giro de guion en la cooperativa que ha fundado junto a sus cuñadas.