Zaragoza se organiza este sábado para combatir la xenofobia: “No sobran migrantes, sobran racistas”

El racismo en Aragón, como en el resto de España, adopta muchas caras: la pintada en la pared, el insulto en redes sociales, el rumor en la cola del paro o la propia soledad no deseada. Pero la respuesta de la ciudadanía demuestra que la solidaridad existe. Entre tanto, los testimonios de inmigrantes asentados en Zaragoza recuerdan que tras cada estadística hay seres humanos con sueños, ilusiones y derechos.

Zaragoza este fin de semana será eco de la denuncia a nivel nacional contra el racismo, convocada por comunidades migrantes, asociaciones y entidades vecinales aragonesas. El colectivo Acción Migrante Zaragoza hace un llamamiento a acudir a la plaza de España de la capital aragonesa a las 20:00 horas para mostrar la “completa repulsa a estas bandas criminales y a todo el paraguas mediático y político que los ampara y refuerza”. Dicen que “también son culpables de esta persecución delirante y que pone en riesgo la vida de nuestras vecinas migrantes”. Dejan una consigna: “No sobran migrantes, sobran racistas”.

El acto de apoyo a los inmigrantes y sus familias surge por los hechos ocurridos en Torre Pacheco (Murcia). Para reclamar una “respuesta rotunda” de los poderes públicos se concentraron cientos de personas el pasado jueves con el lema ‘No al racismo’, una convocatoria hecha por organizaciones como la Confederación Estatal de Asociaciones Vecinales (CEAV), CCOO, UGT, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), la Federación Estatal LGTBI+ (FELLGTBI+), Red Acoge o Médicos del Mundo.

En contra del “racismo de la ultraderecha”, las organzaciones han convocado a la “concentración pacífica” del sábado. Así la ha denominado la migrante y activista Nathalia Sánchez, representante del Movimiento Antirracista de Zaragoza. En la reunión previa, celebrada este viernes, se denunció “la violencia fascista y la simbólica en los barrios más poblados por inmigrantes como Las Fuentes, Arrabal o Delicias”. También “el racismo institucional”. Y se recordó asimismo que, en 2024, “el 40% de las denuncias por la discriminación y el racismo fue en contra de instituciones públicas”.

El recién publicado informe del Ministerio del Interior recoge por primera vez los delitos de odio por islamofobia, 13 para ser exactos. En el documento se puede identificar dentro de la población extranjera más perjudicada a la marroquí, con 173 hechos registrados en 2024, lo que supone el 22% del total de agresiones según el país de origen. Apuntando al sector social de jóvenes entre 25 a 40 años, es el racismo y la xenofobia, una vez más, quien se lleva la mayoría de las papeletas, con 300 casos incluyendo mujeres y hombres así como el mayor porcentaje de delitos hacia jóvenes de origen marroquí, siendo 90 los reportados. En todos los grupos de edad sobresalen los números afectando a la comunidad magrebí, lo cual se convierte en un patrón que se repite en cada indicador publicado.

Desmitificando la imagen del inmigrante: “Yo vine a trabajar”

Con el pecho encogido y los ojos con lágrimas inician el viaje de la mayoría de emigrantes. Cada historia está cargada de contextos diferentes. Llenos de ilusión por conocer un mundo de oportunidades, se lanzan, jóvenes y no tan jóvenes, al nuevo destino que decidieron llegar, sin ser conscientes aún de sus obstáculos: “Yo vine a trabajar, no sólo para garantizar mi estabilidad económica y la de mi familia sino, para proteger mi vida”, cuenta Augusto un joven venezolano que aterrizó en España en enero del 2021. Hoy vive en el barrio de Torrero.

Su emigración no es tan trágica como estamos acostumbrados a oír. Él vino con un contrato de trabajo de una empresa zaragozana de tecnologías. Se graduó en Ingeniería Informática en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas en 2017, lo que le facilitó cruzar el Atlántico nada más terminar su carrera. Pero ¿por qué un profesional va a necesitar venir a Europa, y en concreto a España? Su respuesta es muy sencilla: “La falta de oportunidades y la inseguridad que se vive en Venezuela”.

El caraqueño describe el alto nivel de peligrosidad en las calles venezolanas, ya sea al salir del trabajo, al quedar con los amigos o incluso en las aulas universitarias: “Es vivir en una zozobra porque te pueden secuestrar o matar en cualquier momento”.

Para su suerte, Augusto ya conocía España por un intercambio estudiantil en 2015: “Esa experiencia me cambió la visión de todo”, asegura. En ese momento puso a España en el punto de mira porque “es un país con una seguridad y una calidad de vida” que no había en su tierra natal. Su decisión la afrontó con “un sentimiento diferente -como él mismo reconoce-, por más que sea tomar un avión es una decisión definitiva y no sabes cuándo volverás a ver a tus padres”.

Y así fue como se insertó en la ciudad aragonesa. Su contrato le permitió alquilar un piso al segundo mes de llegar, un escalón menos para su integración, aunque la preocupación por sus seres queridos en Venezuela pesa a diario. En su trabajo, Augusto encontró su grupo de amigos, todos inmigrantes, que suple la distancia emocional con sus padres y hermana, aunque asegura que a veces se siente solo.

“El proceso de la migración es bastante complejo, para mí ha sido muy duro, sobre todo estando lejos de mis seres queridos, y aún más para adaptarme a una nueva vida. El desafío ha sido enfocar mis acciones a sostener a mi familia que vive en Caracas”, resume. Su relato, cargado de ilusión y esfuerzo, desmiente la imagen estereotipada de “inmigrante delincuente” y muestra la dimensión humana de la migración profesional.

Un futuro mejor

Muy distinta pero igual de resiliente fue la travesía de I.O., una joven marroquí que llegó de forma irregular a España con apenas 21 años llena de ganas de vivir el sueño europeo, algo que en poco tiempo se esfumó. Decidió emigrar para garantizar un mejor futuro para ella y su familia. “Que lo es todo”, cuenta angustiada.

Siete años después, vive luchando contra la soledad no deseada provocada, entre otros factores, por el racismo. I.O. vive en Zaragoza hace 7 años y desde entonces no ha podido volver abrazar a su madre; su único vínculo son las constantes y alargadas videollamadas con su familia de Casablanca: “Es lo que me mantiene más cerca”, afirma.

En su país estudió una formación en laboratorio clínico y conoce el idioma francés. En España ha aprendido el idioma castellano -que es una “gran dificultad”, expone-, ha estudiado una formación profesional sobre hostelería y trabaja, pero esto no ha disminuido su sentimiento de soledad. La joven árabe ha sufrido constantes montañas rusas emocionales, temporadas de encerrarse en el domicilio -cuyo alquiler casi no le da para pagar con el salario -, insomnios, migrañas, tener que recurrir a la medicación o incluso pensar en el suicidio. Y, por supuesto, el miedo a perder el trabajo por las constantes bajas médicas. “Cuento los días, los meses, los años, para poder visitar a mi familia”, expone aferrada a la pantalla de su móvil.

Su testimonio refleja una realidad poco visible: la salud mental de los inmigrantes, víctimas del aislamiento y la precariedad. Aunque la comunicación online aproxima a las familias, no compensa el impacto negativo en las emociones ni evitan la tristeza y la ansiedad que sufren a diario.

La cuestión no va de géneros, edad, idiomas, religión o cultura. Tampoco se trata de las dificultades o ventajas en cada camino. Lo que se repite es la certeza de que es necesario, tanto para sí mismos como para su familia.