El tío Jorge de Ángel Orensanz
He pasado a primera hora por el Parque del Tío Jorge en Zaragoza: había olvidado la escultura de Ángel Orensanz al héroe de los Sitios, o sea, la Guerra de la Independencia: la escultura es de 1968 y fue restaurada en 2007 pues la habían ultrajado a pintadas, le faltaba un brazo y el trabuco. Es una figura anónima, severa, y a su espalda se alza un monolito típico de Orensanz (Larués, 1940), el artista oscense que desde 1986 tiene un centro de arte en una antigua sinagoga de Manhattan, y que donó una casa que acoge el Museo Ángel Orensanz y Artes del Serrablo en Sabiñánigo.
Una vez me contó Orensanz en los años 80 que los monolitos de esa época, como el que hay delante de la Confederación Hidrográfica del Ebro en Zaragoza, los forraba de huesos de animales que pedía en las carnicerías. El agua y las inclemencias los van puliendo, pero todavía pueden distinguirse. Sobrevolamos azarosamente en avioneta los campos donde unos tractoristas trazaban aquellos surcos escultura y el artista iba arrojando peces sobre los lomos de un rebaño de ovejas que pastaban en aquellos surcos junto al aeropuerto de Zaragoza.
En 1808 el agricultor del Arrabal Jorge Ibor y Casamayor, el Tío Jorge, secundado por su amigo el tío Lucas, montó una partida de guerrilleros, detuvo al capitán general de Zaragoza, poco partidario de resistir ante la invasión, asaltó la Aljafería, repartió las armas y fue a buscar y a convencer a Palafox para que dirigiera la resistencia contra Napoleón. Tras organizar la defensa y participar en acciones de guerra murió por la epidemia de tifus ese mismo 1808 dejando un recuerdo imborrable. Hay un retrato suyo de Gálvez y Brambila, pero Orensanz le esculpió un rostro diferente, quizá un gesto universal ante la brutalidad de la guerra, y más si te la hacen.
El día 13 de noviembre se celebra el 214 aniversario de la muerte del Tío Jorge y el barrio del Arrabal o Rabal le dedica muchos actos y homenajes. También habrá reconocimientos oficiales a los 10.000 muertos en Los Sitios que están enterrados en fosas comunes bajo la Arboleda de Macanaz, ya junto al Ebro, frente al Pilar. Esa arboleda, como casi todo, es un cementerio. La ciudad está viva y muerta a la vez, no hacen falta zombis, aquí hay bastante de todo, y todo sucumbe al paso atronador de la historia: días como hoy en Ucrania ha habido en todas partes. Aún debatimos si hubiera sido mejor rendirse y salvar la ciudad y las vidas, pero el Tío Jorge, que estaba allí, y su amigo Mariano Lucas (cuyo callejón es el único cubierto en Zaragoza, nada más cruzar el Puente de Piedra), no lo dudaron ni un segundo. Es difícil o imposible ponerse en su piel. La escultura del Tío Jorge, mutilada y reparada, centrará el homenaje.
El Tío Jorge de Orensanz no respeta el mote que le pusieron sus vecinos al auténtico, cuellicorto, y tiene el cuello normal, erguido y desafiante ante el ataque del mayor ejército de la época: de perfil se aprecia mejor el cachirulo, en medio del parque con ganado a una ciénaga (Balsas de Ebro Viejo). Es una escultura muy potente.
Ángel Orensanz, pastor pirenaico de niño, natural de Larués, vive entre París y Nueva York y sigue sorprendiendo. La historia, los meros días, nos aplasta con su ruello o rollo, bombas, misiles, inflaciones, la mera entropía… y a veces nos da un respiro. El Tío Jorge de Orensanz, cuellilargo, sostiene el trabuco con su nuevo brazo repuesto por Frank Norton y mira al frente.
Creo que Aragón y Zaragoza le deben a Ángel Orensanz, pastor del Pirineo de niño y artista global tan presente en tantas ciudades y parajes de su tierra, una gran exposición y un homenaje. Recuerdo que llevaba americanas de cuadros y el coche lleno de zapatos: tras patearse los campos embarrados de su surco escultura se los iba cambiando.
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