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Marcador no definitivo en el partido de ida

A los debates electorales, ese invento de la democracia televisiva y televisada estadounidense de los tiempos de Kennedy vs. Nixon que se ha extendido por todo el mundo, se va sobre todo a tres cosas: a afianzar el voto de los ya partidarios, a pescar el mayor número de votos de los indecisos y a no cometer errores graves. Los cuatro contendientes del debate de la noche de este lunes (RTVE, 22 a 23.30 horas) cumplieron el expediente y con las tres previsiones, pero en diferente grado. Pedro Sánchez quizás estuvo demasiado reservón, especialmente en la primera mitad. Albert Rivera se mostró contundente y al ataque, pero quizás un tanto acelerado. A Pablo Casado, el menos experimentado de los cuatro en estas lides, se le vio algo nervioso y sin encontrar por completo su sitio. Y a Pablo Iglesias, con la capacidad dialéctica de sus comienzos en política y con un punto de estadista y algunos rasgos de autocrítica que apenas se le conocían hasta ahora. Si hubo un ganador del debate, fue el líder de Unidas Podemos. Hasta se permitió el lujo de darles al resto –y especialmente a las derechas– varias lecciones de constitucionalismo, de la Constitución social y de los derechos civiles.

Las encuestas aseguran que hay aún muchos indecisos ante las elecciones del próximo domingo. Muchos electores que han decidido votar, pero que aún no tienen claro a quién. Dicen también los sondeos que los indecisos dudan dentro de cada bloque y que apenas hay trasvases entre estos. Los de derechas se debaten entre PP, Ciudadanos y Vox. Los de izquierdas, entre PSOE, Unidas Podemos y quedarse en casa. Si es así, en la pugna del bloque de la derecha Albert Rivera se impuso a Pablo Casado con cierta claridad. El líder del partido naranja, que sabe que tiene el voto más volátil de todos y que ha de arriesgar más en su dura liga, se apresuró a atacar con contundencia a Pedro Sánchez, sobre todo con Cataluña; a sacar banderas, una en la muñeca y otra en una cartilla sanitaria impostada; a prometer bajadas de impuestos y reformas liberales varias; y a ofrecer a Casado un Gobierno “constitucionalista”... presidido por el propio Rivera. El líder del Partido Popular, único debutante en este formato de debate, quizás quiso parecer más presidenciable que en sus agitados mítines, y se vio desbordado por su a veces hiperventilado rival y socio naranja. Si Casado se quedó corto, Rivera se pasó de largo, pero en el balance final se impuso el segundo.

En el bloque de izquierdas, Pedro Sánchez trató de vender su gestión como presidente estos últimos diez meses, enarbolando mucho lo social, y de entrar poco en los duros ataques de Rivera y de Casado y en las corteses pero contundentes preguntas de Iglesias, sobre todo una reiterada a si pactaría con Ciudadanos. Esta actitud amarrategui de Sánchez le lastró bastante, especialmente en la primera parte del debate. Mejor le fue ante su parroquia al presidente del Gobierno cuando golpeó a sus adversarios de derechas: a ambos con el feminismo y con sus tratos con Vox, y a Casado además con sus mentiras (“Hay que ponerle a usted un detector de verdades”), con la corrupción o con los 127 pactos del PP con Bildu.

En el duelo interno de izquierdas, Iglesias probablemente pescó en el debate más indecisos que Sánchez. Progresividad fiscal, vivienda, salarios dignos, pensiones periódicamente revalorizadas por ley, funcionarios públicos (incluidos los de las fuerzas armadas), puertas giratorias, bancos, eléctricas, cloacas del Estado... Iglesias sacó todo su repertorio y por lo general a tiempo, sin que pareciera forzado ni preparado, y apoyándose bien en los muchos artículos de la Carta Magna que apenas se cumplen y que los autoproclamados “constitucionalistas” nunca enarbolan. Y aunque fruncía el ceño como siempre, con un tono menos soberbio y más sensato que otras veces.

El duelo a cuatro, en fin, pareció lo que era. El partido de ida, que se salda con un marcador aún no definitivo. Para el de vuelta, en la noche de este martes (Atresmedia, 22 horas), probablemente todos guarden nuevas bazas.

A los debates electorales, ese invento de la democracia televisiva y televisada estadounidense de los tiempos de Kennedy vs. Nixon que se ha extendido por todo el mundo, se va sobre todo a tres cosas: a afianzar el voto de los ya partidarios, a pescar el mayor número de votos de los indecisos y a no cometer errores graves. Los cuatro contendientes del debate de la noche de este lunes (RTVE, 22 a 23.30 horas) cumplieron el expediente y con las tres previsiones, pero en diferente grado. Pedro Sánchez quizás estuvo demasiado reservón, especialmente en la primera mitad. Albert Rivera se mostró contundente y al ataque, pero quizás un tanto acelerado. A Pablo Casado, el menos experimentado de los cuatro en estas lides, se le vio algo nervioso y sin encontrar por completo su sitio. Y a Pablo Iglesias, con la capacidad dialéctica de sus comienzos en política y con un punto de estadista y algunos rasgos de autocrítica que apenas se le conocían hasta ahora. Si hubo un ganador del debate, fue el líder de Unidas Podemos. Hasta se permitió el lujo de darles al resto –y especialmente a las derechas– varias lecciones de constitucionalismo, de la Constitución social y de los derechos civiles.

Las encuestas aseguran que hay aún muchos indecisos ante las elecciones del próximo domingo. Muchos electores que han decidido votar, pero que aún no tienen claro a quién. Dicen también los sondeos que los indecisos dudan dentro de cada bloque y que apenas hay trasvases entre estos. Los de derechas se debaten entre PP, Ciudadanos y Vox. Los de izquierdas, entre PSOE, Unidas Podemos y quedarse en casa. Si es así, en la pugna del bloque de la derecha Albert Rivera se impuso a Pablo Casado con cierta claridad. El líder del partido naranja, que sabe que tiene el voto más volátil de todos y que ha de arriesgar más en su dura liga, se apresuró a atacar con contundencia a Pedro Sánchez, sobre todo con Cataluña; a sacar banderas, una en la muñeca y otra en una cartilla sanitaria impostada; a prometer bajadas de impuestos y reformas liberales varias; y a ofrecer a Casado un Gobierno “constitucionalista”... presidido por el propio Rivera. El líder del Partido Popular, único debutante en este formato de debate, quizás quiso parecer más presidenciable que en sus agitados mítines, y se vio desbordado por su a veces hiperventilado rival y socio naranja. Si Casado se quedó corto, Rivera se pasó de largo, pero en el balance final se impuso el segundo.