La subida de precios, el auge de los pisos turísticos y la compra de viviendas por parte de inversores de fuera están tensionando al máximo el mercado inmobiliario asturiano. Mientras miles de casas permanecen vacías, jóvenes y familias trabajadoras se enfrentan a alquileres inasumibles y contratos cada vez más precarios. El Gobierno regional busca respuestas con nuevos programas públicos, pero la burbuja ya se ha asomado en el norte, donde encontrar una casa para vivir que reúna las condiciones de una vivienda digna y a un precio asequible se ha convertido casi en una misión imposible.
“Acepté porque me gustaba el piso y no quería problemas con los caseros”, recuerda Dani, vecino de Gijón, que durante años pagó 520 euros por un apartamento mínimo en Cimavilla. Poco después, los propietarios subieron la renta por encima del IPC y, finalmente, decidieron vender el piso —a pesar de que su contrato aún tenía dos años de vigencia—. “Me lo ofrecieron primero a mí, pero el precio era una locura. Después lo vendieron a alguien que no vive en España y ahora lo alquilan por 850 euros”, explica.
Subidas desorbitadas
Su historia refleja un patrón cada vez más frecuente en Asturias: la vivienda se ha convertido en un activo para invertir, no en un bien para vivir. La compra de inmuebles por parte de ciudadanos extranjeros se ha disparado un 30,8% en el último año, el mayor incremento del país, según el Consejo General del Notariado. Muchos de esos compradores no residen en la región y adquieren pisos para destinarlos al alquiler vacacional o a la especulación.
El resultado se nota en los bolsillos. En el segundo trimestre del año, el precio medio de la vivienda libre en Asturias alcanzó los 1.577 euros por metro cuadrado, el nivel más alto desde 2011, mientras el alquiler medio en Oviedo o Gijón ya roza cifras que hace solo una década parecían impensables.
Se normalizan los abusos
A la escalada de precios se suma una creciente sensación de desprotección entre los inquilinos. Desde el Sindicatu de Vivienda d'Asturies alertan de que los abusos se han normalizado: caseros que no devuelven las fianzas, subidas unilaterales de la renta o notificaciones de desalojo disfrazadas de “uso familiar”. “Muchos inquilinos no denuncian por miedo o por el coste de los procedimientos judiciales. Y eso deja vía libre a los abusos”, lamenta una portavoz del colectivo.
Mientras tanto, muchos propietarios particulares se encuentran ante un nuevo escenario. Javier, por ejemplo, tiene un piso vacío en Gijón. “Pensé en alquilarlo por 600 euros, algo razonable para tres habitaciones, pero mis amigos me dijeron que estaba loco, que ni por un estudio. Al final me planteo pedir más”, confiesa. Una dinámica que contribuye a inflar los precios y consolidar una lógica especulativa donde el alquiler se percibe como una oportunidad de rentabilidad rápida, no como un derecho.
Comprar para invertir
Miguel, por su parte, vendió la casa familiar de Colombres y el mismo día recibió seis ofertas, todas de personas de Madrid que querían comprar “para invertir”. “Nadie quería vivir allí, solo alquilarla a turistas o a terceros. En ese momento entendí lo que está pasando en Asturias”, explica.
El acceso a la vivienda se ha convertido en una pesadilla para buena parte de la juventud asturiana. Carla, de 26 años, regresó a su Asturias natal tras varios años viviendo en el extranjero. Tiene contrato indefinido en una empresa, pero “pagar un piso sola es imposible”. Las habitaciones en pisos compartidos rondan los 400 euros, y las opciones de alquiler completo superan con facilidad los 700 u 800. “He vuelto a Asturias para acabar otra vez en casa de mis padres”, lamenta.
Una meta inalcanzable
Los datos respaldan esa sensación de asfixia: el Consejo de la Juventud de España sitúa a Asturias entre las comunidades donde menos jóvenes pueden emanciparse. La causa es doble: sueldos bajos y un mercado inmobiliario cada vez más inaccesible. “El derecho a la vivienda está dejando de ser un derecho real y se ha convertido en una meta inalcanzable para la clase trabajadora”, advierten desde el Sindicato de Inquilinas.
Con este panorama, el Gobierno asturiano intenta mover ficha. Esta semana, la Consejería de Vivienda ha aprobado el decreto que regula el programa “Alquilámoste”, con el objetivo de movilizar viviendas vacías de titularidad privada y destinarlas a alquiler a precio asequible.
Más de 100.000 casas vacías
La propuesta se apoya en una promesa clara: los propietarios que cedan sus viviendas a la administración recibirán un canon mensual estable y la garantía de que el piso será devuelto en el mismo estado.
La gestión recaerá en Vipasa, la empresa pública de vivienda, que se encargará también de cubrir posibles desperfectos. Según el INE, en Asturias hay más de 100.000 viviendas vacías, más de 8.000 solo en Gijón, lo que convierte este programa en una posible vía para reactivar ese parque dormido.
Zonas tensionadas
Paralelamente, la Consejería trabaja en la declaración de 16 zonas tensionadas en seis municipios —Gijón, Avilés, Langreo, Llanes, Gozón y Cabrales— para poder topar los precios del alquiler donde ya superan el 30% de la renta media. El Principado espera remitir los expedientes al Ministerio antes de fin de año.
Además, se prevé el inicio de 400 viviendas públicas de alquiler asequible, la mayoría en Oviedo, y una nueva convocatoria de ayudas al alquiler por valor de 14,7 millones de euros. También está sobre la mesa un gravamen del 15% a la compraventa de inmuebles por parte de grandes tenedores, aunque la medida sigue en negociación.
Un futuro incierto
Pese a los anuncios, los colectivos vecinales y sociales son escépticos. “El problema es estructural. No basta con ayudas o programas si no se regula el mercado y se frena la especulación”, advierten desde el Sindicatu Vivienda d'Asturies.
La situación se agrava con la expansión de las viviendas turísticas, que vacían los centros urbanos y expulsan a los residentes. En Gijón y Llanes, los vecinos ya denuncian que encontrar un piso “normal” se ha vuelto una misión imposible.
Asturias, que durante décadas fue ejemplo de vida asequible, vive ahora su propio dilema inmobiliario: cada vez es más difícil encontrar un techo, y cada vez es más rentable especular con él.