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La ropa diseñada por un ingeniero aeronáutico que crece con los niños

Ropa de la empresa londinense Petit Pli

Laura Rodríguez

Imagina que pudieras comprar un traje a un bebé de nueve meses y que éste le durara hasta los cuatro años. Por un lado, supondría un ahorro considerable: un estudio en Reino Unido estima que el gasto en ropa hasta que el niño cumplía cinco años es de unas 3.400 libras (unos 3.900 euros). Pero, además, reduciría el impacto ambiental.

La compañía de ropa londinense Petit Pli acaba de ganar una de las categorías del premio Global Change Award que busca moda más sostenible por un sistema de ropa que crece con los niños y dura mucho más gracias a una tela que se estira.

La idea, del diseñador e ingeniero aeronáutico Ryan Mario Yasin, se basa en los modelos de origami y en los satélites desplegables de nanoestructuras con los que trabajó en la universidad británica Imperial College. Los paneles de fibra de carbono que se requerían para estos sistemas fueron la inspiración para crear un material que se pliega como un acordeón y que, tras su uso, recupera su forma original. Es decir, que el traje se agranda cuando el niño se mete dentro y vuelve a su tamaño más reducido al guardarse para que se pueda adaptar cuando se emplee de nuevo.

Aunque el material, como la mayoría de las fibras resistentes al agua, está compuesto de poliéster, utiliza, según sus creadores, un 100% de telas recicladas y se basa en un compuesto monofibra más fácil de reciclar. “La ‛ropa que crece′ ha sido diseñada para atender las necesidades de los padres, niños, minoristas, fabricantes y del medio ambiente, ofreciendo la oportunidad de hacer que la opción sostenible sea más deseable y se pueda llevar a cabo hoy en día”, asegura Mario Yasin, orgulloso del premio.

Ahora bien, aunque la duración de las prendas sea uno de los principales objetivos que se proponen los que defienden una economía circular, resulta también cuestionable que el solo hecho de crear este tipo de materiales vaya a cambiar la actitud de los consumidores. Según el informe que publicó hace dos años la Fundación Ellen McArthur, la producción de ropa se ha casi duplicado en los últimos 15 años, en parte por el auge de las economías emergentes, pero sobre todo por lo que se ha denominado fast fashion: tendencias que se renuevan más rápidamente, nuevas colecciones que duran menos en el mercado y, en muchas ocasiones, precios muy reducidos.

De acuerdo a este estudio, hoy en día, la industria de la moda estaría emitiendo más gases de efecto invernadero que todo el transporte aéreo y marítimo internacional combinado, vierte alrededor de medio millón de microfibras de plástico en el océano y contribuye en gran medida al problema del derrame de residuos tóxicos.

El premio Global Change Award, otorgado por la Fundación sin ánimo de lucro H&M, parece que constituye un intento plausible para buscar soluciones. Entre algunos de los nuevos diseños que ha recompensado se encuentra una de las primeras membranas resistentes al agua creada a partir de sustancias minerales no tóxicas, un cuero vegetal producido a partir de una fruta exótica o fibras naturales elaboradas a partir de desechos de comida como caña de azúcar, plátanos o piña.

Pero para algunos, como la periodista británica que investiga las condiciones de fabricación de la ropa, Lucy Siegle, también puede suponer una manera de justificar nuestro modelo de consumo. “Nos puede hacer creer que podemos tener toda la moda que queramos sin hablar de recortar la producción o frenar la expansión comercial”, ha comentado al referirse a estos premios.

Sin duda, una ropa que se estira es el sueño de muchos padres, pero quizá solo otro pequeño paso para mejorar la sostenibilidad de una industria que no para de crecer.

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