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Dinamarca, el país de los impuestos ambientales

Los daneses suelen decir que cuando compran un coche pagan dos

Marta Montojo / Marta Montojo

Copenhague —

Chris Pietersen amanece cada día en su apartamento en Nørrebro a eso de las siete y media. Nada más levantarse, se lava los dientes y se mete en la ducha. Por cada metro cúbico de agua que sale de ella, Chris paga 6,5 coronas danesas (0,87 euros). Es la factura más cara de la Unión Europea, de la cual más de la mitad son impuestos.

“Es tan cara porque se paga el 100% de lo que cuesta el tratamiento”, explica Christian Hald-Mortensen, del departamento de recursos hídricos de la Agencia de Protección del Medio Ambiente danesa (EPA, por sus siglas en inglés). En Dinamarca, los tributos sobre la gestión del agua los asumen las empresas que tratan el recurso, que luego incluyen en el recibo del consumidor. El analista en fiscalidad ambiental Mikael Skou justifica la medida: “De esta forma se motiva el ahorro de agua tanto en las empresas como entre los consumidores y, como también se paga lo que se contamina, se incentiva el cuidado por reducir el impacto ambiental”. Puede decirse que este país nórdico ha sido un pionero. En los años 90, el Gobierno danés impulsó una medida que penalizaba a los gestores de agua que tuvieran más del 10% de fugas. “La gestora tenía que pagar un porcentaje por superar ese índice. Hoy, las ciudades de Copenhague y Odense están en el 5%, mientras la media nacional es del 7,8%”, matiza el especialista de la agencia ambiental Hald-Mortensen.

La recaudación de los tributos sobre el agua va a parar a la investigación de mejoras en tecnología y a la innovación en la gestión del recurso. Desde la reforma que se llevó a cabo hace 20 años, el precio que los usuarios pagan por el agua solo puede destinarse a proyectos de eficiencia. “Los daneses pagan gustosos sus facturas e impuestos porque confían en el buen servicio que van a recibir a cambio”, juzga optimista Hald-Mortensen.“Si un día no saliera agua del grifo o esta fuera de mala calidad, como puede ocurrir en otros países, los consumidores no la pagarían”, insiste. Este aumento en la factura también ha tenido efectos en el consumo industrial, que igualmente se ha reducido. “Tradicionalmente, para producir un litro de cerveza se necesitaban 20 litros de agua, mientras que ahora apenas se usan dos litros”, asegura; y ofrece otro dato: “Antes de los altos impuestos los daneses consumían una media de 170 litros al día [por persona]. Hoy consumen 105 litros”.

Desde su casa hasta el café donde trabaja, situado en pleno centro de Copenhague, Chris no tarda más de 15 minutos en bicicleta. “Voy en bici a trabajar porque me resulta mucho más agradable respirar el aire fresco por la mañana”, relata. Para que ese aire se mantenga limpio, Chris paga, también, unos impuestos sobre contaminación bastante más altos que en los países vecinos. Como sucede con la gestión del agua, el impuesto de contaminación lo asumen las empresas genera- doras de energía, que incluyen ese coste en la factura eléctrica de las casas. Este tributo está clasificado por tipo de energía. Por ejemplo, la biomasa (el uso de materia orgánica para producir energía) está exenta de impuestos, algo que la organización conservacionista Greenpeace no aprueba, pues como apunta Tarjei Haaland, director de campaña de energía y clima de los ecologistas en Dinamarca, no es una tecnología neutra en carbono, es decir, emite CO2.

Este grupo también pide que se reduzca la tasa sobre la electricidad, al considerar que desincentiva el uso del coche eléctrico. Haaland argumenta que, aunque es cierto que los vehículos eléctricos no son “completamente verdes” –por ejemplo si la electricidad que los mueve sale de plantas que queman carbón–, son mucho más eficientes que los autos antiguos que queman combustibles fósiles, y el elevado impuesto sobre la electricidad los deja en desventaja. El transporte motorizado es casi un producto de lujo en Dinamarca. Después de Malta, los daneses tienen los impuestos por transporte más caros de la Unión Europea, que representan hasta un 39,5% de la recaudación fiscal ambiental. El país escandinavo cuenta con algunos de los peajes más elevados del mundo (solo cruzar el puente de Øresund, que conecta Copenhague con la ciudad sueca de Mälmo, cuesta 50 euros), y el dueño de un coche estándar de tres ejes paga unas tasas por las carreteras que se ponen en más de 800 euros anuales.

El impuesto sobre el carburante, por su parte, es de 19 euros por gigajulio si se trata de gasolina, y de 12 euros por gigajulio en caso del diésel. Chris, como la mayoría de daneses que reside en Copenhague, se mueve por la ciudad en bicicleta y argumenta que ni siquiera tiene coche, pues el impuesto de matriculación que requiere la compra del vehículo asciende hasta el 180% del valor del auto. “Aquí decimos que cuando compramos un coche pagamos dos”, confirma el analista Mikael Skou, y señala que, aunque estos impuestos nacieron con el propósito de recaudar dinero para el estado de bienestar, ahora justifican buena parte de la movilidad sostenible de la capital danesa, que destaca por tener un visible predominio de bicis sobre coches en circulación.

Para comer, Chris se lleva el almuerzo preparado de casa. Cocina por las noches–comida sana, dice– para no recurrir al menú del café donde trabaja. La verdura que compra en el supermercado es de agricultura ecológica. De hecho, un 10% de la comida que se vende en los supermercados daneses pertenece a esta categoría. Dinamarca, como Suecia, Noruega y Francia, tiene algunos pesticidas completamente vetados. Y los que sí pasan los estrictos controles y consiguen introducirse en el mercado llevan impuestos, lo cual supone un incentivo para la producción ecológica. “Desde 2011, el uso de pesticidas se ha reducido un 40%”, aduce Hans Martin Kühl, del departamento de pesticidas de la EPA danesa. Este especialista añade que Dinamarca está entre los pocos países que tienen campos agrícolas de ensayo, donde se comprueba el potencial dañino de los químicos para el medio ambiente y si estos pueden acabar filtrándose en el agua subterránea –en Dinamarca solo se utiliza el agua del subsuelo y esta no se limpia con químicos–. También, en función de la amenaza que suponga el producto, se asigna un mayor o menor impuesto. “Si los químicos fueran realmente dañinos ni siquiera se aprobaría su venta”, resume Martin Kühl.

Entre los impuestos por la contaminación del agua, aquellos que gravan la energía, los correspondientes al transporte, otros por determinados recursos naturales y los que se aplican a los residuos, Dinamarca es el Estado de la Unión Europea que más tributos verdes cobra: en 2016, el país recaudó en impuestos ambientales un 4% de su PIB, según la oficina estadística europea Eurostat. Mientras, España se sitúa a la cola en la lista de recaudación fiscal ambiental, con unos impuestos que equivalen a menos del 2% de su PIB, solo por delante de Eslovaquia y Lituania.

Organismos internacionales como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) llevan años insistiendo en que se haga un mayor uso de la tributación ambiental, y países como Polonia y Estonia, que han incrementado en más de un 50% su cuota de estos tributos en los últimos años, están ahora recogiendo los frutos. Sus economías son más dinámicas y eficientes, según un informe sobre fiscalidad ambiental elaborado por el Institut d’Economía de Barcelona (IEB).

Como plantea Mikael Skou en el estudio del IEB, un aumento de estos impuestos puede sustituir a otros tributos, en concreto los del trabajo. “Este intercambio fiscal puede contribuir a que la economía sea más competitiva, no solo reduciendo los costes laborales, sino también redundando en un uso más eficiente de los recursos y la energía”, afirma. El texto también aclara que, sin superar la media europea, España todavía tiene margen para duplicar o incluso triplicar los ingresos que se recaudan a base de impuestos ambientales y, con ello, reducir otros sobre el empleo.

Además de liderar la lista en la UE, el país escandinavo está a la cabeza de la eficiencia energética. Mikael Skou lo explica de este modo: “En Dinamarca, incluir el impuesto por contaminación atmosférica en la factura de luz y calefacción, y por tanto trasladar los impuestos a los consumidores, se ha traducido en un ahorro energético y una mayor atención a la huella ecológica”. Y señala que en los países que tienen este tipo de tributación energética se consume un 50% menos de energía que aquellos como Estados Unidos, donde el valor de los recibos es muy inferior. Además de su propósito de descarbonizar la economía, Dinamarca pretende hacerla circular. Los recursos naturales cuentan con unos impuestos que, tanto Mikael Skou como la EPA danesa confirman que han significado un importante aumento del reciclaje. “Existen tasas sobre determinados materiales nuevos que incentivan el uso de otros reciclados y, además, algunos productos que se venden en los supermercados tienen un recargo extra”, comenta Robert Heidemann, economista y parte del departamento de residuos y economía circular de la EPA danesa.

De los tributos verdes que gravan los materiales para la construcción se recaudaron en 2016 un total de 150 millones de coronas danesas (unos 20 millones de euros). Esta cantidad es relativamente pequeña si la comparamos con la recaudación que se hizo gracias a los impuestos sobre los embalajes del sector de empaquetado y envasado de productos: 678 millones de coronas danesas (unos 90 millones de euros), según los datos ofrecidos por esta institución. La recaudación fiscal ambiental que se consigue con estos impuestos va a parar a los presupuestos generales del Estado.

Así, cuando Chris va a hacer la compra y adquiere una bolsa de plástico, el supermercado le cobra por la bolsa una cantidad para cubrir los costes del impuesto que el establecimiento paga por ellas. Si, en su carrito, Chris también mete una botella de vino, ese producto incluye un impuesto especial sobre el material que cuesta 1,8 coronas danesas (0,24 euros).

En conjunto, el diseño fiscal de Dinamarca está entre los que más impuestos recauda del mundo. Juntos, tributos indirectos y directos pueden suponer el pago de hasta el 72% de los ingresos de un danés. Esto es posible en parte gracias a un ejercicio de enorme confianza de los ciudadanos en su gobierno, como analiza Michael Booth en su libro Gente casi perfecta, en el que el periodista británico asentado en Dinamarca trata de explicar el éxito de las sociedades nórdicas y deconstruye el mito de la utopía escandinava. Como Booth, hay otras voces críticas con este tipo de sistema que otorga tanto dinero y por tanto un gran poder al Estado, y opinan que este modelo no sería viable en España. Pero, aunque en la esfera política sí se plantea una rebaja de los impuestos, los daneses no parecen poner una real oposición a su modelo impositivo, ya que les ofrece un colchón de seguridad en los servicios públicos y, en el caso de los tributos verdes, un entorno saludable y un medio ambiente bien cuidado, cosa que, para daneses como Chris, es algo que no tiene precio.

 

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