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“Yo no soy una mujer maltratada”

Este lunes leíamos en los medios que una joven había sido detenida tras golpear al policía que iba a detener a su pareja, ya que éste la tenía secuestrada y encerrada en su casa a 'modo de castigo“.

Según ella misma, su novio lo hacía cuando consideraba que debía castigarla. Con toda la naturalidad del mundo lo había aceptado así. La normalización del maltrato unida a la dependencia emocional que desarrollan las víctimas de sus agresores, no sólo hace que muchas de ellas no denuncien, sino que intentan por todos los medios no involucrar a terceros que puedan hacerle daño alguno a él.

Esta historia es sólo una más de las incontables que ocurren cada día en España o en cualquier país del mundo. Sabemos que las víctimas que interponen una denuncia son sólo el pico de la pirámide, y que la base la constituyen mujeres que, o bien no sienten que lo que les ocurre sea denunciable, o bien no se sienten legitimadas para hacerlo o directamente sienten miedo por diferentes motivos a ese proceso.

Los tipos de violencia que sufren las mujeres a manos de hombres están tan normalizadas, que el milagro son esas miles supervivientes anuales que se arman de valor y dan el paso para desvincularse de su pareja y para enfrentarse a un proceso judicial. Muchas víctimas de violencia de género deciden simplemente separarse, sin que sepamos jamás que esas mujeres también han estado sufriendo violencia machista.

Esa es la realidad de nuestro país. Una realidad que sólo puede ser negada por dos tipos de personas: las que tienen mucho que esconder y temer, y las que están intoxicadas por el discurso misógino que, aun sin datos y con conspiranoias mediantes, sigue trepanando cabezas.

En nuestro país, solo en un año, son 52.000 mujeres las que viven, según la propia policía, bajo riesgo de violencia machista. Hablamos solo de las mujeres que han denunciado, claro. Esta cifra anual no se menciona nunca, no es conocida ni al discurso dominante negacionista le interesa para nada.

En pleno año 2019, y gracias a que este discurso misógino ha encontrado un partido político que miente por ellos en todas las tribunas posibles, el feminismo se enfrenta no ya sólo a acabar con la violencia machista, sino a desmentir bulos que niegan que esta violencia sea efectivamente machista y acabar con los mitos que dicen que las mujeres matamos y agredimos en igual medida que los hombres. Como si este sistema favoreciera la discriminación, la cosificación y la violencia contra hombres por parte de mujeres.

Esta se ha convertido en una lucha constante entre las cifras reales y los números de todo tipo que corren gracias a los bulos sobre denuncias falsas o, por ejemplo, sobre mujeres que matan a sus hijos.

Tenemos ahora que dividir nuestro tiempo y esfuerzos en combatir la violencia de sufrimos y combatir a quienes quieren minimizarla. La realidad sigue su curso mientras tanto, y el problema por supuesto sigue de fondo con un goteo incesante de asesinadas, con una denuncia por violación cada cinco horas, con un sinfín de mujeres que viven con su maltratador y al que no identifican como tal.

Mientras seguimos oyendo el llanto machista sobre las malvadas mujeres que denuncian en falso y que ponen en peligro a hombres inocentes, la realidad ahí fuera la sigue constituyendo un grueso de víctimas que sienten que ellas no son mujeres maltratadas. Y que, de serlo, está claro por las sentencias que podemos encontrar en cualquier noticia, nadie va a creerlas. Y nadie acaba siendo ellas mismas.

Las campañas para prevenir la violencia machista siguen siendo malas y pocas, y están muy lejos de acabar con el falso “perfil de mujer maltratada”. Esa mujer de más de 50, ama de casa, con hijos, muda de terror, ojos morados y paciencia y bondad ilimitada. Nadie se reconocerá jamás en ese “perfil”, porque incluso quien lo cumpla a pies juntillas ha llegado a despreciarse a sí misma debido a la violencia psicológica, ha llegado a creer que la culpa es suya y en su mano está la solución para él “cambie”.

No existe el perfil de mujer maltratada y, sin embargo, muchas mujeres no son conscientes de la situación de maltrato en la que viven al no verse reflejadas en ese espejo. Chicas que creen que encerrarlas bajo llave es un castigo merecido. Mujeres que acaban asesinadas sin haber puesto jamás una denuncia porque confiaban en que finalmente todo iría a mejor. Mujeres reales, experiencias cotidianas, diferentes pero con una raíz común: la prepotencia machista que tienen los hombres sobre ellas, máxime cuando son su pareja.

La falsedad no está en esas denuncias que el machismo lleva todo el día en la boca, la falsedad vive en la idea que tiene la sociedad sobre qué es ser una mujer maltratada. El peligro no está en los calabozos con cero hombres acusados en falso, sino en las casas de todas esas mujeres cuyas parejas, ayudadas por los medios y por gran parte de la sociedad, les han vetado la palabra “maltrato” de sus reflexiones.

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Este lunes leíamos en los medios que una joven había sido detenida tras golpear al policía que iba a detener a su pareja, ya que éste la tenía secuestrada y encerrada en su casa a 'modo de castigo“.

Según ella misma, su novio lo hacía cuando consideraba que debía castigarla. Con toda la naturalidad del mundo lo había aceptado así. La normalización del maltrato unida a la dependencia emocional que desarrollan las víctimas de sus agresores, no sólo hace que muchas de ellas no denuncien, sino que intentan por todos los medios no involucrar a terceros que puedan hacerle daño alguno a él.