El CD Tenerife roza su centenario
El martes 8 de agosto de 1922, hace hoy 99 años, un grupo de entusiastas aficionados al ‘foot-ball’ constituyeron el Club Deportivo Tenerife. La sesión celebrada en la sede del Centro de Dependientes, en la calle San José de la capital tinerfeña, fue el colofón de semanas de trabajo en pos de resucitar una actividad languideciente. Superar el declive de los últimos años, tras el esplendor alcanzado por el Nivaria, primeramente, y el Tenerife Sporting Club. Tomar la antorcha y mantener viva su llama.
Desde aquel instante, a punto de cumplirse ahora un siglo de historia blanquiazul, el CD Tenerife ha escrito las páginas más gloriosas del fútbol isleño. Una trayectoria en la que sobresalen 13 años de presencia en la Primera División, adornados con dos concursos en competiciones europeas, y 44 participaciones en la división de plata del fútbol español.
Pero para alcanzar esos escenarios nacionales e internacionales, el representativo tuvo que encarar antes las limitaciones propias de la insularidad. Porque solo a raíz del desarrollo de la aviación comercial fue posible tomar parte en las competiciones regulares del balompié hispano, en la segunda década del siglo pasado. Con algunas excepciones, salvadas por vía marítima, como fueron las eliminatorias del Campeonato de España de 1932 y 1934 y la Copa del Generalísimo de 1940, o las giras por Madeira (1922 y 1930) y la península (1933).
Hasta entonces, entre 1922 y 1953, el CD Tenerife tuvo que batirse con las escuadras más potentes en el ámbito local (Real Unión, Hespérides, Iberia, Salamanca, Price, Norte…) y regional (Victoria, Marino, Gran Canaria, Atlético…) O concertar amistosos veraniegos con algunos de los mejores clubes nacionales: Vigo, Sevilla, Español, Europa, Betis, Real Madrid, Athlétic de Bilbao, Atlético de Madrid… Incluso extranjeros, casos del Marítimo, Everton, Liverpool o Viena.
LAS CENIZAS DEL SPORTING CLUB: Todo ello fue posible gracias a la entente alcanzada en 1922 por todos aquellos seguidores de la práctica deportiva importada de tierras británicas, reunidos la noche del 8 de agosto en el Centro de Dependientes. La tarea efectuada en las semanas precedentes generaba un ambiente distendido, de serena felicidad.
Atrás quedaban los quebraderos de cabeza propios de quienes tienen que regir una entidad proa al marisco, como era el Tenerife Sporting Club. La deuda acumulada con la propiedad del campo de fútbol próximo a la calle Miraflores, representada por Edmundo Caulfield, fue el detonante de una crisis que venía de lejos. Poco quedaba ya de la euforia generada a partir de su creación, en 1912.
Con ser importante la merma financiera, la decadencia tornó en institucional, sin que los rectores del club fueran capaces de solucionar la crisis. Tanto fue así que el secretario de la junta, Juan Labory, tiró de los trofeos ganados por los blanquiazules y los guardó en su casa, evitando que fueran embargados, por ser la mayoría de ellos de plata de ley. Con posterioridad, engrosaron las vitrinas de la nueva entidad.
Pero si hubiera que concretar un hecho definitorio de la claudicación del Sporting, ese fue la devolución de las llaves del campo de fútbol a la familia Caulfield, a mediados del mes de julio. Un hecho que, sin embargo, tuvo un efecto inmediato, en favor de la pervivencia de la causa blanquiazul: Julio Fernández del Castillo, uno de los futbolistas de referencia en las filas del fenecido Sporting, apeló al tinerfeñismo para reactivar a algunos de lo más conspicuos seguidores de este deporte en la capital.
LA FLAMANTE SOCIEDAD: El sábado 5 de agosto, tres días antes de la sesión constituyente, los seguidores de aquella iniciativa habían celebrado un encuentro preparatorio, donde cambiaron impresiones sobre el proyecto de constituir una nueva sociedad de deportes en Santa Cruz. “Los iniciadores dieron cuenta del resultado de las gestiones que han realizado con los señores Caulfield, dueños del campo de foot-ball, habiéndose llegado a un acuerdo para el arrendo del mismo”, informaba el diario “La Prensa” en su edición dominical.
Tras esbozar los fines que habría de perseguir la nueva sociedad, los asistentes acordaron por unanimidad nombrar una comisión para afrontar los trabajos preparatorios y la redacción del nuevo reglamento.
Con el fin de revestir la cita del martes 8 con el mayor lustre posible, los convocantes invitaron abiertamente “a todas las personas que tienen conocimiento del proyecto”, además de aquellas otras que habían asistido a la sesión preparatoria.
ELECCIÓN DEL PRESIDENTE: Entre los impulsores más fervorosos de la empresa figuraba Mario García Cames, el cónsul uruguayo en la isla, que esa noche fue proclamado presidente del nuevo club. Tenía entonces 39 años y había sido uno de los nueve rectores del Sporting Club en su década de vida. Su designación fue acogida con general entusiasmo, “pues de su provechosa iniciativa esperamos todos el renacimiento de los deportes en Tenerife”, señalan las crónicas de aquel emotivo acto.
A su lado fueron elegidos otros diez directivos, a los que cuatro días después le fueron asignados sus respectivos cargos: vicepresidente, Cándido E. Pérez; tesorero, Julio Fernández del Castillo; contador, Rodolfo Krawany; secretario, Juan Labory; vicesecretario, José Pérez Quesada; vocales, Antonio Álvarez, Carlos Rizo, Joaquín Feria, Joaquín Cola y Melquiades González.
Además, la junta adoptó varios acuerdos relacionados con la reapertura del campo de Miraflores, que se hizo efectiva la tarde del 17 de agosto, en presencia de un buen número de aficionados. En fechas sucesivas se procedería al arreglo de la cancha, que se vio ensanchada, y de los muros circundantes, con objeto de “evitar la entrada en el campo de personas ajenas a la sociedad”. La construcción de un cuarto de duchas, junto a la caseta, y una cancha de tenis completaban la planificación prevista.
CAPTACIÓN DE SOCIOS: Otros acuerdos de la primera junta tuvieron que ver con la inscripción de socios, bien de número o protectores. Carente aún de sede social, a los interesados se les facilitaron formularios informativos en cinco establecimientos de la ciudad: la librería La Prensa, el comercio de don Alberto Camacho, el bar del Casino, el café de don Andrés Jiménez y el bazar de los señores Caulfield. Un sexto punto quedó dispuesto en el mismísimo domicilio particular del presidente García Cames, en el número 15 de la calle Emilio Calzadilla.
La condición de socio fundador fue reservada para aquellas personas que solicitaran su admisión dentro del plazo de un mes, a contar desde el 15 de agosto, quedando exentas del pago de la cuota. Tan solo deberían abonar una mensualidad de tres pesetas, idéntica a la fijada para los asociados de número.
Aunque había motivos más que suficientes para la ilusión, los medios no escatimaban espacio para el llamamiento popular: “Dado el carácter de esta nueva sociedad, los nobles fines que ella persigue y los valiosos y entusiastas elementos que forman su directiva, no dudamos que nuestro pueblo apoye sus iniciativas, prestando cada uno su concurso para ver pronto realizados tan laudables proyectos”, se manifestaba en “La Prensa”.
Desde entonces hasta octubre tocó configurar la plantilla del primer equipo y sus filiales, que llegaron a ser cuatro, además del infantil. Entre los titulares abundarían efectivos del desaparecido Sporting Club, que dieron consistencia a un cuadro netamente ganador a la postre. Algunos de ellos habían logrado los trofeos que el secretario Juan Labory guardó bajo su cama para esquivar un hipotético embargo. Fueron las primeras copas de un conjunto que todavía tenía pendiente debutar en los campos de juego.
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