Luis Molowny, el ‘galáctico’ al que no dejaron triunfar en el equipo de su tierra
La historia de los equipos de fútbol está llena de reproches. Reproches por no haber sabido tomar una decisión en un momento determinado. Algo de lo que luego los protagonistas se arrepienten durante mucho tiempo. Y el CD Tenerife no es una excepción. Son muchos los aficionados blanquiazules que reprochan a la entidad un defecto histórico: mirar poco a los de casa. Lo cierto es que echando la vista atrás hay algún ejemplo de ello.
La lectura del libro “El CD Tenerife en 366 historias” de Luis Padilla y Juan Galarza nos permite recuperar este 9 de julio uno de esos capítulos.
“El hijo de don Raúl superó los logros de su padre. El hijo de uno de los primeros mitos blanquiazules se convirtió en el primer jugador tinerfeño que vistió la camiseta de la selección española en un Campeonato del Mundo de Fútbol. Fue en la cita de Brasil 50 y ante Uruguay, en el único partido que no pudieron ganar los futuros campeones del mundo, los protagonistas del 'maracanazo'. Los uruguayos, los mismos que silenciaron un país y a más doscientos mil 'torcedores' en Maracaná, sólo pudieron arañar un empate (2-2) contra La Roja aquel 9 de julio de 1950. Entre los componentes de aquel equipo que contuvo la garra charrúa estaba el hijo de don Raúl. ¿Su nombre? Luis Molowny Arbelo (1925-2010), digno heredero del talento y la nobleza de su padre”, se lee en el capítulo dedicado a esta histórica figura del fútbol español, del fútbol canario, del Real Madrid y la UD Las Palmas.
“Luisito era eso, un niño, cuando fichó por el Tenerife. Tan niño y tan chico que como blanquiazul sólo pudo jugar en el equipo juvenil. Antes le dio las primeras patadas a un balón en el colegio San Ildefonso y en el Rápido. Y después pasó al Santa Cruz, que entonces ejercía como filial del Tenerife. En la temporada 40-41 llegó a jugar algunos partidos con los mayores, pero siempre de carácter amistoso por no haber cumplido los 18 años. Y aunque le hizo un par de goles al Toscal, le dejaron marchar. Calidad tenía, pero era pequeño y frágil. Algo lógico en un niño de la posguerra. Y se lo repitieron sin cesar: ”no sirves para el fútbol, eres muy pequeño“, ”no sirves para el fútbol, eres muy pequeño“… Tantas veces lo escuchó que aprendió a jugar cogiendo los puños de la camiseta con las manos”, cuentan Galarza y Padilla.
“Fue una manía que cogí de niño en Tenerife porque tenía un poco de complejo con mi estatura, ya que no había crecido demasiado. Al cogerme las mangas, parecía mayor y también me servía para impulsarme mejor en los saltos”, confesaría décadas después cuando su apodo, 'El mangas', ya era universal.
El relato sigue: “Obligado a emigrar a Gran Canaria, donde sí dejaban jugar a los menores de 18 años, explotaría como futbolista en el Marino. Y se convertiría en uno de los mejores jugadores que haya dado Canarias a lo largo de su historia. Y aunque siempre regaló afecto a la Isla que le vio nacer y no albergó deseos de venganza, se convirtió en figura del Marino grancanario y más de una vez demostró en el Stadium (así se llamaba el Heliodoro en el pasado) que el Tenerife se había equivocado al dejarlo ir”.
Cuentan las crónicas que una de sus mejores exhibiciones la ofreció en enero del 46, cuando marcó un gol, llevó a su equipo a la victoria (0-3) y se proclamó campeón de Canarias ante sus paisanos.
Luis Padilla y Juan Galarza rematan su repaso a este capítulo a la historia del fútbol local, señalando que “en justa réplica, la isla de Tenerife siempre respetó a don Luis Molowny. Y se sintió orgullosa de sus éxitos con el Real Madrid o con la selección española. Y de que aquel 9 de julio en Pacaembú plantara cara a Uruguay con un equipo legendario: Ramallets; Alonso, Parra, Gonzalvo II; Puchades, Gonzalvo III; Basora, Igoa, Zarra, Molowny y Gainza. El interior izquierdo era tinerfeño. Uno de los nuestros. Era el hijo de don Raúl y el primer jugador tinerfeño en jugar en la fase final de un Mundial. Desde entonces sólo lo ha vuelto a hacer Pedro Rodríguez”.