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Ana Oramas: discurso para una academia

Luciano E. Armas Morales

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“Podríamos tranquilamente hacer genuflexiones delante de un caballo y rezar” (Marc Chagall)

La verdad es que, al percibir el revuelo formado por el discurso de Ana Oramas en el Parlamento español el pasado día 9 y la repercusión mediática del mismo, me vino a la mente el célebre relato de Frank Kafka, cuyo título es traducido a veces como Informe para la Academia.

El relato, que fue representada por primera vez en el Pérez Galdós en 1971 por José Luis Gómez, con el inicio de la actividad de los Amigos Canarios del Teatro Cine y Música, trata sobre el discurso que, en la Academia, Pedro El Rojo dirige a los excelentísimos señores académicos, que le siguen con inusitado interés y regocijo.

Pedro el Rojo en realidad es un chimpancé que fue capturado muy joven en una selva de la costa de África y llevado dentro de una jaula en un barco hasta Alemania, y después de un acelerado proceso evolutivo, entra en el conocimiento de la palabra, aprende a hablar, luego aprende a escribir, y termina ingresando en una Academia, con un discurso en el que relata sus experiencias desde la época simiesca hasta su integración en la sociedad humana.

Pude ver en directo por televisión el discurso de Ana Oramas en el Parlamento, pero al observar la profusión de comentarios laudatorios en medios digitales y redes sociales, pensé que se trataba de una segunda parte que yo no había escuchado. Pero resulta que no, se comentaba el mismo discurso que yo había visto y oído por televisión.

“La portavoz de Coalición Canaria pone en su sitio a Pedro Sánchez y a su banda”, titulaba la noticia un digital de difusión nacional. “Brutal repaso de Ana Oramas al Frente Popular”, encabeza otro. “Tirón de orejas de Ana Oramas a Sánchez”, o “Grandísima intervención de Ana Oramas, sacando las vergüenzas al gobierno social-comunista”, son otros de los titulares.

Pero en las redes sociales, con la potencia de difusión que tienen las mismas, el video de su intervención registra en su página de Facebook 18.000 me gusta, 22.000 veces compartido, y en YouTube algo así como 945.000 reproducciones y 3.195 comentarios a fecha de hoy (12/04/2020).

Los comentarios laudatorios van desde el “¡Olé por ti, mi niña!”, “¡Qué pedazo de política!”, “¡Esto nos ha pasado por pactar con el diablo!” “¡Gracias Ana, le das a este Congreso una clase magistral cada vez que intervienes!”, “¡Ojalá la chusma de este Gobierno tomara nota de sus sabias palabras”, “¡Ana Oramas les saca los colores a estos sinvergüenzas!”, y como no, alguno va más lejos: “¡Ana Oramas, presidenta del Gobierno de España!”.

Lo primero que hice fue bajarme el vídeo con la intervención de Ana Oramas en el Congreso, para ver y oír de nuevo su magistral intervención, que tanto revuelo había formado. Veamos:

Comienza diciendo que “hay gente que dice que, si me muerdo la lengua, me enveneno”. No sabemos por qué lo diría, aunque es fácil deducir que hay gente que piensa que lleva mucho veneno dentro.

Hasta en cuatro ocasiones se muestra “muy indignada” (Dic.: Enfadada con gran vehemencia por alguna afrenta u ofensa). ¿Enfadada con el virus? No, porque al coronavirus le resulta indiferente el enfado de Ana Oramas. Deducimos que debe estar enfadada con el Gobierno. Seguimos…

“¡Usted viene al parlamento (Refiriéndose al presidente), para dar de beber al Gobierno en la fuente de la democracia, pero sólo cuando tiene sed! Usted es un mal cocinero que sólo hace un plato típico: lentejas. O las tomas o las dejas”, decía mientras gesticulaba teatralmente balanceando el cuerpo, como si estuviese representando un libreto en la fiesta de final de curso del colegio de monjas.

“¡Necesitamos apartar a los tahúres, los desleales y los extremistas!”, clamaba alzando la voz. A lo que un comentarista en YouTube replicaba irónicamente: “¡Entonces la primera en apartarse debía ser ella!”

Reivindicando su condición de diputada canaria, afirmaba: “¿España se va a olvidar otra vez de Canarias? Lo peor que le puede suceder a Canarias es sentirse un pueblo traicionado y olvidado. ¡No convierta la desesperación y la rabia de un pueblo abandonado en un barril de pólvora social! ¡Se lo advertimos!”, sentenciaba, con otra frase sacada de la factoría de expresiones apocalípticas, tan del gusto de los profetas del nuevo orden militar.

Y terminaba su intervención: “Lo peor que le puede pasar a este país es que la crisis vuelva a ser una mercancía política de la izquierda y la derecha. Señor Casado, señor Sánchez, ¿Ni siquiera esta vez van a ser capaces de ponerse de acuerdo por el bien de España?”. Otra frase bonita y pueril cara a la galería, de quien está muy por encima de los grandes partidos políticos.

A todo esto, ni una sola palabra de condolencia y solidaridad para con los familiares de los fallecidos en esta gran tragedia nacional.

Ni una sola palabra para reconocer el esfuerzo y el enorme riesgo de estos verdaderos héroes que libran esta desigual batalla defendiendo a los ciudadanos: médicos, todo el personal sanitario, personal de limpieza, de servicios esenciales como supermercados, policía y fuerzas de seguridad, etcétera.

Ni una sola palabra con una propuesta constructiva para salir de esta crisis, no sólo la sanitaria en la que estamos, sino la económica y social que está removiendo los pilares del modelo de sociedad en la que vivimos.

Tampoco una sola palabra para reconocer el esfuerzo de los que, con riesgo de su propia salud y desde todas las administraciones empezando por el Gobierno central, están luchando sin desmayo contra este temible enemigo invisible y desconocido.

En el Gobierno se habrán equivocado, cierto. Y seguramente, cometerán más errores. Pero hay que pensar que, en esta batalla angustiosa, en una verdadera lucha contra reloj y con cientos de muertos todos los días, en la que las decisiones hay que tomarlas a veces un domingo por la tarde para publicarlo en el BOE por la noche y que entre en vigor al siguiente día, no es fácil acertar ni consensuar siempre.

Cuando, además, no hay criterios y procedimientos homologados entre los distintos países, y dentro de estos entre los expertos y los diversos sectores sociales, ya que esto es una verdadera hecatombe mundial para la que no estábamos preparados, y a la que no sabemos muy bien cómo hacerle frente, lo que supone más dificultades añadidas.

Máxime cuando, también, está por un lado la necesidad de plantear como objetivo prioritario la salud de las personas, que exige confinamiento máximo, y por otro lado, la necesidad de darle continuidad a una actividad económica en un país absolutamente paralizado, con un coste cada vez más difícilmente asumible. Difícil encontrar ese punto de equilibrio, cuando los mismos expertos no se ponen de acuerdo.

La palabra solidaridad, tan invocada en estos momentos, brilla por su ausencia en la intervención de la parlamentaria. Todo es indignación, reproches, frases compradas, descalificaciones y amenazas veladas.

Pero es que, en realidad, la mayor preocupación de Ana Oramas no era la pandemia del coronavirus, ni España, ni las Islas Canarias, ni la salud, ni la economía. En realidad, la mayor preocupación de Ana Oramas era hacerse notar y utilizar la tribuna del Parlamento para montar un show simiesco con el que alimentar la agresividad de los excelentísimos académicos de Vox.

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