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Aplausos para ellos, críticas para ellas

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Este fin de semana la actriz española más internacional de todos los tiempos, Penélope Cruz, ha sido galardonada con la Copa Volpi en La Mostra de Venecia. Se trata de un enorme reconocimiento que ha tenido repercusión en todo el mundo, pero a Penélope en España siempre se le ponen pegas, incluso cuando gana. Por algún motivo desde hace años desata antipatía y se le niega el lugar que le corresponde como pionera y referente del éxito de las actrices y actores españoles no solo en Hollywood sino en todo el mundo.

Por su puesto que previamente triunfó Sara Montiel, lo sé bien, puesto que yo la adoraba y conozco de memoria toda su biografía, pero desgraciadamente la manchega no se consolidó y únicamente hizo papeles fugaces en Hollywood y algunas protagonistas en México. En cualquier caso, a Sara tampoco se la trató bien en este país, sobre todo durante los últimos años de su vida, mientras que a los actores masculinos (evito dar nombres) es habitual rendirle honores, entregarles premios por doquier y, sobre todo, tratarles con sumo respeto durante su vejez.

No me olvido de Antonio Banderas, de hecho, podríamos trazar un gran paralelismo entre Penélope y el malagueño, puesto que ambos son pilares del cine “almodovariano” y han tenido relaciones sentimentales con astros del cine cuando aún no eran demasiado conocidos. Pero él cae bien, es tratado como un gran profesional y se le considera un referente del cine español mientras que a Penélope, contando con un currículo profesional más brillante, más completo, más premiado y siendo conocida y respetada en todo el planeta, en España no se la traga, y eso que ella apenas da que hablar salvo por sus éxitos profesionales.

Si una persona no te gusta, pues no te gusta, pero me temo que en el caso del desapego generalizado que existe por la actriz de Alcobendas tienen mucho que ver los prejuicios que sigue habiendo tras siglos y siglos de arraigo de la cultura machista y en los que la mujer nunca era tenida en cuenta y vivía a la sombra del padre, del marido o del hijo. Tan segura estoy de esto último que voy a argumentarlo con otro ejemplo que sorprenderá a muchos pero que es aún más flagrante: el de la reina Letizia.

En España se repite como un mantra aquello de que la reina Sofía es el pilar de la monarquía española y que ha ejercido como monarca con nota sobresaliente, destacando por encima de todo su discreción y entrega a la corona.

Sin embargo, Sofía no puede, ni debe, ser el modelo a seguir porque eso sería como decir que en España seguimos, ya no en el siglo pasado, sino en el XIX. 

Creer que la reina emérita es un referente es toda una alabanza a lo que debe ser una mujer desde el punto de vista más machista posible porque Sofía de Grecia nunca ha tenido voz propia y se casó por obligación porque a su familia y a la de su marido les interesaba esa unión. Lo único que se esperaba de ella era que le diera un heredero varón a Juan Carlos de Borbón y que se mantuviera impertérrita y en silencio al lado de su marido pasara lo que pasara. Aunque se enamoró nunca fue correspondida y durante más de 30 años vivió de cara a la galería, tragando carros y carretas y poniendo buena cara sabiendo que su esposo la humillaba y la despreciaba profundamente, llegando a hacerse evidente en algunos actos públicos.

En el lado contrario está la reina Letizia, una mujer que llevaba una vida normal hasta que a los 30 años conoció al príncipe Felipe. Para entonces vivía sola y ya había estudiado la carrera de Periodismo y había trabajado en varios medios de comunicación con notable éxito. También se había casado y divorciado y había tenido varias parejas sentimentales hasta que se enamoró del heredero al trono español. 

Desde sus primeras apariciones públicas se vio que era una mujer culta, con inquietudes, muy informada y con carisma. Con ella no iba eso de ir dos pasos por detrás de nadie y, quizás por eso, nació la leyenda de su mal carácter, de ser controladora y mandona y se empezó a aplaudir y a poner como ejemplo de la reina ideal a Sofía, destacando como una gran virtud de esta última el hecho de que apenas se había oído su voz en casi medio siglo.

A Letizia Ortiz sí la hemos escuchado, creo que cualquier español podría reconocer su voz incluso con los ojos cerrados, pero lo destacable de la actual monarca es que hasta la fecha se desconoce la más mínima circunstancia que pueda poner en duda su comportamiento como reina. Es más, llama la atención que, sin haber sido preparada en forma alguna para ostentar una función de tan elevada responsabilidad y siendo hija de un profesor de periodismo y de una enfermera sindicalista, y nieta de una locutora de radio y de un taxista, es la única de toda la familia real (supuestamente criados desde la cuna para ser ejemplares) a la que no se le conoce ni la más mínima incorrección.

De hecho, se dice que fue ella la que, conociendo de primera mano la realidad del matrimonio de los reyes eméritos -con Corinna y otras de por medio, así como el entramado de las sociedades y cuentas secretas- aconsejó a su marido cortar relaciones para marcar la diferencia, al igual que con la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin. Muy probablemente esa decisión es la que ha permitido a Felipe VI seguir con la corona puesta.

Se puede criticar a Letizia como se puede criticar a la monarquía parlamentaria como forma de gobierno y defender la conveniencia de una república, que para eso vivimos en una democracia. Pero teniendo en cuenta que este es el sistema que actualmente rige España es justo romper una lanza por ella y poner en valor lo que sí sabemos de ella y es que siempre está en su lugar, impoluta, profesional, dando protagonismo a causas como son las enfermedades raras, la investigación científica, el empoderamiento de la mujer y, además, con una proyección internacional jamás alcanzada por la reina emérita.  

Todas estas virtudes que en el extranjero son valoradas e incluso envidiadas (porque lo de tener una monarquía vende mucho, y si no que se lo digan a Inglaterra y Mónaco), en España se reduce a críticas y más críticas sobre ella, insistiendo en crear la imagen de una reina soberbia, altiva, envarada y, en el mejor de los casos, poniendo el foco únicamente sobre sus vestidos, su cuerpo atlético o sus peinados y su tez.

Guste o no, Penélope y Letizia son actualmente la mejor imagen de eso llamado “Marca España” junto a Rafa Nadal, el Real Madrid y Zara y, sin embargo, en su propia tierra no son ni valoradas ni queridas y, en ocasiones incluso ni siquiera respetadas, mientras que se continúa riendole las gracias a personajes trasnochados y machistas propios de otra época como Julio Iglesias y el rey Juan Carlos que avergüenzan al resto del planeta por su colección de mujeres y sus gastos desorbitados en lujo de todo tipo y que se envuelven en la bandera española como grandes patriotas mientras tributan y residen en otros países.  

Queda claro que nos cuesta mucho más criticarlos a ellos y aplaudirlas a ellas (sean quienes sean) y, sin embargo, nos resulta muy fácil lo contrario. 

Yo ya estoy empezando a cambiar mi perspectiva y les animo a que ustedes también lo intenten. Se ve el mundo de otra manera. Más completo. Más justo. Más bonito.

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