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El astillero de megayates en 'El Refugio'. Valor de uso y de cambio

Antonio González Viéitez

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Por fin, el Ayuntamiento de Las Palmas acaba de tomar posición en el polémico asunto del astillero de megayates. Eso sí, lo ha hecho de forma extremadamente circunspecta y referido solo al “tratamiento de fachadas...(para que) asegure su inserción en el entorno”. Pero todos sabemos (también el propio Ayuntamiento) que se trata de intentar el camuflaje imposible de una edificación de 24 metros de altura (equivalente a más de ocho plantas) que funcionará como auténtico telón industrial y tremendo muro interpuesto entre el barrio de La Isleta, justo al lado de la antiguamente llamada “Fortaleza de Las Isletas”, hoy Castillo de La luz, y el sonoro Atlántico. En cualquier caso conviene subrayar que esta vergonzante toma de posición  viene forzada por la lucha vecinal, protagonizada en especial por el Foro por La Isleta y por Gran Canaria Renace,  que vienen presionando para que el astillero se haga en cualquier otra zona industrial del puerto. A mi juicio, también se debe a la convicción municipal de que la propuesta de astillero en ese espacio privilegiado se siente cada vez como más indefendible porque, además, entra en abierto conflicto con el pomposo llamamiento municipal al  “Encuentro Puerto-Ciudad”.

“EL PUERTO, LO PRIMERO”

Todo esto tiene una historia que conviene recordar. El impacto de la construcción del Puerto de La Luz, en la penúltima década del siglo pasado, fue de tal magnitud para Gran Canaria toda, y muy en especial para la misma ciudad de Las Palmas que, de inmediato pasó a tener mitología propia. Y es que La Luz y sus crecientes tráficos de buques de vapor, supuso exactamente lo que la introducción de los ferrocarriles en los espacios continentales.

Estamos hablando de Accesibilidad, Modernidad, Desarrollo Económico y Cosmopolitismo.

Por eso se consagró la expresión arriba mencionada. A partir de ahí, las necesidades portuarias fueron las que marcaron la forma y el ritmo del devenir isleño y ciudadano. Lo que el Puerto fuera necesitando se llevaba a cabo sin discusión alguna.

Así se funcionó hasta hace aproximadamente medio siglo, época en la que el Puerto inició una larga etapa de enorme ampliación y crecimiento . Primero fue un nuevo Dique Exterior tapando horizonte. Luego otro más grande, lo que exigió apropiarse de parte del Este de La Isleta (ya entonces Espacio Natural Protegido). Más adelante, con los muelles deportivos, se creó el confinamiento de Las Alcaravaneras, sentenciada a convertirse en una serie de canchas deportivas vulnerables. En la práctica, la subordinación de la ciudad se fue profundizando más allá de lo soportable.

Por todo eso, la “primacía portuaria” comenzaba a ser discutida y las relaciones Puerto-Ciudad principiaron a rechinar. Y empezó a gestarse (en ocasiones, a vertebrarse) una creciente exigencia de poner límites al crecimiento incontrolado del Puerto.

Fruto de esas tensiones continuas y crecientes, se fue configurando una especie de “Pacto No Escrito” mediante el que la ciudad, que no dejaba de ceder terrenos y horizontes al Puerto, sería compensada con la cesión de los espacios situados en las partes más antiguas y los fondos de las dársenas, que iban dejando de tener funciones estrictamente portuarias. Así, la ciudadanía podría recuperar parte del litoral más urbano y el contacto directo con el mar.

LA INSOLENCIA DE LA AUTORIDAD PORTUARIA.

Y pasó lo que estaba previsto, al trasladarse las actividades portuarias a las nuevas zonas exteriores, más amplias y acondicionadas, fue apareciendo un espacio muy extenso, entre el Muelle de Santa Catalina y El Refugio, sin actividad portuaria alguna. Y, la otra cara de la misma moneda, también apareció el “solar urbano” más extraordinario de la ciudad, la auténtica “milla de platino”.

Como era de suponer, con enorme potencia, surgió el conflicto de siempre entre los intereses generales y los particulares. En este caso, los primeros, validados por la convicción de que la Autoridad Portuaria haría honor a su compromiso y cedería los espacios ya fuera de servicio, para que la ciudadanía disfrutara del litoral marítimo. Mientras que la enredina de siempre de los intereses particulares actuaba enfoguetada por lo suculento de los posibles negocios en presencia. Y comenzaron los desafueros y la insolencia de la Autoridad Portuaria. En tanto que todo este espacio vacío estaba dentro de sus fronteras, empezó a actuar como Autoridad Inmobiliaria y como responsable municipal de Urbanismo y, ante la incredulidad de la ciudadanía, decidió promover allá por el año 2002, nada menos que un gran centro comercial (el mamotreto de El Muelle) en plena antigua línea de atraque, reconociendo que ya habían desaparecido todas las actividades portuarias.

Más adelante (2004), con el liderazgo ya conjunto del Ayuntamiento de Josefa Luzardo y la Autoridad Portuaria de Arnaiz, se elevó el nivel de audacia inmobiliaria y fueron a por todas. El proyecto de la Gran Marina ya afectaba a la totalidad del espacio de lo que se viene conociendo como El Istmo. Se introducían algunos rascacielos (conocidos en la época como “episodios”), se preveía un World Trade Centre (dicho en inglés pretendía impresionar más al no respetable). Todo ello convertiría a Las Palmas en el “rien ne va plus” del Atlántico. Afortunadamente se organizó una muy amplia y vigorosa movilización social que, con la decisiva aportación del Colegio de Arquitectos de Javier Mena truncó y abortó tamaño disparate.

Me parece interesante resaltar que, en mi opinión, después de esta clamorosa victoria ciudadana, la Autoridad Portuaria y el Ayuntamiento cambiaron de estrategia. Ya no volvieron a presentar un Plan global tipo Gran Marina, nunca más hasta ahora han “declarado la guerra”. Se limitan a presentar taimadamente en el tiempo, proyectos específicos que funcionarían como batallas y emboscadas parciales para ir colocando sus piezas. El Acuario, el hotel del propio Kiessling, el funicular hasta la Montaña de El Vigía, la Gran Noria, el astillero de megayates en El Refugio…

¿HAY DOS AYUNTAMIENTOS EN LAS PALMAS?

Esta pregunta parece un sinsentido. Pero, como vimos más arriba, nos hemos venido encontrando con una situación muy extraña en el espacio urbanístico más determinante de la ciudad. Una Autoridad Portuaria que hace Urbanismo y un Ayuntamiento que dimite de hacerlo.

Hay que añadir otra particularidad que viene consolidándose: el perfecto entendimiento y distribución de papeles entre la Autoridad Portuaria que viene proponiendo las iniciativas urbanísticas en una zona de uso portuario y el Ayuntamiento que viene asumiendo lo que diga la Autoridad. Porque si no se hiciera así “podría incurrirse en prevaricación”. La resultante es que una institución que no se elige democráticamente impone su criterio urbanístico sobre el Ayuntamiento, depositario de esa competencia y que, como de sobra sabemos, sí elige la ciudadanía. “Los pájaros contra las escopetas”.

De esta manera lo que se viene imponiendo es el Valor de Cambio sobre el Valor de Uso. Como se sabe, el Valor de Cambio se refiere al resultado que puede obtenerse traficando con un bien, y se mide por el volumen de beneficios. Por su parte el Valor de Uso se refiere a la satisfacción que se obtiene del uso y disfrute de un bien, y se mide por el grado de cohesión social que aporta. En nuestro caso, el disfrute del Istmo por la ciudadanía, se opone al beneficio económico que un astillero puede aportar a un empresario que disfrute de una concesión. La Autoridad Portuaria representa el Valor de Cambio y el Ayuntamiento debería defender el Valor de Uso. Pero desde el momento que el Ayuntamiento se pliega a la Autoridad, prima el Valor de Cambio para los dos y se impone la institución que no es elegida por la ciudadanía sino cooptada desde el Poder. Aberrante.

A MODO DE PROPUESTA

En dos líneas. El Ayuntamiento debería ser el único responsable de lo que se haga en territorio urbano. Por situación sobrevenida el antiguo territorio portuario se ha transformado en urbano. El “solar” es de tal significado e importancia para la ciudad que exige que el Ayuntamiento lo incorpore del todo a su planificación, gestión y competencia. Para defender su Valor de Uso para el disfrute de toda la ciudadanía. Acabando con la práctica de dos Ayuntamientos defensores exclusivos del Valor de Cambio en Las Palmas

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