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La austeridad es para los pobres

Eduardo Serradilla

Por razones que nunca llegué a entender, en mi primer año de carrera –Ciencias de la Información: Publicidad y Relaciones Públicas- había una asignatura titulada Introducción a la Teoría Económica: Macro y Micro Economía. Dejando a un lado el rimbombante encabezado, resultaba del todo disonante incluir, en una carrera de gente mayoritariamente de la rama de Letras, una asignatura que tenía que ver con todo lo contrario. Es más, la avispada profesora que nos impartió la asignatura tuvo que asumir, desde el primer día, que por mucho que ella quisiera llenar la pizarra de tablas, curvas, derivadas e integrales, el personal allí asistente, salvo gloriosas excepciones, no entendía ni jota de lo que allí se decía.

Dicho esto, debo admitir que, con el paso de los años, tener que estudiar y aprobar dicha asignatura me despertó la curiosidad por temas que, hasta ese momento, me eran totalmente ajenos y desde entonces no evito leer noticias de carácter económico. Quizá por este motivo un día descubrí al Premio Nobel de Economía Paul Krugman y lo que era un vicio pasajero se convirtió en una constante que me lleva a leer todo aquello que tenga que ver con el mundo económico, ya sea en mi idioma o en inglés.

Súmenle a todo lo anteriormente dicho el haber estado realizando estudios de mercado durante las últimas dos décadas, una circunstancia que me ha permitido ver la realidad sin el lastre de tener que hacerle caso a los mamarrachos que vocean tener una solución que nunca vemos, y el resultado es lo que voy a exponer a continuación.

Si uno se detiene a leer los estudios publicados durante el último lustro, la conclusión es siempre la misma: la tan cacareada austeridad que enarbolan muchos gobiernos europeos, entre ellos España, no ha servido para solucionar el desbarajuste en el que estamos metidos desde hace casi una década. Es cierto que algunos recortes han ayudado a paliar problemas estructurales y desajustes propiciados por los mismos avariciosos de siempre. Sin embargo, en el mundo real, no en el mundo piruleta en el que viven los líderes de la Troika, del Fondo Monetario Internacional, y del Banco Central Europeo, las cosas distan mucho de ir bien.

En realidad las desigualdades han aumentado de manera exponencial y la mencionada austeridad se ha convertido en el pan nuestro de cada día para los pobres, mientras que los ricos ven cómo su patrimonio se incrementa de manera sideral.

Sinceramente creo que los líderes europeos deberían ir al psiquiatra –o ya puestos, tener una consulta con Harpo Marx, dado que solamente hablan ellos- y hacerse ver esa costumbre que les lleva a recortar en primer lugar la sanidad, asuntos sociales, educación y pensiones. Bueno, perdón, en realidad lo primero que hacen es rescatar a los usureros… los bancos y reírles la gracia a los acreedores. Una vez que se termina el cortejo empiezan los recortes.

Por una vez estaría bien que gravasen, de verdad, las rentas más altas, cercenaran de la administración la legión de inútiles que parasitan dentro de ella, y pensaran en el bien común, que no en la próxima re-elección.

Si quieren que les diga la verdad, empieza a ser insultante que un organismo como el Fondo Monetario Internacional, el cual tiene a un expresidente acusado de todo y que fue incapaz de ver los excesos que se estaban cometiendo, se siga creyendo el garante de la economía mundial cuando ha quedado sobradamente claro que solamente le importa la macroeconomía de una minoría de personas.

Ahora, cuando los jinetes del apocalipsis heleno se vislumbran en el horizonte, todo son golpes de pecho, reuniones de emergencia y caras largas, pero en realidad se sabía que, mientras más se forzara la máquina, más peligro había de que ocurriera lo que ha pasado.

Si los mismos que, ahora, se muestran inflexibles tuvieran un poquito más de memoria –a Alemania se le condonó parte de la deuda que arrastraba después de la Segunda Guerra Mundial, en el Tratado de París de 1954- puede que las cosas no se hubieran desquiciado tanto. Que conste que los anteriores gobiernos griegos lo hicieron de pena, pero igualmente los controles de la Europa caduca y unida naufragaron totalmente.

Al final, los platos rotos los pagan quienes no tienen dinero para comer en dichos platos, aunque ya se sabe que alguien tiene que limpiar la basura y, desde luego, los preclaros líderes europeos no tienen ni idea de cómo hacerlo.

En resumen, la austeridad es para los pobres, porque los ricos tienen otras cosas más importante que hacer; es decir, aumentar su patrimonio a base de explotar a la gente y pagar las campañas de quienes, luego, se darán bofetadas por perpetuar un sistema tan torticero y nauseabundo como el que vivimos.

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