Una carrera en la que nadie gana
“Antes se coge a un mentiroso que a un cojo”, se decía en otro tiempo. No sé si las comparaciones son odiosas, pero improcedentes sí que son algunas. Esa lo es por dos motivos, de los cuales uno es muy obvio: tomar de referencia la cojera es ofensivo. El otro exige una mínima elucidación, por eso voy a dedicarle el resto de los renglones.
No hace mucho, la dirección del Museo del Prado dedicó al pintor Guido Reni una exposición antológica. La joya de esa muestra, una de las muchas que nutren la colección del museo, era el lienzo titulado Hipómenes y Atalanta. Representa a dos jóvenes, él y ella, sorprendidos en plena carrera campo a través. Lo llamativo del cuadro, y a la vez lo más logrado, es que ella se demora en recoger del suelo unas esferas algo relucientes: las manzanas de oro que él va dejando a su paso. En una especie de instantánea pictórica, Reni supo condensar un viejo mito del ciclo arcadio: Atalanta, criada por una osa en medio de los montes, nada quiere saber de hombres ni de casorios. Cada pretendiente que le surge, y son innumerables, es desafiado por ella a una carrera muy singular. Deja salir con ventaja al aspirante, pero siempre con la misma condición: si gana será su esposo, si pierde morirá de una lanzada. Conociendo la agilidad de Atalanta, bien entrenada en sus montañas de Arcadia, Hipómenes recurre a la astucia: va arrojando en medio de la pista, cada vez que la joven se le aproxima, las manzanas de oro que Afrodita puso en sus manos. Al final se sale con la suya.
Del espabilado Hipómenes debió de aprender mucho Steve Bannon, exjefe de estrategia de la Casa Blanca y agente muy decisivo en el ascenso de Donald Trump a la presidencia. Las diferencias, sin embargo, saltan muy pronto a la vista. Lo que Hipómenes se juega es un asunto privado, algo que solo le concierne a él y en todo caso a Atalanta, no el destino de todo un país. Y lo que va soltando a su paso es el regalo de una diosa, no una ristra de basuras disfrazadas de noticias. Recordemos, sin ir más lejos, el infundio de que Hillary Clinton regentaba una red de pederastia. O el de que Barack Obama era el fundador de ISIS. Pero lo más escandaloso del asunto no fue el cinismo de Bannon, ni el de Trump, de los que podía esperarse cualquier cosa. Sino que, con semejante estrategia, se llegara a gobernar durante cuatro años los Estados Unidos.
Tras los pasos Bannon va entre nosotros un conocido personaje, a quien Antonio Muñoz Molina ha retratado hace muy poco en un texto modélico y dificilmente replicable (La era de la vileza). Hablo de Miguel Ángel Rodríguez, asesor permanente de Isabel Díaz Ayuso, indignamente famoso por sus infundios y condenado por haber tildado de nazi asesino a mi colega Luis Montes Rodríguez, profesional intachable donde los haya, contribuyendo con ello a amargarle la vida, distraerlo de objetivos personales o profesionales y arruinarle la salud. Asegura el escritor onubense, y sus razones tendrá para hacerlo, que el tal Rodríguez asesora también a Núñez Feijóo. No de una forma permanente, sino en los debates que el político gallego decidió seleccionar.
Nada o casi nada debería yo añadir a lo ya escrito por Muñoz Molina, pues da en el clavo de una realidad que a muchos españoles indigna y asusta. Vivimos en la era de la vileza, sí. Una era que Steven Levitsky y Daniel Ziblatt analizaron exhaustivamente hace ya cinco años. Si golpeo sobre el mismo clavo, y a pocos días de las elecciones generales, es porque me solivianta el espectáculo de esta carrera contra reloj, en la que gente como Miguel Ángel Rodríguez logra cada día salirse con la suya. Por eso no distinguiré esta vez entre derechas e izquierdas, conservadores y progresistas, reacción frente a acción, ni nada parecido. Me limitaré a señalar que mientras unos mienten a conciencia, otros dedican a desmentirles el esfuerzo necesario para dar a conocer lo que de verdad importa: propuestas de gobierno. Los primeros imitan a Hipómenes muy malamente, soltando por el camino toda clase de embustes. Los otros malgastan gran parte del tiempo —y este sí que es de oro— barriendo como pueden esas basuras. Gane quien gane la carrera, en la pista trazada por Rodríguez todos vamos a perder. Ya hemos perdido, de hecho, por lo menos una parte de un patrimonio esencial: el de los valores democráticos. El reto ya no es otro que recuperarlo.
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