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Un relato como otro cualquiera

Rafael Inglott Domínguez

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En el capítulo séptimo de El halcón maltés hay una historia que cuenta Sam Spade. Es un relato en apariencia casual, pero revela cierto aspecto de la condición humana. Por eso es también desconcertante.

Cierto agente inmobiliario, un tal Flitcraft, desaparece en Tacoma a la hora del almuerzo. Todos sus asuntos están en regla y su vida en perfecto orden: pareja estable, casa en zona residencial, coche de lujo, niños pequeños… Todo sigue en su sitio menos él. Han pasado ya unos años, pero Spade lo localiza en Spokane, a unas 300 millas de Tacoma. Ha cambiado de nombre, se gana bien la vida vendiendo coches, tiene una esposa que juega al golf y al bridge, un niño recién nacido, las aficiones y el confort de siempre. Accede a una cita con el detective y, sin mucha confianza en que le crea, revela por primera vez lo ocurrido. Yendo a comer desde el trabajo cayó desde lo alto una viga, que fue a estrellarse ante sus pies. Solo una esquirla desprendida de la acera le rozó la mejilla. Ahora se acaricia la cicatriz (casi amorosamente, apunta Spade) mientras revive en voz alta aquel momento. Fue “como si alguien hubiese apartado la tapa de la vida y le hubiese dejado ver el mecanismo.”

Flitcraft había sido hasta entonces un hombre previsible, porque la gente a su alrededor era así. Pero una viga le enseña que los hombres “solo viven mientras la suerte ciega los esquiva”. Y decide atenerse en adelante a esa evidencia. Sabe que a su familia no le faltará de nada, así que empieza a vagar por el Suroeste del país. Dos años después esa deriva ya lo ha devuelto al Noroeste. Se establece en Spokane, prospera en poco tiempo y se casa sin más. “No lamentaba lo que había hecho”, concluye el detective. Ni siquiera sospechaba haber vuelto al redil que abandonó en Tacoma. “Pero esa es la parte de la historia que siempre me gustó. Se había adaptado a que cayeran vigas, entonces dejaron de caer y se adaptó a que no cayeran”.

Como en los relatos de un remoto pasado, Flitcraft le vio el rostro a la Moira. No dudó en salir a su encuentro, durante un par de años se orientó por su mirada. Pero lo movía al mismo tiempo una fuerza inadvertida, una querencia freudiana de nombre enrevesado: der Wiederholungszwang. El apremio de volver a lo mismo. Impulsado por la conjunción de ambos vectores, Charles Flitcraft fue a parar a la bigamia.

Todo esto tiene que ver con lo que llaman “nueva normalidad”. Parece ser que esta noción, reguladora de un inmediato futuro frente al virus, fue extraída de otro contexto. Lo llamativo es que nadie -seguramente por las prisas del trasiego- reparase en la contradicción de su enunciado. Nada nuevo es normal cuando irrumpe, ni siquiera cuando perdura, solo llega a serlo cuando deja de parecernos nuevo. Y para entonces ya es otra cosa. La absorción de lo nuevo es un proceso intrincadamente complejo, donde se conjugan sin reglas previas factores causales de naturaleza impredecible. Toda la historia universal es un compendio de “nuevas normalidades” frustradas, que siguieron una deriva muy parecida a la de Flitcraft. Es decir, fueron poco normales y a la postre no tan nuevas.

Pese a todo hay quienes insisten en que el virus nos va a cambiar. Y lo que a veces describen no es un mundo más preventivo, más cuidadoso con los débiles y la naturaleza, sino más lanzado a la caza de oportunidades.

Fue John F. Kennedy el primero en asignar a la palabra weichi (crisis en chino) dos presuntos componentes: peligro y oportunidad. Después de él, una legión de ejecutivos, psicólogos, líderes de opinión, incondicionales del coaching y adalides de la autoayuda vienen repitiendo la misma salmodia: crisis = peligro + oportunidad. De nada sirve que un eminente sinólogo (http://pinyin.info/chinese/crisis.html) se haya ocupado en desmontarla minuciosamente. Nadie le ha hecho caso, porque oponerse a los mitos que erige el deseo es un empeño siempre vano. Conviene por eso mismo atender a lo que dice (la cursiva es del autor): “Toda una industria de enterados y terapeutas ha florecido en torno a esa formulación groseramente incorrecta. (…) En combinación con otros grafismos, (el carácter) chi puede adquirir centenares de significados (…) Weichi indica una situación de peligro en la que debes andar con especial cuidado. No es una encrucijada en la que ir en busca de ventajas y beneficios. En una crisis, lo que uno quiere sobre todo es ¡salvar el cuello y la piel! A cualquier aspirante a gurú que defienda el oportunismo frente a una crisis deberían meterlo en un tren y sacarlo de la ciudad, pues sus consejos solo vienen a exacerbar los peligros de la crisis.”

Quien escribe de ese modo no es alguien que pasara por ahí. Victor Henry Mair es una autoridad mundial en culturas asiáticas, profesor emérito en Pennsylvania y editor de una monumental Historia de la literatura china, de obligada lectura para cualquier estudioso. Esas palabras suyas son de 2009, pero se ajustan con asombrosa precisión a 2020.

Es verdad que la noción “oportunidad temporal” puede aplicarse ahora mismo a nuestro modelo público de salud. Pero eso tiene su lógica interna, muy ajena al sofisma de que cada crisis, en sí misma o por sí misma, abre una ventana de oportunidad para cualquier ciudadano. O para la sociedad en su conjunto. Por desgracia, este último enunciado encuentra eco en mucha gente sencilla: la que espera honestamente que la crisis nos vuelva mejores, que eso vaya de suyo si se cumple como es debido el principio de acción-reacción. Sin embargo, en la dinámica actual del planeta, la confianza es el anverso del oportunismo. Véase una muestra: casi todo el mundo salió a aplaudir la entrega generosa y arriesgada de unos pocos, pero otros pocos especulaban al mismo tiempo con los stocks.

Mientras nada pare la deriva de especulación y desregulación que nos lleva cada vez más lejos desde el final de los 70, las crisis seguirán siendo estaciones donde el oportunista reposte a bajo precio. Para el resto serán peajes de una ruta que aparenta dirigirse hacia delante, hacia un futuro menos malo o más abierto a otras opciones, pero lleva siempre al siguiente peaje.

“Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”, dijo Camus. Pues bien, hay que imaginar al hombre del XXI en plena deriva neoliberal: un Flitcraft ejercitado en la caída recurrente de las vigas.

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