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Las ciudades sin árboles

Imagen de archivo de Madrid.

Ana Tristán

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Ya sé, ya sé, hoy tocaba hablar de Hoolligans, de la deficiencia mental de un tal Fran Rivera, del peligro de la masa digital y de otras cosas de políticos, famosos y banqueros. Pero la línea editorial que me he inventado me exige rechazar los ecos de la actualidad mediática y escribir sobre lo que permanece, sobre lo que me toca la vida de cerca.

Hoy, de camino hacia algún sitio, eché un buen rato buscando fuentes públicas en las que sumergir la cabeza y olvidar por unos segundos que me voy a derretir. Esto es para mí la única verdadera y posible actualidad. Es actualidad este año, fue actualidad hace cuatro años y seguirá siendo actualidad dentro de no sé cuánto, cuando el mundo sea un horno pirolítico y tengamos que mudarnos a vivir a una bañera, una piscina, un charquito en el jardín.

Como esto no es Granada, cuesta algo más encontrar fuentes o pilones de los que poder beber, en los que sumergir la cabeza. Al principio no encontraba fuente alguna en mi perímetro visual, así que consulté el mapa de fuentes públicas de Madrid: aún quedaba un paseo hasta alcanzar la más cercana. Mientras camino busco sombra, no la encuentro, ¿habrá alguna App para localizar zonas de sombra en la ciudad? Falta nos hace.

Hay que mantener la cabeza fría, cosa difícil a treinta y cuatro grados. Hay que sofronizarse, alterar nuestro estado de conciencia para no sentir calor: todo es psicológico, es sólo un poquito de caloret, be water my friend.

Ya nos lo dejó dicho en todos los medios de comunicación del mundo mundial una niña con trenzas y una `mijita´ de TOC: el mundo se va al garete, queridos míos. Es algo que llevan años advirtiendo y estudiando cientos de científicos en todo el mundo. Es algo que la Organización de Naciones Unidas no se cansa de repetir. Es algo que ya quedó patente en los Acuerdo de París de 2015. Pero la candidata al premio Nobel de la Paz es la mocita con trenzas. Lógico. Estúpidamente lógico en esta absurdez colectiva.

Nada, mira, que tal y como están hoy las calles de ingleses borrachos y rayos de fuego del sol, parece que la mejor opción va a ser esconderme en una tienda, envolverme en el aire acondicionado de algún centro comercial. Para qué queremos árboles si tenemos corteingleses.

Para qué queremos árboles, para qué, si los ricos y los políticos (que cada vez son más lo mismo, pregúntenle al de Galapagar) tienen aire acondicionado. Para qué queremos árboles si tenemos centros comerciales, más fresquitos y, además, crean puestos de trabajo. Al final va a resultar que tienen razón los gobernantes de nuestros calores y la solución está en talar sin piedad la sombra de las ciudades, convertirlas en un centro comercial interminable.

Me voy un rato a meter la cabeza en la nevera.

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