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Devórame otra vez

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El otro día fui al banco a quejarme por alguna cláusula abusiva y al final trataron de endilgarme una aspiradora. El director de la sucursal, una bellísima persona, me pidió, aprovechando mi visita para otra cosa, que le comprara una que el banco vendía en una rara campaña comercial que no entendí.

El hombre, muy buena gente, me lo pedía como favor, como cliente de confianza, a ver si le podía echar una mano porque sus superiores le habían fijado un cupo de cincuenta aspiradoras que tenía que vender antes de no sé qué fecha. Pero yo no necesito aspiradora.

Mal lo deben estar pasando los bancos, pobrecillos, para que se dediquen a hacer la competencia desleal a las empresas de electrodomésticos. Buscan clientes al lazo.

El banco habrá comprado aspiradoras a punta pala para regalárselas a los potenciales clientes que abran una nueva cuenta o que domicilien sus recibos en la entidad, pero como seguramente la gente no está por la labor los banqueros se habrán encontrado con una pila enorme de electrodomésticos que no saben a quien endosar. Podrían dárselas a los desahuciados para que limpien las estancias de los cajeros automáticos a falta de casa. Es una idea que lanzo, una humilde sugerencia.

No conozco a nadie, exceptuando los banqueros y algunos bancarios, que hable bien de los bancos. A lo máximo que coinciden los economistas, los empresarios o los políticos es a exclamar que el banco es un mal menor: detestable pero necesario.

Con todo lo que está cayendo con los desahucios y las preferentes, los banqueros no parecen tener mala conciencia. La prueba fehaciente es que sin ningún pudor ni remordimiento presionan a sus cargos intermedios para que nos vendan la moto en forma de cristalería, televisor o aspiradora.

El banco es lo más parecido a Ryanair: está habituado a tantas críticas que ya es inmune. Los insultos le entran por una oreja y le salen por la otra. Cuantos más improperios escuchan más se ufanan. Directamente se las suda.

En el fondo saben, como la compañía aérea irlandesa, que al final tendremos que recurrir a ellos, ya sea para pedir un crédito o para que les domicilien los recibos. La gente claudica ante los vuelos de bajo coste porque no puede permitirse el lujo de adquirir algo mejor.

El episodio de la aspiradora del banco parece surrealista, pero es muy real. Los bancos nos aspiran, nos succionan, nos sorben y absorben hasta la última gota, pero no podemos vivir sin ellos porque no hay otro sitio donde domiciliar los recibos del agua y la luz. Al final tendremos que agradecerle que nos venda el aspirador.

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