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¿Alguien me puede decir si Portugal salió de la crisis, gracias al dinero español?

Eduardo Serradilla

Durante estos últimos días se han dicho –y escrito- muchas cosas sobre el evento deportivo que iba a terminar con el devenir, errante y sinsentido, de nuestro país, tras el estallido de la crisis que nadie quiso ver. Como en los preámbulos de otras tantas gestas guerreras del antaño, de aquellas que el régimen dictatorial tanto gustaba de acuñar cuando un suceso de estas características asomaba por el horizonte, los valientes gladiadores del mundo moderno habían bajado del Olimpo de los escogidos para hacer olvidar al común de los mortales su precaria situación, y devolvernos el orgullo perdido.

Atrás quedaban los días de tribulación y ayuno obligado, mientras se emprendía la marcha hacía la lusa tierra, aquella en donde el destino patrio lograría dejar atrás la babilonia moral en la que España está sumida para volver a colocarse a la cabeza del mundo civilizado, cabal y piadoso.

Nadie dijo nada, o por lo menos, nadie reparó en que toda gesta, toda cruzada trae aparejada un enorme gasto, además de mayores sacrificios entre quienes se empeñaron en ser los abanderados del destino patrio, a costa de morir en el intento. Todo vale cuando el destino de una nación recae sobre quienes son capaces de asumir cualquier riesgo con tal de salir victoriosos del destino marcado.

Mientras tanto, quienes esperaban la invasión, se miraban las vergüenzas, temerosos que al ser espectadores pasivos de toda aquella tragedia, su propia dignidad se viera seriamente amenazada. Ya se sabe que las gestas guerreras suelen estar teñidas de la sangre carmesí de quienes, por una causa o por otra, se convirtieron en víctimas inocentes de un conflicto que ni querían, pero que tampoco pudieron evitar.

Muy distinto era el devenir de los especuladores, los comerciantes, quienes manejan los dineros, aquellos que no dudan en apadrinar y bendecir cualquier tipo de contienda, siempre y cuando, ésta les reporte pingües beneficios. Tal y como están las cosas, no se puede perdonar, ni dispensar nada y el dinero es siempre dinero, esté manchado, oxidado, corrompido o escamoteado de las arcas públicas. Es el capital quien mueve el mundo y no las revoluciones, ni las ideas.

La gloriosa gesta hispana tenía mucho de gloriosa cruzada de liberación, aunque, en esta ocasión, fueran otros a quien iban a liberar de sus miserias, aún sin saberlo. En suelo patrio quedaban quienes, gracias al avituallamiento marcial y al no menos necesario combustible, redoblaron, si no triplicaron, sus beneficios en tan sólo unos días, mientras los himnos seguían sonando en el horizonte y las banderas ondeaban en cada rincón del campamento.

¿Se imaginan una imagen más impactante que miles de cruzados, ataviados con sus respectivos uniformes, enseñas, banderas y todo al son de un himno que los aunaba, como las prietas filas espartanas en su empeño por defender el paso de las Termópilas?... ¿Quién puede pensar que nuestro país está en crisis si, desde cada rincón patrio, los dineros afloraron para apadrinar a quienes se disponían a viajar para ser testigos de la gesta de las gestas, aquella que había devuelto a España al lugar que el zafio destino se empeñaba en postergar?

Resulta imposible pensar que las cosas hoy serán iguales que ayer, que el sol no brillará en el horizonte con más fulgor y que el orgullo nacional no se habrá recompuesto hasta el mismo instante en el que la España imperial dominaba el mundo conocido y desconocido. Hacía falta un suceso de estas características para darse cuenta de cuáles eran las verdaderas y sacrosantas prioridades hispanas, lejos de hipocresías, medias tintas y tanto fariseísmo.

Para gestas como éstas es para las que vive el pueblo español, no para pensar en el futuro de las nuevas generaciones, ni nada por el estilo. Ésas son pavadas de países sin pasado, ni imperio, ni régimen dictatorial que mantenía a España unida y no desmembrada.

Importa el aquí y el ahora, simple y llanamente, y luego ya vendrá alguien a solucionarnos los problemas, como ha pasado desde centurias y sin remisión de causa. Puede que luego lleguen los días en los que la duda, el rechinar de dientes y la flaqueza moral vuelvan a embargar los destinos de quienes vivieron, en primera persona, una gesta como la que ahora refulge en el horizonte. Es normal, así somos los humanos, pero son sólo eso, flaquezas y falacias lanzadas por quienes, como yo, pensamos que la verdadera gesta no fue la pantomima mediática, fanática y descerebrada que ha embargado a nuestro país desde hace semanas, sino tratar de buscar soluciones a problemas reales, serios y trascendentes, los cuales no se solucionan en un terreno de juego sino en la vida real.

Imagino que quien piense lo contrario me soltará algo así como “siempre hay un sarcástico materialista dispuestos a arruinarnos la fantasía” pero, qué quieren que les diga, la realidad siempre supera a la ficción y, o nos tomamos las cosas en serio, o esto acabará mal, muy mal.

Y, por cierto, ¿Alguien me puede decir si Portugal salió de la crisis, gracias al dinero español?

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