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Opinión - Salvar el Mediterráneo y a sus gentes. Por Neus Tomàs
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¿Es el enemigo?

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“Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”, afirmaba el ministro de Defensa israelí para justificar una serie de medidas draconianas contra la población civil de la franja de Gaza y que las organizaciones humanitarias, incluidas Naciones Unidas (UN), consideran como crimen de guerra, por cuanto cargan contra el conjunto de la población (todo) por aquello de lo que son responsables unos pocos (parte).  

Una atrocidad que conduce a otra atrocidad y que ‘justifica’ la siguiente atrocidad para abocarnos a la próxima, pero no última atrocidad. Ese sería, más o menos y de manera esquemática, el ‘Protocolo del Quebranto’, título de una obra de teatro del Laboratorio Galdós Internacional y que, a partir de relatos reales sobre experiencias bélicas, “reflexiona sobre los motivos y consecuencias de las guerras y los conflictos. El origen de los enfrentamientos, la dicotomía entre aliados y rivales, amigos y enemigos...”. 

Un quebranto como el que se vive en guerras de Israel / Palestina, “dos situaciones y un diálogo imposible por intereses opuestos”; dos pueblos quebrados por tantas cosas que les vinculan pero que, apelando a Sigmund Freud, hacen magnitud infernal de las pequeñas diferencias o diferencia menor, como ya refería el filósofo canadiense Michael Ignatieff, en relación con la guerra de la antigua Yugoslavia. De esta manera, abocados a una situación de enfrentamiento irremediable, parece obligar al mundo entero a posicionarse a favor o en contra… aunque no sabemos a favor o en contra de qué y/o de quién. Quien más, quien menos pensará que Israel tiene razón y los palestinos son unos terroristas, o bien dirán que Palestina es víctima del poder opresor de un estado ocupante y abusivo como es Israel. “¿Tú con quién vas, mamá: con Israel o Palestina?”, preguntaba un adolescente a su madre.

Los relatos, de unos y otros, no hacen sino reproducir las premisas originales que dieron lugar al conflicto y que lo perpetúan años / décadas después. Tachar de “animales humanos” a los opuestos, o aplaudir dichas declaraciones, conlleva la reproducción de las condiciones necesarias para la continuación del quebranto, para la comisión de la siguiente atrocidad, para la aniquilación del vecino. Y la pregunta adolescente, “tú con quién vas”, no hace sino reproducir el discurso político-mediático que ayuda a conformar las opiniones del común en relación con este conflicto en particular. 

Dicha reproducción se sirve de una figura retórica fundamental, la sinécdoque, un tropo que consiste en tomar la parte por el todo, “aplicando a un todo el nombre de una de sus partes, o viceversa” (RAE), con una clara voluntad de identificar al conjunto en virtud de alguna de sus partes. ¿Serían todos los miembros de una organización o comunidad igual que una parte (tal vez podrida) de la misma? Dicho de otro modo, parece un error considerar a todos los palestinos (al menos, los de la franja de Gaza) partidarios o responsables de las acciones de Hamás; entre otras cosas porque sería tanto como hacer verdad el argumento deseado por la propia organización terrorista, que sería la primera interesada en que todos los palestinos se considerasen partidarios de Hamás.

El mismo tropo político (sinécdoque) sería aplicable a los israelíes, englobando a su ciudadanía como parte intrínseca de la maquinaria de guerra del Estado Israelí. Y, por tanto, incurriríamos en el mismo error. Error similar que se incurre al reaccionar al conflicto en base a episodios concretos y puntuales, bien sea tomando la parte por el todo: hacer de la última acción armada el eje central de la historia global; o bien, tomando el todo por la parte, que sería utilizar la historia global como elemento justificador de la última acción armada. ¿Vale ampararse en 75 años de política israelí sobre Palestina como atenuante para camuflar una cierta comprensión del último atentado de Hamás? Lo mismo que su inversa, como es utilizar la última acción armada de Hamás para perpetuarse en la continuación de una política agresora del estado israelí hacia el pueblo palestino.

A esta posición, algunos aguerridos ‘comprometidos’ insisten en llamarle, de manera denostable, equidistancia. Como si pretendiera esquivar el bulto de la verdadera (sic) cuestión que no es sino dirimir el “tú con quién vas, mamá” del adolescente. Lo malo es que nuestro debate político-mediático sea así de adolescente, en tanto que período previo a la madurez. El tú con quién vas parece más propio de una casa de apuestas que de un juicio (discernimiento) político razonable, describiendo una realidad en blanco-y-negro que no tendría más solución que la aniquilación del otro. ¿Y quién es el otro? Es el ENEMIGO.  Sin tener la madurez suficiente para entender que la derrota final nunca llegará, que la solución final no puede ser el exterminio del otro, sino el arreglo entre los intereses contrapuestos: “Tendremos seguridad cuando ellos tengan esperanza”, decía el Almirante en la reserva, Ami Ayalon, quien fuera jefe del Shin Bet, el servicio secreto interior de Israel.

Si el enemigo [contrario] es aquel que “se muestra completamente diferente” (RAE), volvemos al problema de la totalidad, o quizá al de la diferencia menor, que no parece sino la otra cara de  ese ‘totalismo’. ¿Es nuestro enemigo alguien totalmente contrario o diferente a nosotros o será más bien una parte inevitable de nosotros mismos y por tanto inmerso en una red de relaciones que lo hace parte de nuestra propia vida, incluso más allá de la aniquilación? La propia expresión del ministro de defensa (en realidad, de guerra), al principio de este artículo, cuando habla de ‘animales humanos’, supone prueba palpable de esa condición paradójica que supone el enemigo en tanto que parte indisociable de la vida propia. Primero, porque en tanto que animal humano, expresión que el mismísimo Aristóteles aplaudiría, comparte condición con quien la enuncia, aunque su intención sea denostadora: todo ser humano, por el hecho de serlo, es un animal humano. 

Y continúa diciendo el ministro: “(...) Y actuamos en consecuencia”, lo que implica que “algo se deduce de lo dicho anteriormente o es conforme con ello”. ¿Cómo se actúa, ‘en consecuencia’, con un animal humano: aniquilándolo? Y si al enemigo se le representa como un ‘animal humano’, ¿cuál será la condición del otro, de aquel que lo enuncia?, ¿cuál es su condición?, ¿carece de animalidad o de humanidad o tal vez de ambas?

Lo total, totus, lo que ‘comprende todo en su especie’, es la raíz del totalitarismo, aquello que anula las partes, lo diferente, lo otro. Y ese es el grave peligro que se vive en Oriente Medio.

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