Espacio de opinión de Canarias Ahora
La paradoja (anti-) democrática
Una paradoja, en su sentido original, viene a significar que algo es “contrario a la opinión común” (para, contra y doxa, opinión) y presenta la forma de una contradicción, se evidencia como contraria a la lógica, al sentido común y/o a la opinión general. Un ejemplo de paradoja muy de moda actualmente: “Menos es más”. O un consejo repelente cuando alguien pretende consolarte en un momento de pérdida: “La única constante en la vida es el cambio”.
En el terreno de la política española actual, nos encontramos con una situación que podríamos tildar de paradoja (Anti-) democrática, cuyo subtítulo podría decir algo así como “De la insoportable estupidez del joven franquista”. Me explicaré.
El reciente tour universitario del jovencito francostein, Vito Zoppellari Quiles, ha puesto en evidencia cómo un sector de la juventud de este país, agrupados en un partido llamado Se acabó La Fiesta (primer elemento aparentemente contradictorio), nos viene a lanzar un mensaje que, en esencia, dice que con Franco se vivía mejor (principal elemento de la paradoja). Teniendo en cuenta que el susodicho agitador ítalo-español tiene 25 años, esto es nació en el año 2000, 25 años después de la muerte de su estimado mandatario de alta graduación, parece un poco… ¿extraño?
Es decir, actualmente tenemos a un sector de la población, no mayoritario, pero sociológicamente significativo, que, pese a su distancia cronológica con la dictadura, considera que durante ese periodo vivían / se vivía mejor. Y, para ello, aducen la actual corrupción que atenaza a la patria, en un contexto de ausencia total de libertad (otro ingrediente fundamental de la paradoja).
Por resumir: si decíamos que una paradoja significa que algo es “contrario a la opinión común”, está claro que el ideal franquista de este sector de población que esgrime que con el dictador se vivía mejor, resulta contrario a la lógica, al sentido común y a la idea general de los españoles. Al menos, por ahora.
Por otro lado, resulta evidente que personas nacidas hace 25 años después de acabada la dictadura no pueden tener nostalgia por la pérdida de algo no vivido, no experienciado; en todo caso, siguiendo a Sigmund Freud y a Jon Juaristi, tendríamos que hablar de melancolía, en cuanto que la pérdida pertenece al orden de lo imaginario y no de la realidad: una pérdida de una patria ideal que no preexiste a su reivindicación. Lo mismo que Sabino Arana no pudo perder una inexistente Nación Vasca, tampoco los franquistas millennials pueden sentir nostalgia por el fin de una fiesta franquista que nunca vivieron. Tan solo puede ocurrir en forma de distorsión cognitiva, distorsión de la realidad o trastorno equivalente.
Por último, aducir falta de libertad como criterio para reivindicar un régimen dictatorial parece, a todas luces, algo contrario a la lógica y al sentido común; tiene toda la apariencia de un contrasentido. Desde un escenario de libertades, se reivindica la vuelta de un tirano que hizo de la voluntad propia la voluntad única, coaccionando cualquier posibilidad de réplica o contestación y, por tanto, cualquier posibilidad de libertad que no fuera puramente vertical. ¿No le falta a esto una pizca de cordura?
Como epílogo de este maratón de contrasentidos, el nombre de la organización: Se Acabó la Fiesta. Y lo dice uno de sus líderes, el citado italo-español de 25 años, quien él mismo se retrata en una entrevista para The Objective (español, sí), en septiembre pasado (25/05/2025):
“P. ¿Te ha dado tiempo a leer algún libro que otro, ver películas, series...?
R. Pues no mucho (...) He de reconocer que no es algo que hable muy bien de mi, pero joder, he invertido más tiempo en beber cerveza que en leer.“
¿Realmente se acabó la fiesta o viven en una fiesta constante de sinsentidos, absurdos, bulos y provocaciones? La de estos neo-franquistas imberbes es la reivindicación de la fiesta del chivo (Vargas Llosa), un despliegue de crueldad, horror y corrupción propios de las dictaduras, latinoamericanas e ibéricas (y más allá). Por eso deberíamos re-plantearnos la cuestión: ¿Debe una democracia permitir que quienes pretenden derribarla hagan alarde de ello? Esto es, ¿deben los tolerantes ser tolerantes con los intolerantes? Bastaría con repasar a Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos (1945), para darnos cuenta de que no se debe permitir este derecho a quienes pretenden socavar las normas para una convivencia tolerante y democrática.
Una de las posibles soluciones a una paradoja pasa primero por identificar un potencial error o suposición falsa en el razonamiento que la sustenta. En el caso de la paradoja (anti-) democrática planteada, resulta evidente el equívoco neofranquista según el cual con Franco se vivía mejor (salvo unos pocos, claro). Por otro lado, estas organizaciones que juegan a destruir el juego se benefician de las herramientas de nuestro régimen de libertades y convivencia para poder socavarlo y derribarlo. ¿Resulta tolerable ser tolerantes con quienes quieren acabar con la tolerancia?
Un paralelismo lo vivimos actualmente con la Inteligencia Artificial (IA) y su posible impacto negativo para el conjunto de la humanidad. ¿No deben las sociedades establecer mecanismos de autoprotección e impedir que la IA adquiera una autonomía que se vuelva en contra de los propios creadores? No se trata de ciencia-ficción: “La inteligencia artificial podría llevar a la extinción de la humanidad”, decía hace un tiempo un grupo de expertos (con intereses en IA). La Unión Europea, por ejemplo, decidió que había que legislar para protegernos [Reglamento (UE) 2024/1689]. Eso mismo deberíamos trasladarlo al conjunto de las democracias que titubean a la hora de poner coto a la Hinteligencia Fascista.
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