Espacio de opinión de Canarias Ahora
Un beso con-sentido
La primera constancia gráfica de un beso entre seres humanos está datada hace 4.500 años, en la antigua Mesopotamia (actual Irak), aunque resulta fácil de suponer que ya antes de eso se habrían dado muchos más. Incluso se sospecha que también entre los Neandertales debía ser una práctica más o menos habitual. Ahora, un estudio de la Universidad de Oxford nos dice que también entre los primates el beso es una práctica común y se retrotrae 21 millones de años para poner fecha al primer beso.
Pero claro, a pesar de esta antigüedad, el beso no es un gesto culturalmente neutro, ni históricamente invariable. El beso significa cosas diferentes a lo largo del tiempo, de las culturas, de los géneros, las formas… No es lo mismo un beso entre hombres que entre mujeres o entre hombre/mujer; no es lo mismo si están casados que entre amistades o familiares; no es lo mismo besarse hoy que hace 100 o 1.000 años, en Europa que en Asia; no es lo mismo un beso en la mejilla que en los labios o en la mano; no es lo mismo…
Un beso significa muchas cosas, según las particularidades del contexto: afecto y amor, deseo y pasión, saludo o despedida, respeto y reverencia, consuelo o protección. Así, la Roma clásica disponía de tres términos para referirse al tipo de beso en cuestión: osculum (ósculo en castellano), como beso de respeto y de marcado carácter social; suavium, especialmente apasionado, propio de los amantes; y el más tardío basium, con un carácter erótico-literario, que se terminó imponiendo sobre los otros dos términos en lenguas romances, como el castellano, en la forma de beso. En cualquiera de los casos, el beso es demostración de amor, cariño, afecto y/o respeto, acorde a la situación a la que haga referencia.
Años de observación nos muestran que la evolución no siempre es lineal, que evolucionar no es caminar siempre en la misma dirección (hacia ‘adelante’), que no tiene por qué implicar mejora, ni ser necesariamente símbolo de prosperidad (material, espiritual, etcétera). Prueba de ello son ciertos gestos, tal vez no muy relevantes numéricamente hablando, pero nada desdeñables simbólicamente. Especialmente en estos tiempos que corren, en los que una nueva ética se va paulatinamente introduciendo, en la que el Yo impera sobre todo(s) lo(s) demás y su cortapisa o limitación se concibe como un atentado al nuevo concepto de Libertad post ilustrado. Un yo mayestático, carente de empatía y constricciones morales, principio y fin de todas las cosas, razón última y suficiente del nuevo albedrío: esto es, una “voluntad no gobernada por la razón, sino por el apetito, antojo o capricho” (RAE).
En esta nueva ética emergente, el principio de consideración hacia el otro se diluye por la preeminencia del Yo imperial, con la citada Libertad como mascarón de proa de un buque rompehielos que es el ego. Pongamos un caso real, acontecido en redes sociales, y que ha alcanzado una gran viralidad:
“El consentimiento es injusto (…) Yo quiero coger [fornicar] con vos, vos no querés. El consentimiento dice que no, pero yo sí quiero. Y es mitad y mitad (…) ¿Por qué siempre el No?”.
Esto lo hablaban tres chicos, veinteañeros, en un canal de TV online [Chai TV], donde el líder de la manada exponía el dilema moral y los otros dos iban apostillando anormalidades, como que coartan tu libertad, no te están respetando a vos, hasta llegar a un bucle en el que se planteaban cuestiones como la injusta ventaja del No sobre el Sí, menos x más es menos, etcétera.
Sin irnos tan lejos, tuvimos recientemente un caso mediático de primer orden: el piquito (beso) de Luis Rubiales, ex presidente de la RFEF, a la jugadora de la selección española Jennifer Hermoso. Que si bien fue ampliamente contestado, no podemos esconder la importante justificación, minimización o negación que tuvo en amplios sectores de la sociedad, incluyendo prensa, deportiva o no. El foco de la cuestión estaba en el consentimiento: beso no consentido, que el agresor llegó a justificar aduciendo que, en su gesto, “no había deseo”.
Lo que no hubo, en dicho beso, fue lo que sí es inherente al beso, desde hace 21 millones de años: cariño, afecto, respeto, deseo… ¡MUTUO! Porque el beso, sin consentimiento, es agresión, porque el beso, sin otro/a, es tiranía. Y construir discursos justificadores de los piquitos sin deseo resulta igualmente violento, como también se puso de manifiesto con el infame caso/sentencia de La Manada, donde se quiso hacer ver que la víctima podía ser co-responsable de su desgracia: jueces, prensa, políticos y ciudadanía colaboraron en dicha narrativa.
Y todo esto debería hacernos pensar en cómo es el Nuevo Hombre (sí, en masculino) que se está erigiendo, ese que concibe su anhelo como principio y final de todas las cosas, que sitúa los límites de la libertad en torno a su perímetro corporal, donde la máxima de “tratar a los demás como a ti te gustaría ser tratado” es woke (progre, despectivamente), y establece el valor superior del Yo sobre los Otros, “porque yo lo valgo”. La nueva ética nos dice que hacer daño es legítimo cuando sirve para la satisfacción del interés propio, lo que resulta extrapolable a las relaciones interpersonales (cultura de la violación), pero también a las relaciones internacionales, como Netanyahu ha puesto de manifiesto en su acción criminal sobre Gaza: si yo necesito un territorio en el cual desarrollar un proyecto turístico-inmobiliario, pero 2 millones de gazatíes no están interesados, pues es mi derecho exterminarlos/expulsarlos en beneficio propio.
La palabra “consentimiento” deriva del latín consensus, que significa “acuerdo de voluntades” y está formada por el prefijo con- (“junto” o “todo”) y el verbo sentire (“sentir”, “percibir sensaciones” o “tener sentido común”). Pero cuando desaparece ese sentir compartido, entonces hablamos de psicopatía, esto es, un trastorno de la personalidad caracterizado por la falta de empatía, la ausencia de remordimientos, la manipulación y un marcado comportamiento antisocial. O, a nivel colectivo, lo que el sociólogo Cristopher Lasch denominó ‘La cultura del narcisismo’. Un beso no con-sentido es un beso sin-sentido.
Sobre este blog
Espacio de opinión de Canarias Ahora
0