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Una erupción histórica

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El drama telúrico, como así escribimos desde el primer día, llegó a su final. Un “otoño volcánico”, como calificó el consejero de Administraciones Públicas, Justicia y Seguridad del Gobierno de Canarias, director del Plan Especial de Protección Civil y Atención de Emergencias por Riesgo Volcánico (Pevolca), Julio Pérez. La erupción en La Palma se dio por concluida al cabo de ochenta y cinco días. Una estación inquietante que, sumada a los rebrotes de la pandemia, ha tenido a la ciudadanía en el núcleo de la expectativa. La dimensión del fenómeno natural proyectó a la isla desde el mismo momento de la erupción: nada que ver los antecedentes, en otras épocas históricas, con la fuerza y la capacidad destructiva contrastada desde Cumbre Vieja hasta la Isla Baja que aumentó la superficie de la isla para asombro generalizado. 

Las cifras son concluyentes: mil doscientas treinta y siete hectáreas afectadas por la coladas volcánicas; mil seiscientas setenta y seis edificaciones literalmente desaparecidas, de las que mil trescientas cuarenta y cinco eran viviendas. Hay que añadir la destrucción de infraestructuras, de servicios y de superficie agrícola. Terminada la erupción, es el momento de hacer balance de los daños para calcular el coste de la reconstrucción de la isla.

Este asunto, por cierto, es una asignatura que requiere esfuerzos y dedicación. Es un gran compromiso en el que tienen que involucrarse las instituciones y los actores sociales de La Palma sino todos los palmeros porque no solo se trata de inversiones y actuaciones plurianuales sino de concebir planes que van más allá de límites territoriales y permitan configurar un modelo válido y aceptable por todos. Es el momento de afrontar esa tarea. Con sosiego pero sin tiempo que perder, con rigor, absolutamente indispensable y con visión de futuro.

La erupción se da por terminada y es el momento también de consignar el reconocimiento a cuantas entidades y personas han intervenido en las tareas de vigilancia, protección, auxilio y atención. Un esfuerzo inenarrable, que empezaba por la coordinación, para evitar el caos y que los estragos fueran de mayor consideración. Las cosas han funcionado razonablemente bien, desde la presencia de las más altas autoridades hasta el seguimiento de científicos y vulcanólogos que han enseñado. Y con este participio, creemos decirlo todo.

La erupción, por otro lado, ha significado una lección y un alarde de solidaridad: la respuesta procedente de todas partes del mundo, de ámbitos como el deporte, el arte y el espectáculo, ha servido para que los palmeros se sintieran arropados y no abandonados. 

Una última apreciación: ha sido también una erupción mediática. Desde el primer día hasta ayer mismo, el seguimiento de prensa y medios audiovisuales ha sido constante. Hemos sabido de la evolución de la catástrofe con información puntual, detallada, didáctica y plena de contenidos. Damos por hecho que, salvo algunas tentaciones individuales y unos pocos desatinos, los profesionales se tomaron muy en serio su cometido y fueron conscientes de que no procedían el lucimiento individual ni las concesiones al espectáculo. 

De esa forma, tan genéricamente descrita, esta experiencia de ochenta y cinco días tiene que haber servido a todos para futuros supuestos, si es que se presentan. Haber terminado sin víctimas, ya es todo un logro. Y cuidad con la fase posteruptiva en la que hay que prestar especial atención a los gases, “que no se ven ni se huelen pero que son letales”, tal y como ya expresó el pasado viernes la directora del Instituto Geográfico Nacional (IGN), Carmen López. “El peligro continúa”, alertó.

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