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Este gran país... que lo es, a pesar de todo y de todos

Carlos Castañosa

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La civilización occidental ha evolucionado con los siglos, al igual que otras culturas de lejana geografía y dispar mentalidad influida por creencias religiosas u otros matices relacionados con sus sentimientos y emociones que nada tienen que ver con nuestro acervo cultural, costumbres y tradiciones privativas, ajenas al resto del mundo.

La estructura espiritual de los pueblos determina parámetros diferenciales que definen su identidad basada en términos anímicos, quizá abstractos, que suelen completarse con el pragmatismo del sentido común y el uso de razón. ¿Pero en qué porcentaje se acoplan estos elementos concretos con la parcela emocional?

En cada caso, en una etnia, en todo grupo humano, persiste un componente tribal que aísla sus peculiaridades y define el apellido que acompaña al gentilicio de una comunidad específica. Son tópicos y mitos que se prestan al chascarrillo del chiste fácil, de escoceses tacaños; alemanes cuadriculados; argentinos autosobrevalorados; chinos copiones; ingleses con un sentido del humor específico y elegante (salvedad hecha de los hooligans en su elevado porcentaje).

En cuanto a estereotipos españoles… ¡Uf!, aquí tenemos chistes para todos: gallegos, andaluces (de Lepe), maños, vascos, catalanes, canarios (gomeros), asturianos… En la variedad está el gusto y de ello no podemos quejarnos de puro privilegiados. Porque los españoles, además de serlo, todos somos algo más que depende del lugar de nacimiento y de la historia de ese sitio… Como pasa en todo el mundo. Pero aquí, más.

Aparte de las divergencias que inducen a competir con el vecino: Betis-Sevilla; Oviedo- Sporting; Athletic-Real Sociedad; Barça-Español; Atleti-R.Madrid, y tantos otros, tipo “Rubielos de Mora” y “Mora de Rubielos” (curiosa toponimia en dos pueblos turolenses que no puede saberse quién le puso primero el nombre al suyo para que el otro se picase)… si alcanzáramos a canalizar las energías que se desgastan en rivalidades, daríamos forma al concepto mágico de “sinergia”: 1. f. Acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales.

¿Nos imaginamos cómo sería esto con el “todos a una” en “todo”?

¿De qué dependería aglutinar sentimientos y voluntades? En apariencia, sin problema. Quienes hemos tenido la oportunidad de recorrer casi toda nuestra geografía por razones profesionales, sabemos de la admiración y respeto que se siente hacia el pueblo que acoge la vocación e ilusiones del foráneo, que de inmediato deja de serlo. De cómo las tierras orgullosas de su historia y tradiciones se vuelcan en compartir su satisfacción con generosa hospitalidad, que a su vez es correspondida con afecto sobrevenido por gratitud a la bienvenida. Qué bien suena y qué bonito sería. Pero… creo que no es necesario explicar los motivos del porqué esto se queda en utopía.

Imaginemos una nación, un estado o país simbolizado en un cuerpo humano. La salud de dicho organismo vivo depende de varios factores que le protegen de enfermedades y agentes patógenos. Es importante su calidad genética, alimentación sana (la dieta mediterránea es una garantía), su historial de afecciones y el tratamiento recibido en medicinas. Si falla alguno de estos parámetros, o por error de diagnóstico se equivoca la dolencia, digamos que la nación, estado o país, padecerá una infección que si no se corrige a tiempo, puede degenerar en septicemia.

El virus pernicioso se llama “política”. Produce una enfermedad epidémica por invasión de ciertos microorganismos que invaden la células vitales de la sociedad civil con una virulencia extrema. Si fallan los mecanismos de defensa naturales en el cuerpo afectado, la enfermedad puede hacerse crónica, y solo el propio paciente está capacitado para recuperar la salud deseada… Pero claro, ha de poner cierto esfuerzo de su parte y no abandonarse a la comodidad de la resignación colectiva con el: “Bueno… como esto es así, no hay más remedio que soportar los parásitos y sanguijuelas que me están succionando hasta el entendimiento”.

Habida cuenta que todo lo que toca la política se contamina y se pudre, y ante la imposibilidad de prescindir de ella mediante extirpación espontánea, no tenemos más remedio que tratar a los microorganismos con la firmeza antibiótica que merecen, para liberarnos de sus abusos y prepotencia que tanto afectan a la salud de nuestros intereses y derechos ciudadanos; lo que es decir del pueblo soberano que merece tratamiento VIP como su propio título indica.

Como medidas terapéuticas: Adelgazar la administración. Reducir al 30% los cargos públicos eliminaría drásticamente el número de chupópteros, aliviaría nuestra infección y nos equipararía a los países normales de nuestro entorno. La siguiente, bajar sus emolumentos a la mitad, eliminar coches oficiales, pensiones vitalicias, seguros médicos por la cara y puertas giratorias. El ahorro repercutiría en la caja de las pensiones y en los servicios sociales. A los corruptos, obligación de devolver hasta el último céntimo de lo robado, más intereses. Mejoraría el PIB y disminuiría el déficit público. En los casos de nepotismo, que cada uno saliera en un Sálvame de Luxe para confesar su caso en el polígrafo (algún/a cónyuge se enteraría de algunos favores), pagando el programa de su bolsillo, y el dinero de la publicidad, para obras sociales.

Y para aquellos que mienten tergiversando la Historia para medrar en política, soliviantando conciencias con falsedades que fomentan odio, que empezasen a estudiar desde el primer curso de primaria hasta completar la secundaria obligatoria, por analfabetos. Y si suspenden, repiten curso y además limpian la clase de los niños y los WC como los antiguos fámulos. Juzgar la Historia, adoctrinar fuera de su contexto cronológico, es imprudencia temeraria, defecto intelectual y ausencia de buena fe. En cualquier caso merece la reprobación más absoluta por la gravedad de los daños emocionales inferidos y por inducción al delito de odio.

Bastante tuvimos con nuestra perversa Leyenda Negra para que entre nosotros haya quienes todavía la jaleen. No seamos estúpidos ni incoherentes…

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