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Algunas lecciones provisionales sobre la crisis del COVID-19

Pedro González de Molina Soler

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Estas semanas que hemos pasado confinados por la crisis del COVID-19 hemos ido pasando de la inquietud ante la amenaza invisible a la irrealidad del confinamiento y de esta, a cierta normalización de la situación y a una inquietud sobre el futuro. Nos preguntamos: ¿Cómo habrá cambiado el mundo después del virus? ¿Qué futuro nos espera? ¿Cómo habrá afectado a la salud y a nuestras percepciones sobre lo que es importante y lo que no?

Es difícil adivinar con precisión qué pasará en el mundo tras esta crisis, pero sí podemos aventurar algunas lecciones provisionales, hipótesis y reflexiones sobre nuestras sociedades y los cambios que se avecinan.

Nuestro Estado del Bienestar, que no se había recuperado de la crisis del 2008 y de las políticas de austeridad neoliberal, está siendo sometido a un fuerte estrés, especialmente la Sanidad, y enfrentándose a retos difíciles, como pasar a la enseñanza virtual en Secundaria y en Primaria sin apenas medios, ni planificación previa, y con una brecha digital difícilmente resoluble que lastra a los que menos tienen. Años de recortes en los servicios públicos, y de intentos de introducir lógicas mercantiles donde no debieran existir, de reducciones de plantilla, de recortes presupuestarios, de la entrada de las empresas privadas en nichos de mercado creados por partidos comprometidos con las políticas neoliberales, han colocado a nuestros servicios públicos en una posición muy comprometida ante esta crisis.

El caso de la Sanidad es sangrante, no sólo por los recortes antes mencionados, sino por la actitud torticera de la Sanidad privada y concertada, que, o ha intentado sacar beneficio del miedo social cobrando precios desorbitados por los test, o han aprovechado las circunstancias de emergencia sanitaria, precisamente, para echar a sanitarios a la calle. Su nulo apoyo a la sociedad en esta situación en los inicios de la pandemia ha sido clamoroso, y más cuando algunos empresarios hoteleros ofrecieron sus hoteles para realizar hospitales improvisados ante el desbordamiento de los hospitales públicos. Se vuelve a demostrar que es un error convertir la salud en un negocio, y dejar a los caprichos del mercado la salud pública. Ante esta situación el gobierno se vio en la obligación de intervenir las empresas privadas sanitarias para ponerlas al servicio de la sociedad.

Esto nos lleva a la primera lección: el sistema sanitario público va a salir reforzado de la crisis del COVID-19. Será muy difícil volver a justificar recortes en el sector sin sufrir un desgaste político innegable. Aquellas Comunidades Autónomas que apostaron con fuerza por degradar el sistema público de Salud en favor del negocio privado, como Madrid o Cataluña, van a tener que revisar sus políticas con toda seguridad.

Aquellas comunidades autónomas que hicieron de la irresponsabilidad fiscal su bandera, siempre con un sesgo de clase en favor de los que más tienen, como Madrid, Canarias, o, en menor medida, Cataluña, han demostrado, no sólo la irresponsabilidad de bajar impuestos e infrafinanciar los servicios públicos, sino que dicha injusticia social se paga ante una situación de emergencia nacional. La presidenta de la Comunidad de Madrid hizo el ridículo al pedir limosna a las empresas privadas cuando hacía unos meses había lanzado la mayor rebaja fiscal de la historia, según sus palabras. La segunda lección es evidente, hace falta pagar más impuestos, y repartir las cargas de manera más equitativa y justa.

El Estado, como actor en la economía y en la sociedad, ha vuelto a recuperar parte del papel protagonista, que había perdido ante los organismos de gobernanza internacional, o ante los Mercados. Se ha demostrado que su decidida acción puede salvar vidas en estas circunstancias o su inacción, agravar el problema, y es vital su papel en la futura reconstrucción de los países. Por consiguiente, las tesis del Estado escasamente intervencionista, de marcado carácter neoliberal, han salido debilitadas en esta crisis, mientras que la tesis del Estado intervencionista han salido reforzadas (con variantes, dependiendo del país).

La cuarta lección deriva de las consecuencias desastrosas de la Globalización neoliberal incontrolada. Las grandes empresas aprovecharon las desregulaciones para llevar muchas industrias a países que les imponían menos impuestos, tenían legislaciones medioambientales y laborales laxas, sindicatos débiles o inexistentes y una mano de obra barata. Esto provocó el proceso de desindustrialización del centro, donde las industrias se marcharon a la periferia, sobre todo a Extremo Oriente. Ahora muchos países se lamentan de no tener fábricas de respiradores, mascarillas, otros productos, etc., necesarios para la lucha contra el coronavirus, ya que se depende de la capacidad de producción de China, y en menor medida de otros países, y de las condiciones leoninas del Mercado. Muchos políticos europeos se plantean que hay que reindustrializar sus países para poder afrontar otra crisis como esta.

También, esta crisis, está demostrando que la capacidad de contagio de una pandemia se multiplica debido a la interconexión global. Aeropuertos y puertos se convierten en focos de difusión de las pandemias, que ha facilitado su extensión por el globo.

La quinta lección es la crisis del ordoliberalismo y del neoliberalismo a escala mundial y la vuelta del Keynesianismo. El neoliberalismo y su variante alemana habían quedado desacreditadas y tocadas, aunque no de muerte gracias al enorme poder de la Academia, los think tanks y los partidos que profesan dicha ideología, en la crisis financiera de 2008. La salida, en falso, de la crisis en la UE fue la aplicación de la ortodoxia neoliberal, de la apertura del Estado del Bienestar al negocio privado, de la reducción del Estado, de la socialización de las pérdidas de los bancos, del aumento del paro, del crecimiento de las desigualdades y de la pobreza, etc. De estas consecuencias no nos hemos logrado librar todavía, ya que seguimos con altos porcentajes de deuda pública (que se supone que las medidas de la UE iban a atajar), con un trabajo más precarizado, más desigualdad, más pobreza, etc.

La crisis del COVID-19 ha terminado de enterrar las propuestas predominantes en la crisis de 2008. Como por arte de magia, neoliberales de toda la vida o se han apuntado al keynesianismo (como Luis de Guindos) o han enmudecido. Será muy difícil que dichas políticas vuelvan a recibir el apoyo que recibieron por parte de los electores en el pasado y logren mantener su hegemonía en la Academia y en la sociedad. Sin embargo, esto no significa que la ideología neoliberal y variantes hayan muerto todavía, siguen resistiendo parapetadas en algunos países de la UE, en algunas de sus instituciones y en países como EEUU o Gran Bretaña, y tratarán de resistirse lo máximo posible.

Esta última idea enlaza con la crisis de la UE derivada del punto anterior. En 2008 Alemania logró imponer su hegemonía sobre Francia y el resto de la Unión, aplicando una ortodoxa política ordoliberal, donde se sacrificó a Grecia a través del terrorismo financiero y de los terribles Memorándums. El gobierno de Syriza fue castigado para impedir el surgimiento de una alternativa de izquierdas a la salida de la crisis aplicada por Merkel. En 2020, en plena crisis del COVID-19, sin embargo se está produciendo un duro choque entre el Sur (Italia, España, Portugal y Grecia), más Francia, contra Alemania, Austria, Finlandia y Holanda por la salida de la crisis. La revuelta contra la imposición de la ortodoxia es mucho más dura y seria que en 2015. No sólo porque dicha revuelta es encabezada por la segunda, tercera y cuarta potencia económica de la UE, sino porque se inscribe en el marco del debilitamiento del proyecto europeo derivado de las consecuencias de la crisis de 2008 y del BREXIT.

Por un lado, Holanda, Finlandia, Alemania y Austria defienden no mutualizar la deuda derivada de la reconstrucción que necesitará la UE en cuanto salgamos de la crisis sanitaria. Además, defienden utilizar el BEI para facilitar fondos a las empresas, la compra de deuda del BCE a los Estados y la ayuda a la banca, ayudas a los ERTES, que se movilicen 500.000 millones de euros para canalizarlos a través del MEDE a los países que lo soliciten y un pequeño fondo de solidaridad a los países afectados, cantidad ridícula en comparación con los 100.000 millones de euros movilizados para “rescatar a España” en 2012 (aunque en realidad a quienes se rescataba era a la banca holandesa, belga, francesa y alemana, que habían hecho negocio prestando a la banca y cajas de ahorro españolas durante la burbuja inmobiliaria).

Wolfang Schäuble, presidente del Bundestag y bête noire de Grecia en la crisis de 2015 que incluso llegó a exigir el GREXIT, ha defendido, junto con los holandeses, que no se debe volver a resucitar el debate de los eurobonos ni cualquier salida solidaria, sino que las ayudas del MEDE vienen con condicionalidades que suponen a la postre recortes y más austeridad. Para Alemania, estas condiciones serán menos duras que en 2012, mientras que los holandeses proponen que sigan siendo igual de duras que cuando los “rescates” (o secuestros, mejor dicho) de esa época. Merkel y Rutte maniobraron a última hora para dejar fuera de la última reunión, con éxito, al presidente del Parlamento Europeo, único órgano democrático de la Unión, el socialista italiano David Sassoli, porque iba a apoyar las demandas del bloque de Francia y el Sur.

Del otro lado, Francia y España piden un mecanismo intermedio, aunque España sigue defendiendo los eurobonos. Italia exige que la solidaridad europea sea más contundente y que se mutualice la deuda derivada de esta crisis sin contraprestaciones adicionales. Los apoyan Grecia, que ha aprendido de la caída del PASOK-ND-Syriza, Portugal, donde su presidente ha defendido que la banca debe aportar ya que fue rescatada con gran sufrimiento de los ciudadanos lusos, y una decena de países. Todos rechazan la utilización del MEDE y la vuelta de los hombres de negro.

El plan Marshall que demandan parece muy lejos de aplicarse y la solidaridad de una parte de la Unión brilla por su ausencia. Italia ha llegado a amenazar con echar mano de la ayuda china, que tiene puestos los ojos en el país transalpino con el lanzamiento de la ruta de la Seda. Si en 2015 ni Rusia, agobiada por la guerra de Ukrania, las sanciones y los problemas económicos, ni China, que pretendía hacerse con infraestructuras claves como el Puerto del Pireo, apoyaron a Grecia, en 2020 tanto Rusia, como China, pueden jugar un papel mucho más importante y decisivo si la Unión no encuentra una salida solidaria a esta situación. La imagen de las tropas rusas entrando en Italia para ayudar al país y de la ayuda solidaria china, no deja de ser chocante viendo la actitud insolidaria de Holanda y Alemania.

Las instituciones europeas han buscado soluciones intermedias entre las dos posiciones, aunque la respuesta de la Comisión, dirigida por la alemana Von der Leyen, ha sido muy tibia. Por una parte, el BCE está comprando deuda y por otra parte, se ha suspendido temporalmente el “Pacto (neoliberal) de estabilidad”.

Finalmente se ha alcanzado un acuerdo por el que se desbloquean préstamos para los países necesitados a través del MEDE pero, mientras dure la crisis del coronavirus y si los gastos son para solucionar problemas derivados de esta, no tendrán condiciones. Una vez pasada la crisis, cualquier ayuda recibida por el MEDE tendrá las condicionalidades nefastas de la crisis de 2008. El debate sobre los eurobonos ha quedado aplazado. La existencia de la UE está en peligro sino logra dar una respuesta más contundente y solidaria a esta situación de crisis.

La última lección es que el Sur de Europa no puede permitirse asumir las condiciones y consecuencias que supondrían acogerse al MEDE con la condicionalidad de la anterior crisis (fuerte impacto social, económico, degradación democrática y el debilitamiento del Estado del Bienestar, que van en la dirección contraria a las enseñanzas que estamos sacando de esta crisis) porque sería el final de los gobiernos progresistas de Italia, Portugal y España y dejaría abierto el camino a experimentos reaccionarios y populistas de derechas, como el de Matteo Salvini.

Pedro González de Molina Soler. Profesor de Geografía e Historia. Ex secretario de Educación y Formación de Podemos Canarias. Militante de CCOO.

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