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Martinón

Francisco Pomares

La abultada mayoría de Antonio Martinón en la votación al rectorado de La Laguna, aún cuando le obliga a pasar por una segunda vuelta, indica una fuerte voluntad de cambio en la universidad lagunera, puesta también de manifiesto por una extraordinaria participación del cuerpo electoral, muy superior a la de otros procesos. El grupo de doctores y profesores vinculados tuvo una participación próxima al 88%, el de no doctores de algo más del 67%, y el personal de administración y servicios se situó en el 77%. Como siempre, la excepción fueron los alumnos, que aunque acudieron a votar más que en otras ocasiones, sólo lo hicieron uno de cada cuatro. La gestión de la Universidad sigue preocupando mucho más a quienes se ocupan de ella o imparten la educación universitaria que a quienes la reciben. Aún así, Martinón –que algunos quisieron presentar como el candidato del alumnado- ganó en todos los sectores. Olga Alegre perdió frente a Martinón en varios sectores –profesorado funcionario y alumnado- en Educación, su facultad, de la que además es decana. Es cierto que el voto que tradicionalmente ha apoyado al grupo del actual rector acudió dividido en dos propuestas enfrentadas, las que encabezaban Olga Alegre y Juan Ignacio Capafons. Pero es poco probable que –con un resultado próximo a la mitad de los votos- Martinón no rasque algún voto más de entre quienes apoyaron a Capafons, descartado ya para la segunda vuelta del próximo día 14, y acabe por tanto convirtiéndose en el sustituto de Eduardo Domenech.

Martinón, doctor en matemáticas, catedrático y antiguo decano, es también un conocido militante socialista, hoy alejado de la primera línea de la pelea partidaria. Básicamente es un moderado de izquierdas: un hombre honesto y esforzado al que define una biografía intachable construida desde la independencia crítica y el sentido del honor y de su propia responsabilidad personal. Le conozco desde que yo era un crío y él poco más que eso, y siempre tuve la impresión de que Martinón funcionaba en todas sus cosas como una suerte de militar progresista instalado en la vida civil, un ciudadano comprometido, cabal, patriota e inflexible en sus criterios y opiniones. Esa inflexibilidad, que en su etapa en la política le llevo a enfrentarse con todos sus jefes y con alguno de sus subordinados, habrá sido sin duda suavizada por los años y por la vida, pero –al decir de algunos de los que le apoyan y de algunos que le niegan- sigue siendo su principal hándicap personal para afrontar la tarea de poner en orden los asuntos de la Universidad lagunera y articular sus equipos de gestión y gobierno. La Laguna es una Universidad sacudida –como otras- por la crisis y sus recortes inevitables, pero que ha tenido más dificultad que otras para encararla, por estar aquejada de cierta altanera y aristocrática autocomplacencia, una suerte de metástasis burocrática heredada de los buenos viejos tiempos, y que actúa hoy como freno a la ilusión y el empuje de sus mejores ideas. Ojalá Martinón, si finalmente se convierte en Rector, sea lo que la ULL necesita.

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