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Sin miedos

Cristóbal D. Peñate

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Ayer mismo Dulce Xerach, exviceconsejera de Cultura del Gobierno de Canarias, denunció por las redes sociales que fue acosada y sufrió abusos sexuales hace 26 años por parte de un político tinerfeño que no identifica aunque sigue en activo. Esta rebelión generalizada de las mujeres a través de medios digitales es un primer paso necesario, aunque siempre será mejor que esas acusaciones vayan acompañadas de denuncias judiciales con nombres y apellidos para llegar hasta el final y castigar a los responsables.

Las mujeres están perdiendo el miedo. En primer lugar perdieron el miedo las actrices de Hollywood sujetas a los tejemenejes y extorsiones de algunos omnipotentes actores, productores y directores de cine. Esa campaña ha tenido un efecto dominó en casi todo el mundo. En España, con la reciente sentencia de la Audiencia de Navarra en el caso de la Manada, el miedo a denunciar se ha diluido totalmente.

Muchas mujeres de todas las clases sociales e ideologías, acompañadas de un buen número de hombres, han salido a las calles para manifestar públicamente su repulsa a la sentencia que condena a nueve años a cada uno de los cinco miembros de la Manada. De los tres magistrados que componen el tribunal, dos (una mujer y un hombre) consideran que ha habido abuso sexual pero no agresión, o sea, han descartado la violación. El tercer magistrado, que emitió un voto particular, cree que no hubo nada de nada, más allá de un rato de orgía o jolgorio entre cinco jóvenes sevillanos y una joven madrileña que tenía 18 años.

La cosa tiene más delito si reparamos en que en la Manada hay un militar y un guardia civil. Eso deja en muy mal lugar al Ejército y a la Benemérita, cuyos cuerpos deben estar formados por personas ejemplares que tienen como fin defender a sus compatriotas de abusos y demás batallas.

Es normal que la opinión pública se ponga del lado de la víctima porque ya está harta de tanto machismo, abusos y agresiones sexuales. Pero también hay que ser precavidos y no juzgar sin conocer a fondo las pruebas, solo por lo que dice una parte, o incluso prejuzgar, que es lo más alejado que hay de la justicia real. De ahí al linchamiento del acusado, incluso del inocente discrepante, va un estrecho trecho.

Exijamos a la justicia que sea justa, pero no nos la tomemos por nuestra mano porque eso significaría que volveríamos a las épocas oscuras de la Inquisición y el linchamiento público. La sentencia puede parecernos discutible e incluso execrable, pero España es un Estado de derecho que presume de ser un país garantista. El fallo es recurrible al Tribunal Superior de Justicia de Navarra e incluso al Supremo. Ni se ha vendido todo el pescado ni la misa está toda dicha.

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