Así no vamos a ninguna parte

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El desbarajuste de la desescalada no tiene nombre. Bueno, sí lo tiene pero me resisto a escribir abruptamente.  

Ante esta creciente segunda ola de la pandemia, parece que se nos haya cauterizado el entendimiento, que estemos resignados a las cifras cotidianas de afectados por el virus, sintomáticos o no, y los centenares de muertos in crescendo en unas comunidades autónomas con más virulencia que en otras.

No parece, de momento, que tienda a disminuir la intensidad de esta tragedia colectiva. Antes bien, siguen aumentando los casos que en algunos puntos ya han alcanzado las mismas cotas de afectación que indujeron el estado de alarma y el confinamiento… ¿Adónde vamos a parar? ¿Cuál es el verdadero motivo de este fracaso que nos ha puesto en la picota a nivel internacional como el país que peor está gestionando la pandemia, con unos resultados deplorables y unas perspectivas de futuro inmediato altamente preocupantes? Las respuestas formarían un grotesco mosaico de despropósitos.

Si intentamos racionalizar qué está pasando, debemos repasar cómo fue la estrategia inicial desplegada en el principio de la invasión coronavírica. Cierto que se comparó con un ataque bélico imprevisto y, por lo tanto, el factor sorpresa impidió una defensa firme y eficaz porque nadie estaba preparado. Bueno; por países, unos más que otros. Nosotros anduvimos en el furgón de cola porque “no tuvimos conocimiento de lo que iba a pasar y nos pilló desprevenidos”. No era una excusa suficiente para intentar justificar el atropellado fracaso de medidas alborotadas, cambiantes, imprecisas e inútiles. No obstante, “aceptamos con resignación pulpo como animal de compañía”. 

Pero el disparate actual de una desescalada sin control aparente ya no admite los mismos fallos porque, en teoría, ya se conocen los datos del problema, los medios adecuados para resolverlo y la medidas que deben aplicarse con precisión y eficacia. ¿Por qué somos entonces el país de nuestro entorno más torpe en gestionar esto?

Uno de los fallos más importantes, todavía sin resolver, es la defectuosa transparencia institucional para informar a la opinión pública y comunicar con veracidad las vicisitudes, datos reales y claridad en las medidas impuestas o sugeridas, pero siempre planteadas con vacilaciones y cambios de “digo Diego donde dije digo” para desconcierto, frustración y desconfianza de los receptores de los poco fiables mensajes. 

Hoy seguimos igual o peor que en aquel principio sorpresivo. Se han agravado las posibilidades de supervivencia en esta guerra que estamos perdiendo porque –percepción muy personal– se ha disgregado, todavía más, el potencial energético para afrontar “todos a una” una emergencia que nos está destrozando. 

El destrozo del sistema autonómico, se demuestra una vez más por la descentralización de competencias, donde cada uno hace la guerra por su cuenta para que nada funcione. Sanidad, educación, asuntos sociales… Es la máquina perfecta para eludir culpas ante el fracaso generalizado con el :“¡Ah!... esto no es responsabilidad mía. La competencia es de…”. Vergonzoso. ¿no?

Para más inri, los movimientos negacionistas que invaden las redes, apoyados por testimonios, algunos más que sospechosos, de supuestos científicos y profesionales de la medicina, que divulgan especies que contradicen todo lo oficial: mascarillas, distancia de seguridad, aglomeraciones… porque el virus no contagia porque no existe; las vacunas pueden matar en el acto y servirán solo para implantarnos un chip que nos controle de por vida… todo es un negocio de las farmacéuticas, un contubernio capitalista y una conspiración política globalizada.

Está bien esto de plantarle cara a los gobernantes ineptos y caraduras que no dan un palo al agua y no aciertan en nada. Pero no parece este un buen camino. Pues como protesta contra esta pandilleja de desalmados, es poco inteligente que nos tiremos desde la azotea. Debemos racionalizar que las mascarillas, distancia social, las manos siempre limpias y evitar aglomeraciones, cumples, bodas y bautizos, son objetos y motivo de supervivencia, de protección para la salud de nuestros allegados y del prójimo general. Creo que debemos ser escrupulosos con dichos comportamientos, hasta que pase este drama con tendencia a la tragedia en tantos casos. Entonces será cuando pongamos de cara a la pared a esta caterva de indeseables apoltronados.

Las suntuosas vacaciones de nuestro presidente, en la crítica situación de una población maltratada por el abuso institucional, con tan gravísimos problemas pendientes de resolver, no me merece mayor reflexión que la vergüenza ajena cuando me lo comentan o preguntan desde fuera de nuestra tierra.

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