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Pablo Casado o la enmienda a la totalidad del Partido Popular
La tradición histórica de la derecha política española contemporánea-más allá si prevalece en ella lo liberal o lo conservador-está vinculada fundamentalmente a una élite tecnocrática en el ejercicio del poder que arranca con la incorporación de los desarrollistas a partir del Plan de Estabilización de Franco en 1959. Con López Rodó, Mariano Rubio y Alberto Ullastres al frente de los ministerios económicos más importantes, la derecha española se abona al pragmatismo ideológico, donde lo económico prevalece sobre lo moral y donde-entre otras cualidades- es requisito imprescindible formar parte de uno de los cuerpos de élite del Estado. A partir de ahí
ser Abogado del Estado, Técnico Comercial, Inspector de Hacienda o Catedrático de Derecho Administrativo serán el principal mérito para formar parte de la dirigencia del conservadurismo patrio.
Se produce progresivamente cierta ruptura de pensamiento durante el tardofranquismo, donde los arietes del búnker con Girón de Velasco a la cabeza reniegan de ese modelo de dirigencia por no defender con la vehemencia debida lo que son las raíces del espíritu del 36. Ejemplo de ello es la destitución de Pío Cabanillas- Notario, Registrador de la Propiedad y Letrado del Consejo de Estado y por tanto vivo ejemplo de esa derecha meritoria-como Ministro de Información y Turismo en 1974, tras permitir la proyección de la película “la prima Angélica”, osando transgredir las esencias puritanas de nuestra moral católica.
Tras ese breve paréntesis y con la llegada de la democracia, la derecha política que constituye el embrión de lo que después será el Partido Popular, apuesta definitivamente por cooptar sus dirigentes políticos dentro de los altos cuerpos de la Administración del Estado. Será Manuel Fraga, Catedrático y Letrado de las Cortes, quien pilote el tránsito de esa derecha política por el desierto de mayorías socialistas, con un corto período al frente de Hernández Mancha- Abogado del Estado-y la culminación del proceso de refundación ideológica con José María Aznar-Inspector de Hacienda-, quien a su vez dejará el poder en manos de un Registrador de la Propiedad- Mariano Rajoy-.
Es evidente que hasta hace apenas nueve meses todo estaba en orden, las sucesiones dentro de ese mundo del Partido Popular se hacían como se debía, pero en el camino alguien debió pensar que se habían perdido las esencias y surge el discurso de un joven sin complejos que hace del verbo el arma arrojadiza contra quienes en el camino orillaron los principios y los valores sentimentales.
Opositar a uno de estos cuerpos superiores del Estado tiene tanto sus desventajas como sus virtudes. En cierta manera, el opositor se desconecta de la realidad social y la estructura de pensamiento se construye de forma rígida, por lo que su versatilidad dependerá del desarrollo personal y profesional posterior, pero en su haber imprime carácter, paciencia, prudencia y confiere un conocimiento sólido de las estructuras del Estado.
Pablo Casado por tanto se erige en una enmienda a la totalidad a esa sucesión de dirigentes políticos que coincidían en lo esencial: su trayectoria académica y profesional.
Pablo Casado ha llegado a la cúspide del Partido Popular con un bagaje académico y profesional propio de quién se ha amamantado de las ubres de una organización política, sin más mérito académico que una licenciatura en derecho, donde doce asignaturas fueron aprobadas en un interregno de cuatro meses de 2007 y ello en plena efervescencia electoral como candidato y posteriormente diputado a la Asamblea de Madrid. Le debieron entrar las prisas después de haber necesitado siete años para aprobar las otras trece asignaturas de la carrera. Nada que ver con sus predecesores, que a su edad ya tenían la carrera, la oposición y hasta sus primeros caudales en la caja de ahorros. Aún así, no llega el candidato Casado a alcanzar en mérito al también político conservador Alejandro Lerroux , que en un ejercicio de prodigio académico aprobó la carrera de Derecho en un solo día con nueve matrículas de honor, allá por el año 1923. Fue la Universidad de La Laguna, la que acogió al insigne diputado y le prestó la posibilidad de licenciarse en derecho a sus 58 años. Fueron diecinueve asignaturas en su solo día, ímprobo sin duda el esfuerzo del político cordobés.
Consumada esa enmienda a la totalidad aquella mañana de julio de 2018 con un discurso que arrancó de sus asientos a gran parte de la multitud de compromisarios del Partido Popular, mientras la Abogada del Estado asistía impertérrita al quebranto de la tradición, el próximo domingo 28 de abril comprobaremos si fue una decisión acertada o un ejercicio de ilusionismo como el de Girón en el 74 al frente de un búnker que visualizaba y verbalizaba una España que ya no existía más que en la mente de algunos.
De momento, lo único que se puede constatar es que el actual líder del Partido Popular carece de paciencia, de prudencia y su desconocimiento de las instituciones y estructuras del Estado resulta alarmante. Lo peor de todo, es que tampoco se caracteriza por poseer una estructura flexible de pensamiento y su conexión con la realidad social, a tenor de sus pensamientos verbalizados, es a todas luces muy lejana.
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