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Petróleo majorero, sangre de gato

Juan Jiménez González

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Voraz, con unas fauces terribles que muestran una acostumbrada tendencia a devorar todo lo que entiende que le es propio y lo alimenta, la industria petrolera rastrea hasta el más recóndito paraje del planeta en busca de su suculento sustento, las entrañas de la Tierra, los fósiles licuados en miles de años que han propulsado un progreso tan endeble como las patas del monstruo de alquitrán que se despierta cuando siente las picas de las plataformas, que cosquillean su cuerpo cual chupópteros mosquitos que se abalanzan en tromba sobre el gato despanzurrado, que apenas reacciona ante la acometida y que lo va debilitando a pasos agigantados.

En dicha tarea fagocitadora estaba esta industria, en distintas partes el cuerpo del gato del mundo, cuando comenzó a palpitar insistentemente una lucecita roja en las cercanías de Fuerteventura, un aparentemente insignificante trozo de pellejo que latía anunciando un inminente proceso febril en el agitado cuerpo gatuno. Como quiera que los mosquitos se guían por impulsos térmicos para localizar la sangre con la que atiborrarse, la industria petrolera sigue un patrón similar para situar un abrevadero en el que seguir perpetuando la misma grasienta dieta de nuestro sistema energético. Y en estas, efectivamente, detectó a Fuerteventura, cuyos anticuerpos comenzaron de inmediato a tratar de rechazar los amenazantes aguijoneos que enfilaban su inmaculada piel.

Sin embargo, ya se sabe que, como todos los zancudos, los mosquitos son muy pertinaces, y no cejan en su empeño, aunque en ello perezcan. Esa manera de valorar la tarea de proporcionarse la pervivencia tiene algo de suicida, como de temeraria es la actitud de la industria petrolera en su incansable acometida en los territorios vírgenes que no conocen las punzadas de las prospecciones en pos del crudo.

La salud y la vida de nuestro gato aún son una incógnita, ya que nadie, ni siquiera los mosquitos petroleros, conocen la eficacia repelente de los anticuerpos del animal, cuya sangre enfebrece ante las maniobras de aproximación de los insectos, de manera que el punto de piel elegido para la picadura, Fuerteventura, puede hacer estremecer al gato y ahuyentar los oscuros zumbidos.

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