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Temblores del final

Francisco Pomares

Anda Rivero flojo y como desfondado. Lo demuestra ante los medios y en las escasas citas para asuntos de Gobierno. Gentes que se ha reunido con él estos últimos días, aseguran que el hombre está irreconocible, que parece haber caído en un grado alarmante de ensimismamiento y nostalgia. Después de siete años y medio de Presidencia, es posible que Rivero comience a sufrir el vértigo del fin de etapa. Peleó con Clavijo hasta el mismo límite, convencido por su coro de tiralevitas de que deshacerse del alcalde era para él pan comido. Mantuvo el tipo incluso tras la derrota, confiando en que   Pamparacuatro y el ‘caso Corredor’ obligarían a reconsiderar la elección de Clavijo. Mantuvo en activo la campaña contra el petróleo, esperando extraer de ese pozo el combustible suficiente para agotar la legislatura. Pero todo eso se le ha ido al garete.

El problema principal es que a Rivero sólo le interesó el Gobierno, cómo instrumento de poder personal al servicio de su carrera. Rivero, el político que más tiempo ha ocupado la Presidencia del Gobierno en Canarias de forma continuada, no deja un legado personal aparte la guerra contra ese petróleo que no había. Al primer Saavedra se le recuerda por haber puesto en marcha los cimientos legales y sociales de la Autonomía, y por su ambicioso plan de infraestructuras educativas, del que aún tiramos hoy, treinta años después. A Hermoso por haber logrado –dejando hacer a los que sabían de eso- el encaje de Canarias en Europa, el reconocimiento de la ultraperificidad y el diseño de nuestro modelo fiscal. A Román Rodríguez por haber reorganizado la sanidad Canaria y puesto en marcha la moratoria y las directrices. A Adán Martín por su obsesión planificadora y por la apuesta de su Gobierno por el trasporte, las comunicaciones y las conexiones interinsulares. A Rivero se le recordará por la bronca permanente de estos últimos años y su embarramiento en la fantasía del piche. Ninguna de sus absurdas propuestas prosperó: ni ley de Residencia, ni restricciones a los trabajadores de fuera (en Turismo, su cartera, trabajan más de más de cien mil extranjeros), ni más Canarias, ni menos España. Nada.

Porque Rivero no peleó nunca por un programa o un proyecto. Lo suyo es el poder, era seguir siendo presidente. Al final se impuso la lógica de las cosas, y el hombre arrastra ahora una depresión de caballo. Es lo que tiene creerse imbatible, insustituible y eterno. Que a uno le acaba por temblar el labio.

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