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Santa Cruz de Tenerife, la belleza de una gran ciudad

Ana Mendoza

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El orgullo de haber nacido en esta capital: Ser chicharrera, además de privilegio, es título de elevadísimo rango.

El placer de disfrutar de un entorno urbano limpio y bien cuidado, donde jardines y parterres florecen sin necesidad de especular con el negocio de las carísimas y efímeras flores de temporada. Aceras y calzadas, impolutas por bien regadas, donde no se aprecian restos excrementicios de perros ni palomas sucias sin control sanitario; ni pasean impunemente unas pobres mujeres con su bolsa de comida prohibida para las aves, que también aprovechaban las ratas de alcantarilla. Los servicios sociales, por fin, atienden a estas personas que atentaban contra la salud pública. Fachadas céntricas de edificios históricos, recién restauradas algunas, pero todas exentas de pintadas grafiteras, porque ya no existen los delincuentes del spray, pues las autoridades consiguieron su erradicación con medidas ejemplarizantes. La playa de Las Teresitas ya tiene su bandera azul vitalicia. En Las Gaviotas, se cumplió la promesa y también está apta para el baño, sin riesgo de desprendimientos. La piscina municipal, abierta los domingos para ocio familiar. El Parque Marítimo, libre ya de vertidos fecales, dejó de ser objeto de especulación para convertirse en un servicio público ejemplar, donde parados y familiares acceden gratuitamente. Valleseco, playa rehabilitada para uso y disfrute de los vecinos allegados. Obras de la Vía Marítima, ya culminadas. Aquellos locales dedicados a comedores sociales, reciclados como espacios de ocio y cultura, pues ya no hay conciudadanos nuestros que pasen hambre, y sus niños pueden desayunar, comer y cenar sin problema. No existe una sola barrera arquitectónica; incluido el parquin de la Pza. España. Se adaptó la legislación vigente a la normativa europea. La seguridad ciudadana permite dormir con ventanas y puertas abiertas. Las variadas policías que protegen la ley y el orden cumplen tan bien con su deber que su cercanía al pueblo se traduce en menos motorización. Ya no se conducen por céntricas calles peatonales con el vehículo de servicio, separando peatones como Moisés entre las aguas del Mar Rojo. Ahora transitan a pie para vigilar y atender a los paseantes. Ya nadie tira colillas ni chicles al suelo, pues aunque la educación en urbanidad es responsabilidad familiar, no de las autoridades municipales, misión de estas es imponer comportamiento cívico mediante medidas disuasorias suficientes para obligar a cumplir normas de convivencia normales, que respeten los derechos elementales de los demás. Papel fundamental en este objetivo, el despliegue de las cámaras de vigilancia en espacios públicos, como corresponde a ciudades y capitales con entidad cívica sin paliativos. Responsables políticos, incapaces de resolver alguno de estos problemas, tuvieron que dimitir para dejar sitio a otros mejor dotados. Transportes públicos eficaces, con precio adecuado a las necesidades ciudadanas, exentos de injerencias políticas y conflictos laborales. No existe corrupción ni malversación de fondos públicos. Hasta los que en su día delinquieron, han tenido que devolver al erario público todo lo que sustrajeron, más intereses. Alguno, hasta se ha librado de la cárcel. Unos Plenos del Ayuntamiento, cuyo orden del día se ajusta exclusivamente a tratar los problemas específicos que afectan al municipio, donde se enajenan cuestiones ideológicas privadas y de interés político que no coinciden ni influyen en los habitantes. Tampoco se aprovecha ninguna deficiencia legal, como una ley electoral inadecuada, para organizar un pacto contra natura que favorezca intereses políticos contra los de una mayoría que no los ha elegido. Han desaparecido aquellos bandos municipales, obsoletos y faltos de eficacia, más propios de un siglo pretérito, como lo de “prohibido escupir, blasfemar y orinar en la vía pública”. Se da por hecho que las medidas disuasorias aplicadas por las autoridades han erradicado comportamientos incívicos, como los de pegar anuncios privados en farolas, o carteles y pasquines en tapias y paredes de edificios BIC. Somos admiración y envidia de visitantes y turistas por nuestro patrimonio histórico y cultural bien cuidado, y por nuestras autoridades municipales, cultas, honradas y bien preparadas que, durante el último año, ha hecho de Santa Cruz un brillante paradigma de futuro, ejemplo a seguir para todas las ciudades del mundo.

Ha sido una larga noche. Acaba de amanecer. Estoy recién despierta. Me asomo a la ventana y contemplo, desolada, la realidad de Santa Cruz.

Lo que apenas ha sido un sueño, deja paso a una vigilia de pesadilla al comprobar que la vida solo es sueño y los sueños, sueños son.

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