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Scio me nihil scire

Israel Campos

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Después del curso político que llevamos, que ha estado marcado por los escándalos académicos de títulos de Master fraudulentos y demás componendas extrañas sobre convalidaciones, no deja de ser un enorme ejercicio de humildad política que nuestro entrañable presidente del Gobierno autónomo haya hecho una confesión tan atrevida como la de que se declara un ignorante en todo, pero que sabe rodearse de personas mejores que él. En este país en el que desde hace siglos hemos estado acostumbrados a arrastrar el lastre de vivir al remolque de los inventos e innovaciones que nos venían de fuera, presumir de ignorancia no parece que suponga en un desmerecimiento para nadie. De hecho, todavía se sigue recordando de vez en cuando la máxima de Millán-Astray en 1936, cuando proclamó aquello de que “¡Muera la Inteligencia!”, y quien aquel día le hizo la réplica, Miguel de Unamuno, unos años antes había sentenciado también su famosa “Inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones”. Si hace unos años también en esa misma sede parlamentaria, un Director de la Radio Televisión Canaria presumió de su formación en la Universidad de la Vida, eso explica por qué el presidente no se haya ruborizado lo más mínimo en su afirmación. De hecho, sin él darse cuenta (puesto que como ha reconocido, es un ignorante en todo) se ha puesto a la misma altura intelectual que el padre de la Filosofía, Sócrates. La frase entronca directamente, dos mil y pico años después, con la que Platón en su Apología de Sócrates nos legó con el conocido dicho de “solo sé, que no sé nada” (scio me nihil scire).

Tener un presidente del Gobierno que es un remedo de los filósofos griegos nos supondría una enorme satisfacción, puesto que estaríamos respondiendo al ideal que el propio Platón había diseñado en su República, donde establecía que el gobierno debía recaer sobre los más sabios. Sin embargo, mucho me temo que este alarde de humildad no nos lleva directamente al inventor del método mayéutico, por el cual Sócrates trataba que cada uno alumbrara por sí mismo el conocimiento; sino que la frase hecha que Clavijo formuló se la tomó a otro personaje no tan relevante. El padre de esa expresión fue Andrew Carnagie, el hombre más rico de EE.UU. a principios del siglo XX, y la realizó para justificar el origen de su fortuna y la fórmula magistral para su éxito empresarial. No se trata de demonizar a este personaje, puesto que destinó buena parte de su fortuna a la filantropía y la promoción de la cultura, pero comprenderán que el contexto y el sentido es completamente diferente al que habíamos interpretado de las palabras de Clavijo.

En el ejercicio de la política, son peligrosos los discursos elitistas que exijan una determinada formación académica para poder ejercerlo. La democracia solo fue efectiva en Atenas cuando todos los ciudadanos podían participar indistintamente en todos los cargos de gobierno. Sin embargo, sí que se puede demandar a quienes tienen la vocación de dedicarse a la gestión pública la voluntad de formarse e informarse en la medida de sus posibilidades en las tareas que están vinculadas a su cargo. Máxime cuando uno no es un recién llegado a la política. Más aún cuando ha alcanzado el puesto de mayor responsabilidad dentro del ámbito en el que uno se está moviendo. Pero sobre todo cuando el tema del que se está presumiendo ignorancia se ha convertido en una prioridad fundamental para el porvenir de la región que gobierna y de su propio programa político. Presumir de ignorancia, ya vemos que no que tiene por qué ser un desmérito; pero lo es, si luego se convierte en excusa para no poner el remedio para superarla. En este caso, parece la justificación perfecta para aclarar por qué la administración pública encarga informes externos, para luego hacerles caso solo si responden a sus propios intereses: ahí no parece haber ignorancia.

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