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Hasta siempre, Jefe

Carlos Espino

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Demasiadas veces cometemos el error de reconocer en quienes se van éxitos que debimos haber aplaudido en vida. No puedo evitar hoy reconocer en mí esa costumbre cobarde de no haber hablado cuando tocaba.

Cometimos una injusticia imperdonable con Juan Carlos. Embelesados con el fenómeno Juan Fernando, al que no le niego ni un ápice de su mérito y sus éxitos, fuimos incapaces de reconocer el extraordinario papel que Juan Carlos jugó en esos años previos, en los que el PSOE puso las bases para el inapelable éxito que tuvimos en las locales y autonómicas de 2007.

Cometimos la injusticia de no reconocer y aplaudir públicamente su enorme generosidad. Cuando el trabajo realizado en Canarias y la ola nacional hacían prever un resultado excepcional del PSC-PSOE, tuvo la gallardía de dar un paso al lado y colocar al frente de nuestro proyecto al que consideraba el mejor, conformándose con una posición secundaria.

Y volvimos a ser injustos cuando no valoramos como merecía su último sacrificio: renunciar a mitad de su mandato para no convertirse en un obstáculo. Acabó con la bicefalia de manera radical: renunciando a su papel de secretario general y convocando un congreso extraordinario para ceder el liderazgo orgánico a quien le reconocía el liderazgo social e institucional.

Ese es el recuerdo que atesoro de Juan Carlos: su enorme generosidad. Una generosidad que no sólo mostró en los grandes temas, la practicaba a diario con su disponibilidad para cualquier compañera o compañero.

Fue, hasta el momento, el último secretario general enamorado profundamente del partido. Preferiría que mis palabras no se interpretaran como crítica a ninguno de sus sucesores, pero estoy dispuesto a correr el riesgo, pues no quiero seguir sumando injusticias y Juan Carlos merece que se le reconozca su pasión por el partido.

Otras compañeras, otros compañeros, se sienten más cómodos con el trabajo intelectual o en las instituciones. Juan Carlos, que cubría sobradamente esas otras parcelas, sumaba esa pasión por el partido, por su vida orgánica, por sus equilibrios internos, por la gente que lo componemos.

Quizás una cierta cobardía, un cierto temor a que reconocer públicamente el valor del trabajo realizado por Juan Carlos pudiera parecer un demérito de su sucesor, me limité a reconocerle esos méritos en alguna de las conversaciones que sostuvimos, tras su incorporación a la Audiencia de Cuentas.

Hoy reparo esa injusticia en la parte que me toca.

Hasta siempre, Jefe.

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